lunes, 15 de febrero de 2010
La Hora de la Estrella, de Clarice Lispector
1.
Los choferes hablan de esa hora, la hora de la estrella, como el momento del día más dificil para trabajar. Una hora terrible, en donde la luz artificial es inútil y la penumbra tibia, indecisa. Una hora en que el sol agoniza, y se derrite detrás del hoizonte, es jalado con una cuerda, desde los infiernos y aparecen los primeros astros nocturnos, más como rumores y susurros que como otra cosa.
Pero siempre hay una estrella que calla todo, todo lo congela. Una estrella desafiante, colgada por una mano a la vez sublime y tenebrosa. Esa estrella nos depara algo.
2.
A Macabea, la protagonista de esta novela, su estrella le depara algo, aunque ella no lo haya sabido nunca. Porque Macabea nunca miró hacia arriba, porque miraba para abajo, siempre.
Esta estrella tiene y no tiene nada que ver con el destino. Ese único instante en que Macabea la mira tampoco lo sospecha, aunque la lastima, la desangra.
El brillo de esa estrella, lo que miramos y nos deslumbra, no es la vida, es su historia, su relato. El relato que en realidad, no es sustancia. La sustancia dentro de la estrella, sus satélites y sus plantas y sus cometas, es la vida, esa vida que que para nosotros es inalcanzable, lejana, imposible.
La vida de Macabea no se nos revela, nunca, ni siquiera parcialmente, que sería algo.
Lo que nos cuenta Lispector, a través de un narrador masculino, es un destello apócrifo, como cualquier destello. Este narrador no tiene ningún problema en mostarnos su condición interna, su propia psiquis.
Una voz masculina que nos cuenta la historia de un personaje femenino, que a la vez han sido dads a luz por una autora (Lispector) es consternante. No quiero decir que nuevo, pero si consternante. Es inevitable no sospechar del texto que estamos leyendo, porque estamos inseguros de su identidad. Pero aunque uno de los valores que le podemos sacar a esta novela es el tratamiento que le da al problema de género, yo prefiero mirar esta novela con ojos asexuados (si eso es posible) y reflexionar un poco sobre la naturaleza de la narración en esta novela estremecedora.
3.
Paul Ricoeur piensa que el hecho de narrar implica ya una reflexión sobre lo narrado. Es verdad. El nombre que les damos a las cosas, es ya su metáfora y su comentario. De la metáfora ha salido la literatura, el arte, y del comentario el pensamiento, la enayística, la historia. En ambos casos es inevitable la existencia de un narrador. En la literatura específicamente el narrador es un elemento que juega con las reglas del texto y con el resto de sus elementos. Este juego interno, es en ocasiones brutal. En Lispector es mortal.
El narrador (que a su vez está siendo narrado, construido, como cualquiera de los elementos del texto que este mismo maneja) abre un espacio de relación muy íntimo entre él y su personaje principal. Se trata de un narrador omnisciente que es a su vez un narrador en primera persona y un narrador testigo. Mejor dicho, es lo uno o lo otro cuando se le da la gana. Esta volatilidad del narrador, no solo está ubicada en el tiempo narrativo o en la voz que utiliza. Está sostenido invisiblemente en eso, claro, pero lo que demuestra su inseguridad, sus constantes cambios de opinión, es una preocupación sobre el acto de contar una historia, los motivos para contarla: en fin, los motivos de la literatura.
Contar una historia, escribir ficción, es un arte de libertad de los más puros que pueden existir, pero es a la vez su propia cárcel. ¿Quién sufre de esta paradoja si no es el narrador? El autor empieza a escribir y libera en la selva al narrador, como a un perro en un parque. Cuando termina de hacerlo, no se lo lleva con él a su casa, a su encierro y a su vida en estado de postergación. Un perro encerrado en una casa es solo una vida en estado gaseoso, al salir al parque se convierte realmente en vida. Igual que el narrador se encuentra dentro del autor antes de que se empiece la escritura. A diferencia de los perros que sí regresan con su amo a su casa para volver a ese estado gaseoso, el narrador es olvidado, dejado a su suerte, perdido en un parque conocido (el idioma) pero invadido por criaturas desconocidas que lo modifican. Criaturas misteriosas y potencialmente peligrosas (los lectores). El narrador deambula entonces como un perro abandonado, como un perro indeseable por un amo que o lo olvidó o se hizo el distraído para que el can se pierda y no regrese más. Es un perro feísimo y fastidioso.
Los lectores apasionados, con poca frecuencia nos hemos detenido para observar al narrador (y esto es un plurar muy singular). Es un perro antes desafiante, ahora callejero que no merece contemplación. La literatura se ha preocupado por el que cuenta: la voz poética, el alter ego. Sin embargo, se ha visto que desde Cervantes existe una preocupación por el que narra, especialmente en la segunda parte del Quijote. También lo hemos visto en Pessoa, con sus diferentes voces poéticas, incluso bautizadas con otros nombres. Este personaje, este ente, este parlante, no solo es el vínculo entre los personajes (también el argumento, los temas, etc.) y el lector o en el caso de la poesía entre la revelación poética y el lector. El narrador sufre el proceso mismo de la literatura, está en su centro, en pelotas a oscuras y gritando.
4.
En la novela de Lispector el narrador toma conciencia de sí mismo, de su existencia y de su condición. Esto ocurre con uha frecuencia cuando el narrador es a la vez un personaje de la obra de ficción. En otras palabras, la autocontemplación de un narrador ocurre cuando su persona es afectada por algún elemento del texto. En "La hora de la estrella" se habla de Macabea en tercera persona, sin embargo, existe una segunda narración en primera persona donde existen constantes reflexiones sobre su experiencia en la narración. Se trata de un narrador masculino que, al cumplir con el proceso de la escritura de la trama, sufre un proceso interno tan intenso como la vida de su heroína. Además de revelarnos los secretos de la construcción de una historia, es un narrador que sufre también como una persona con sangre en las venas.
El proceso que se nos abre frente a los ojos ilumina ciertas tácticas y mañas, destapa los secretos de la narración, como una experiencia oscura y repleta de emociones. Si bien se trata de un ejercicio intelectual, la escritura de ficción se presenta como un camindo repleto de fantasmas que amenazan con aniquilar el alma de quien lo ejecuta. Este camino sombrío muchas veces consume al narrador quien también sufre un cambio al irse soltanto la trama. Esta transformación nos la muestra Lispector sin ninguna misericordia por su narrador, aunque esta actitud de la autora está disimulada. El narrador por su parte tiene conciencia sobre su función y es en el tratamiento que le da a su personaje, a su Macabea, que
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