lunes, 22 de febrero de 2010
Cuento
A Luisa, por todos estos años de silencio.
Aquí la única manera de ser leído es escribiendo en
las paredes y la puerta del excusado…
-Jorge Enrique Adoum
Prólogo (1)
Nunca conocí un escritor que quisiera ser periodista. La verdad es que nunca conocí un escritor. De lo que sí puedo dar fe es de varios periodistas, amigos míos, que querían ser escritores, igual a Vargas Llosa o Vallejo.
Yo, también quería ser escritor, lo intenté durante muchos años, pero nunca encontré una historia para contar, una historia realmente interesante, hasta hace más o menos un año.
En esos tiempos trabajé como cronista de un diario peruano en el puerto del Callao. Vine desde Trujillo hasta Lima porque en Trujillo no ocurría nada digno de ser novelado. Pero de Lima me expulsaron las constantes garúas, el tráfico de “La Victoria” y unos acreedores implacables y famosos por cobrar todas las deudas de su patrón, en soles o a machetazos.
Aquí en el Callao también encontré a mi musa. Aunque ella solo me inspira a escribir textos impublicables, sobre su cuerpo. La conocí en el estadio de Sport Boys, en el tumulto exacerbado de la “Juventud Rosa”, mientras hacía un reportaje sobre la violencia en las barras bravas de los clubes del puerto. La recuerdo haciendo equilibrio en una baranda de la popular, sostenida en la mano del “Chuki,” por esos días capo de la criminal “banda del rosa.” Supe de su muerte ocurrida en la cancha del Alianza unos años atrás, antes de cumplir con su promesa de matarme por haberme robado a Luisa, conocida en la banda como “la chata.” Me alivié mucho con su muerte, pues ese hombre era capaz de llevar sus amenazas hasta las últimas consecuencias.
Así fue como durante varios años de estabilidad emocional, continúe con mi trabajo de periodista. Se podría decirse que era feliz: había encontrado mi lugar en el mundo. Sin embargo la historia continúo sin aparecer. Estuve en bares, conciertos de rock, barrios bajos, en la lancha de un pescador nocturno y hasta presencié, en ese misma lancha de pescador, una operación exitosa de uno de los máximos traficantes en el Perú. Supe su nombre y lo usé en uno de mis últimas crónicas, antes de retirarme a escribir mi novela.
Con la tranquilidad de por fin haber encontrado la historia que me consagrará como novelista, empecé la persecución de mi héroe: el Dr. Alex Tapia, quien a principios del 2010 amputó equivocadamente la pierna izquierda de su paciente.
Esta búsqueda es ya su novela, su relato. Tapia, fue brutalmente perseguido por varios medios de comunicación y por la ley en los meses que siguieron a la cirugía y al juicio que nunca empezó. Si Tapia no tenía talento para ser traumatólogo, ciertamente lo tenía (y lo tiene) para desaparecer. Temí que mi héroe se hubiera ido para siempre de la ciudad o incluso del Perú. Sin embargo tuve la fortuna de saber de algo que lo ataba profundamente al Callao y no le permitiría huir.
Sin embargo las dificultades no terminarían allí. Desaparecer por completo de todo el mundo es tarea sencilla. Desaparecer de un solo hombre es casi imposible. Tapia había sido olvidado por completo por “todo el mundo,” excepto por mí. Nadie necesitaba de él como yo, ni siquiera la justicia ni las víctimas de su error irreparable. Busqué su pista por todos lados, quizá de manera excesivamente torpe. Por esto último es casi seguro que el ex médico público cambiara de estrategia. Tapia sabía que estaba siendo perseguido por un novelista, incluso me había visto persiguiéndole, estaba siempre un paso adelante. Mi situación era la de un desesperado.
Sin lograr descifrar su paradero dejé de buscarlo, no por resignación, sino por método. Las posibilidades de encontrarlo por obra del azar eran más alentadoras que las de mi procedimiento anterior. Pasé de ser un desesperado a un pesimista.
Pero el pesimismo me funcionó, pues, lo encontré donde era esperable encontrarle. Me miró y sonrió malévolamente. Entendí entonces que su propósito nunca había sido no ser alcanzado por mí. Al contrario, tenía planeado nuestro encuentro, como un acto de venganza, ahora lo sé.
El encuentro duró dos minutos, quizá menos. Dos minutos antecedidos por meses de persecución y expectativa. Tiempo en el que soñé con la escritura de esta novela a punto de comenzar. De la genial historia que contaré sobre el tétrico médico que, en un arranque de locura, decidió cortarle la pierna equivocada a un paciente. Pensé en mi personaje como un hombre atormentado y frágil. Como un hombre que, por su profesión, debía habitar entre sus efervescentes pasiones y su frialdad profesional. Un médico debe renunciarse al entrar al quirófano, tiene que olvidar a la amante, las deudas, incluso debe olvidar a la muerte. Es un oficio parecido al del escritor, pienso a veces, al escritor que también debe renunciarse. Sería una novela excepcional.
Sin embargo el encuentro con Tapia fue desalentador. Yo fui en búsqueda de su historia, incluso si esta era su silencio, su mirada, su fuga. Lo necesitaba para afrontar mi destino. Pero en lugar de obsequiarme mi llave hacia la literatura, me regaló su desquite. Me dijo que todo había sido cuestión de un error, que simplemente la sala estaba al revés y se paró del lado contrario en la cirugía, que la noche anterior habían cambiado la orientación del quirófano. Claramente se pudo observar su expresión de triunfo masticando un chicle que escupiría al darme la espalda y huir. Una última mirada me propinó con la trayectoria y velocidad de una bala que aún no ha sido disparada. Fue muy irónica, me decía que me perdone si no me dijo que le cortó la pierna izquierda a ese hombre por una razón ideológica. Luego sí se fue. No le he vuelto a ver.
Y aquí estoy, escribiendo el preámbulo de la novela que finalmente me consagrará como escritor y que
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1.- Estas pocas páginas fueron entregadas por Luisa A. Soto, a la comisaría No. 2 del distrito municipal del Callao, unos días después del presunto suicidio de su marido, el 28 de febrero de 2013. Para la testigo, estas páginas podrían ser mucho más que el inicio de una novela que empezó a escribir hace tiempo. La viuda ha insistido que este fragmento revela un posible asesinato a su ex marido, aunque no puede señalar con precisión el elemento del texto que motiva esa conjetura. Entre tanto, el jefe de policía, Comandante Elkin Samaniego, ha decidido archivar este documento, el 6 de marzo de 2013, pues no contiene ninguna evidencia plausible para continuar con la investigación solicitada por la Sra. Soto.
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