domingo, 28 de febrero de 2010
La luna, un muerto y un pedazo de pan
de Ángel Santiesteban Prats.
La luna cuelga como un adorno que el aire mueve a su antojo y tanta belleza se hace insoportable a los que miramos por la claraboya de la prisión. Nadie uere fijar la vista sobre ella porque un halo de desamparo nos rodea y la angustia se apodera de los presos, provoca unas ganas de mover el tiempo, el espacio, sobre todo el pasado, y fabricar con nuestras manos, como si fueran de arcilla, el presente y el futuro; parece que los ojos se congelan y una hipnosis profunda nos permite escapar, y como si oliéramos un poco de cocaína, la realidad se enturbia, marea, y la luna se convierte en una gran pantalla donde vemos pasar nuestra vida hasta el día en que llegamos a este lugar. Entonces deseamos romper las rejas, los muros, salir corriendo sin importar las consecuencias.
Pero el efecto que nos produce mirar a la luna, sólo lo conocemos los presos que llevamos algún tiempo aquí.
Anoche hubo un recluso que cayó en el señuelo y se mantuvo observándola casi hasta el amanecer. No sabíamos el nombre, apenas que era un preso inexperto qu entró en la última coordillera y miraba la luna desmesuradamente. Esta mañana cuando abrieron la puerta par ir a la enfermería nadio lo vio correr, ni separarse sospechoso del resto que formaba la hilera y atravesaba el patio central. Sonaron los disparos y al cambiar la vista ya estaba allí, prendido a tres metros de altura, intentando escalar la cerca de seguridad.
De la espalda salía humo. Unos puntos negros, como manchas o pelotas de fango que se adherían a su espalda, le brotaron sobre la camisa y lo hicieron sacudirse. Alguien mencionó que por los alambres pasaba corriente de alto voltaje.
Y luego los puntos de a espalda se hicieron rojos, rojos cardenales que, como príncipes negros abrieron sus pétalos y se extendieron con rapidez. El recluso quedó varios minutos sin saber qué hacer, confundido como nosotros que aún n entendíamos que intentaba alcanzar aquel hombre subiendo por la cerca del presidio, porque era ilógico, impensable, lograr escapar por ese lugar que conduce a los arrecifes que bañan las aguas de la bahía. Los sargentos corrieron para detenerse debajo, como debían hacer en los tiempos de su niñez, cuando se escapaban también hacia la arboleda a esperar que alguien lanzara los mangos.
Suponías que los disparos habían sido del guardia que está encima de nuestra galera; siempre nos miraba amenazante, con sonrisa cínica, exhibiendo el AK mientras pasaba su dedo índice por el gatillo, con ganas reprimidas de halarlo, de imponer su autoridad y demostrar de lo que sería capaz con aquella poderosa arma en sus manos.
La ilusión se le había terminado; pero antes, por apenas unos segundos, sintió una brisa que le estaba vedada a los condenados, un viento limpio y libre que venía directamente de la ciudad y cruzaba la bahía, que despeinó a los pescadores de la orilla y movió sus varas y arrastró el olor a caracol y a pescado. Por sus desesperados movimientos imaginé que podía estar mirando: los edificios,los autos, lagente libre que caminaba por el Malecón, y de sólo pensarlo, me recorrió un temblor por todo el cuerpo; mientras él, para sorpresa nuestra, mantenía la vista fija en el horizonte demostrando que nada más le importaba.
La prisión seguía sumergida en el silencio, y uas cucharas que alguien dejó caer en el comedor, vibraron como campanas que llaman a misa. En pocos segundos logró unir la mirada y los pensamientos de los reclusos. Y el hombre colgado allí se nos convirtió enun ángel o en un líder. Y sentí envidia deseos de estar en su lugar, aunque tuviera varios disparos en la espalda y pocos centímetros de vida, a cambiio de tener un pedazo d ciudad ante mis ojos. Y recordé mi niñez, el cake de un imborrable cumpleaños, o cuando corríamos sobre el muro del Malecón para empinar el papalote; y como todo niño , él quería unos minutos más, ¿quién no querría unos inutos más?, anda, mamá, sólo un rato más, seguro se dijo; aunque esta vez algo extraño ucedía porque la madre no contestó. Con seguridad ella miaba su retrato en algún lugar de la casa sin poder reprimir las lágrimas. Pero su niño ahora caía desde lo alto de la cerca sin hacer ningún gesto para protegerse del impacto, como si luego de cumplir su deseo ya el resto dejara de importar, y junto co su descenso iba la mirada de todo el penal. Lo sentimos chocar contra el cemento como un saco de paja mojada. Los sargentos apenas le dieron tiempo de llegar al suelo y golpeándolo con sus botas en la costillas comprobaron que estaba muerto.
Los guardias pidieron una sábana para taparlo, pero luego olvidaron que estaba tendido junto a la cerca y pasaron varas horas como para que a la población penal le sirviera deescarmiento. Nadie hablaba en voz alta. Los presos apenas se levantaban de sus camas y pocos se acercaban a la puerta para evitar mirar el cuerpo. Allí estuvo hasta que desde la cocina enviaron dos reclusos a recogerlo y lo echaron encima de una carretilla que se utiizaba para cargar bidones y calderos tiznados. Lo tiraron sobre el metal sin ningún tip de cuidado ni respeto, y con los brazos colgando a ambos lados de la improvisada camilla comenzaron a subirlo hasla las oficinas del Orden Interior.
Reafirmamos así lo aprendido, era mejor evitar el contacto visual con la luna, y poco importaba que fuera llena o cuarto menguante. Lo triste era que el mundo continuaba igual, alguien muere y nada cambia. Daba la sensación de que no había ocurrido, los pesos seguían respirando, pensando en su hambre crónica y en cómo apagarla.
La noche había caído sobre la fortaleza sin que nada la hiciera diferente, salvo un pedazo d pan con ajo, aceite y tomate quea las nueve de la noche me mandó mi cuñado, que está recluido en otra compañía y trabaja en la cocina. Yo estaba escribiendo una carta cuando me dijeron, toma, te manda tu cuñado, y dentro de un nylon venía aquel pan que revivió los ánimos d todos los que estábamos en la galera.
Pusieron el pan a mi lado y ni siquiera reparé en él, o al menos eso quise aparentar ante los demás, porque sólo el olor, imaginarlo, palparlo, podría provocatme un infarto. Lo cierto es que junto a mí hay un pedazo de pan que simboliza la salvación de mi vida. Y descubro que no lo miro porque intetoobigar a los que m acompañan a que o ingoren también; pero eso es demasiado, es pedirle a sus estómagos que mientan, que digan que este pan no les importa, porque están llenos de aire. De hecho, habíamos comido a las tres de la tarde, una pequeña ración que no sentimos ni en el momento de ingerirla, seis horas transcurrieron, conscientes de que aún faltaban nueve más para el desayuno. Y de pronto, cmo en una película de ciencia ficción, hace entrada en la galera este pedazo de pan con aceite, ajo, tomate, escoltado por decenas de miradas, y es puesto sobre mi cama, ahí, exactamente a quince centímetros de una mordida; pero yo no lo miro, sigo intentando que los otros se olviden de un trozo de pan insignificante que espera a mi lado; imagina a cada preso tragando saliva, con los ojos cerrados pensando que pueden masticarlo. Y quiero ser el hombre más solo del universo,y puede comerme el pan que salvará mi vida, que me permitirá dormir sin hambre, sin la angustia de sentirme vacío, ingrávido, que mis huesos flotan y debo atarme con la sábana a la litera para no volar como Matías Pérez.
En pan continúa sobre la cama, temo que alguno pueda moverlo con la vista, que tanta ansiedad y angustia le dé poderes telequinésicos y me joda. Alguien se detiene a mi lado, y no reparo en él,aparento escribir una carta cuyo destinatario ahora no recuerdo, sólo sé que mi mano se mueve y traza palabras, una detrás de la otra, con tanta rapidez que las hace ilegibles; pero mi voluntad es seguir fingiendo que no me importa; porque esta falsa ignorancia, este silencio, es mi grito, el acto de venganza por la muerte del hombre que escaló la cerca. Con esta actitud declaro que el mundo es mi enemigo y que desde hace unos minutos estoy en guerra con todas las naciones; y no me importa que me comparen con Hitler, Mussolini o Dios. Es cierto, quiero que se haga mi voluntad. Y me cago en el resto de la humanidad que no comparte mis ideas. El pan es mío.
El hombre que está junto a mí carraspea, y lo ingoro. No logrará hacerme levantar la vista del papel que también ignoro, y la última palabra que escribo es "ignoro", que vuelvo a repetir, y escribo "repetir", o no, ahora escribo "ahora".
Y quisiera correr por un campo de fútbol huir, atravesar sin mirar atrás y sentarme en el medio, justo en el medio, alejado de las gradas, abarrotadas de personas que miran en silencio mi pan. Todos me observan. Yo los ignoro Soy el hombre más solo y a la vez más perseguido del mundo. No me importa ser el más despiadado y egoísta. Soy capaz de hacer cualquier cosa para lograr qe ese pan sea sólo mío. Y un hombre a mi lado hace lo posible por llamar mi atención. Lástima para él que soy el mas entretenido y estúpido de los que se encuentran bajo este techo. Y me toca por el hombro, varias veces, y me hala y pronuncia mi nombre y me saluda, sonriente.
-Soy yo- dice y sonríe como un anormal.
Y muevo los hombros, no me importa. Su cara es redonda y varios granos le adornan la piel. Pajuso, pienso, y miro sus manos y lo imagino masturbándose.
- Oye, bróder - vuelve a decirme.
-¿ Qué carajo quieres?
Y lo piensa, percibo su vergüenza pero no es más grande que su hambre.
¿Qué?- repito.
-Me puedes dar un pedacito?
Y siento que el mundo se me derrumba, que me arrancan la piel, dejo de existir. "Un pedacito." Y a quien deseo hacer pedazos es él, picotearlo con mis propias uñas, desintegrarlo, y me imagino empujándolo hacia la cámara de gas,cerrando la puerta sin importarme su rostro hambriento. "Un pedacito", recuerdo que dijo, "pe-da-ci-to", y la palabra se repite tantas veces que sin qu yo pueda detenerla. Y una fuerza en mi interior crece, se impone para decirle que es mío y lo defenderé a cualquier precio, que tengo tanta o más hambre que él, que ni siquiera este pedazo de pan me saciará. Y que quiero correr hacia el muro subir la cerca como el muerto de hoy y ver las luces de la ciudad, y asegurarme de que más allá del silencio de estas murallas viven personas, aunque ignoren a los que sufren aquí dentro, y que sepan que a este lugar no sólo se viene a conocer la historia o a hacer turismo, también es un museo de hombres, de vidas deshechas. Necesito creer que le dolemos a alguien, que nos lloran y sufren por nosotros.
Me molesta que una vida se haya ido sin importarnos. Que nadie gritó ni protestó ni expresó tristeza. Todos nos mantuvimos en absoluto silencio por miedosos, pusilánimes, cobardes, pendejos. Viviré avergonzado de mí y de mi acompañarlos en esta vida y en esta galera, que no es más que el fondo del hueco, del abismo. Aunque me creía capaz de gritar, decirles abusadores, asesinos, y me golpearan y llevaran para la celda de castigo a punta de bota, no lo hice, cuidé de mi como los demás, o al menos eso intenté, pero ahora descubro que fue lo contrario, no aprovechamos el sacrificio, la lección, y en estos momentos estamos más jodidos, sobretodo con nosotros mismos, con nuestra conciencia. Es cierto, ahora ya no vale, es tarde y nunca limpiaré mi alma porque mi silencio se hizo cómplice del verdugo. Y una palabra me sale sin pensarle. Algo que necesito hacer para no morirme de asco:
- Llévatelo - le digo.
Y no contesta, ni lo toca y ha dejado de mirarlo, me observa con intensidad para saber qué pienso, qué oculto; teme que de madrugada quiera ir a su cama a cobrarle el jodido trozo de pan.
-Que te lo lleves - le repito
-¿Estás molesto?
-No- digo sin convicción.
-¿De verdad?-y su mirada va del pan a mi varias veces-.
Mejor me voy.
-No - insisto y lo sujeto por el brazo- Llévatelo, es tuyo.
-¿A cambio de nada, bróder?
Y quiero decirl que no somos bróders, ni siquierra conocidos.
-De nada- le aseguro.
Después de mirarme un rato, indeciso, no resiste más y los agarra y corre hacia su litera y lo engulle con gigantescass mordidas sin apenas masticar ni mirar al grupo de reclusos que rodea la cama esperando, quizá, que les brinde o que caiga alguna migaja para poder alcanzarla. Y tengo deseos de hacer lo mismo que él, empujar y apartar a los otros y detenerme a su lado con la certeza de que no quería darme, compartir un pedacito porque su capacidad d resistencia es débil y ya cruzó la línea que lo ha convertido en un animal que cuida su presa. Y quiero gritar que me lo devuelva, es mío y me pertenece. Tengo hambre cojones.
Pero continúo garabateando palabras para no llorar ni abrir la boca y descubrir lo débil ue también soy. Soporto. Recuerdo aquella anécdota que leí sobre alguien que le pregunto a la Madre Teresa de Calcuta:
-¿Hasta cuando hay que dar?
- Hasta que duela.
Y me duele. Tengo una punzada en el estómago, como si lentamente me quemaran con un hierro. Recuerdo al preso subido en la cerca, su mirada sorprendida sin importar los disparos en su espalda. Y aunque esté muerto reconozco que fue más dichoso que nosotros.
Pienso que cada mañana podría haber un dichoso, un elegido que decidiera subir, o al menos intentara escalar la cerca y disfrutar con la mirada, aunque sea por última vez, un paseo por La Habana.
Con rabia, y sin poder explicarlo, camino hasta la claraboya. Me aferro a los barrotes. Y observo la luna.
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