jueves, 11 de febrero de 2010

Mañana en la batalla piensa en mi, de Javier Marías


1
¿ Qué se gana escribiendo una reseña sobre una novela que seguramente lleva muchas a cuestas, incluso algunas innecesarias, y de la que se ha hablado mucho, quizá demasiado, no solo en sectores académicos sino hasta en charlas de café o en espacios periodísticos planos?: Nada.
Pero a mí no me pagan por escribir una reseña sobre un best-seller, ni tampoco es un abstract de algún trabajo más importante para alguna clase y estoy probando el blog para ver si alguien me hace algún comentario y tampoco trabajo para una librería que exige que sus obreros estén al tanto de la literatura española del siglo XX. En la única librería que trabajé nunca tomé a ningún autor español ni de ese siglo, ni de este ni de ninguno. En esa librería no me dejaban leer. Qué se le va a hacer, política de la empresa.
Esta es más bien una reseña irresponsable en todo el sentido de la palabra. Porque ni al libro, que habla por sí solo, ni a mí, que creo también tener esa libertad/virtud/suerte, nos hacen falta estas líneas.
No se gana ni se pierde.
Escribo por la segunda razón. No se pierde nada recomendando la lectura de este libro.

2
Javier Marías es posiblemente uno de los autores en nuestro idioma más importantes en los últimos 30 a 40 años. Desde Los Dominios del Lobo hasta Tu Rostro Mañana, el autor madrileño ha abierto caminos no solo en su uso del lenguaje, sino a una nueva forma de presentar la narrativa, sobre todo la novela. Muchos han criticado a Marías porque su uso del español es irreverente a las reglas sintácticas del “buen escribir.” No son pocos los estudios que citan y citan y citan pasajes de alguna novela de Marías para probar su mal uso del idioma. Algunos hablan de que es un autor desconcentrado, otros, de plano, un mal escritor y algunos más arriesgados piensan en él como una mentira de la casa editorial que publica sus obras (¿Lo digo? Sí, qué chuchas, ¿alguien me va a denunciar, suponiendo que alguien me va a leer?: Alfaguara). Jorge Herralde, uno de sus confesos discrepantes, cree estas tres cosas juntas.
Cierto o no, yo no quiero hablar de Marías quien, por cierto, es miembro de la Real Academia de la lengua Española. No que a mí me importe, ni me signifique nada esto último, pero supongo que tan mal no ha de hablar el idioma si anda sentado en esas sillas. A mí me interesa hablar de una novela que habla por sí sola. Una novela que creo es de las que mejores que he leído, es decir, que me taladro el pecho, me atravesó una estaca y me clavo al sofá en la que empecé a leerla. Una especie de crucifixión a la que me sometí voluntariamente.
3
El argumento es el siguiente. Una mujer a punto de hacer el amor con un hombre por primera vez comete la descortesía de morirse en sus brazos, de manera inesperada. El hombre, como es lógico, no tiene una sola idea de cuál es la salida brillante a ese problema. Démole chance: no hay ninguna salida brillante de esta situación, cada salida que imagina lo implica de una manera u otra en la escena de la muerte. Pero no de la muerte, en algo peor: en la escena del adulterio. Porque Marta, la finada Marta, estaba casada y tenía un hijo que no dormía en la habitación de alado. Lo que viene durante más de 400 páginas de novela es una especie de escritura paranoica, que es la vida del protagonista y sus insensatas acciones.
Más allá de un argumento, que por sí solo narra una historia excepcional, va más allá de él. Un argumento no puede ser la pieza central de una novela. Ni tampoco el cómo se cuenta. El argumento en una novela que pueda sobrevivir el paso del tiempo debe activar otros elementos en una obra de arte. Estos elementos pueden ser explícitos o implícitos. Un simple argumento, por sí solo es olvidable, porque solo nos permite una lectura, además una lectura constreñida por el contexto. Si el argumento consigue disparar otra cosa que lo supera y lo envuelve, pero al mismo tiempo lo penetra y habita, este deja de ser el centro de la novela y se convierte en un elemento. Esa lectura lineal se acabó: a cualquiera que se arriesgue a escribir una novela que solo se sostenga en su trama está condenada al olvido.
Cuando la historia dentro de la novela es tan brutal es fácil descuidar el resto de los elementos que la habitan. Marías lo logra, sin embargo, al mismo tiempo, coloca a los personajes en situaciones insospechadas, en una fragilidad que los desnuda (no los transparenta) ante los ojos del lector, como en una película porno. Ya he dicho algo parecido de Átame de Almodóvar, y lo vuelvo a decir en este caso. A diferencia de Átame, empero, los lunares en la entrepierna que miramos, son también otra cosa, son el sexo mismo del personaje, toda su profundidad.
Esa profundidad no es sicológica. Gran parte de la novelística del siglo pasado creo personajes vulnerables al sicoanálisis, producto, claro, de la estela de la puesta en escena de Freud. Pero el personaje posmoderno, le escapa al psicoanálisis, recoge la caca del perro con algunas páginas de algunos libros de psicología, sonriendo previa y triunfalmente. Este hombre post-psicoanálisis es un abismo por sí mismo, no dentro solo dentro de sí: está ausente de sí mismo. Este es el personaje de Marías: paranoico, frágil, en franco proceso de desintegración, como si en cualquier momento se pudiera romper en mil pedazos. La palabra es fragmentario, no fragmentado.
Cómo logra Marías presentarnos este personaje de los 90, en un mundo deslumbrado por las guerras televisadas en vivo por CNN. A través de un lenguaje descompuesto, de una estilística que duda entre la narración y el ensayo, no por su cópula o su mezcla, sino por su olvido.
El personaje hijo del psicoanálisis, personaje que podemos intuir en varios autores del Boom y el pos-Boom, sabe bien de su fragmentación y de los límites de la conciencia, pero ignora los oscuros hilos que unen sus pedazos o que amagan con unirlos más por violencia que por otra cosa. A Marías le interesan estos intersticios que intuimos entre nuestros pedazos, entre lo que vivimos y contamos. Allí mete Marías sus novelas y ésta particularmente, explora el vacío.
4
Siempre hay un espacio que es a la vez desolado y ruidoso entre lo que somos y lo que fuimos, en lo que somos y nos contamos que somos. Siempre pasa algo en ese breve espacio en que no estás, diría Pablo Milanés.
Mañana en la batalla piensa en mí habita esos vacíos.

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