sábado, 20 de febrero de 2010

Amar una ciudad. Vivir en una mujer.



Cuentos de Mogador (1994) es un título engañoso. Pero es un engaño voluntario, una especie de trampa en la que se cae y de la que es muy difícil salir o despabilarse. Cuando uno se enfrenta a lo que puede ser un libro de cuentos ingresa al libro con una actitud muy clara. Esto ocurre, quizá, porque existe una noción muy clara de los que es un cuento. Incluso para los lectores más inexpertos y descuidados, un cuento tiene una forma muy específica. Desde Poe se sabe que un cuento tiene determinada forma y un propósito claro: contar algo. Para contar algo se necesita cerrar la historia que se cuenta, usualmente existe la costumbre de que los cuentos utilicen un lenguaje que facilite este propósito, una estrategia narrativa. Cuando se han presentado cuentistas que adhieren un registro diferente a la prosa que cuenta y utiliza la prosa que pinta, la prosa poética, nos encontramos ante una dificultad: cuesta desenrollar el argumento. Por eso Rulfo movió tanto. Por eso Ruy Sánchez mueve tanto.
Octavio Paz cree que el lenguaje poético les devuelve a las palabras cierta vibración perdida por el uso y por la historia. Esta vibración permite que las palabras vuelvan a un estado donde pueden nombrar varias cosas, tener múltiples significados. Cuentos de Mogador está invadido por este lenguaje poético.
Al abrir este supuesto libro de cuentos nos encontramos como al principio de una fatalidad: no encontramos los cuentos. En su lugar leemos una serie de cuerpos con letras de mínima extensión, que responden a un ritmo y a una voluntad estética que privilegia las imágenes. Si existe una historia a esta es necesaria buscarla en otro lugar, no en la lectura lineal de los textos sino en una lectura transversal, donde se pueda uno chocar con varios niveles. El lenguaje poético que utiliza el autor permite hallar estos niveles que a priori pueden ser dos, pero que pueden ser muchos más. Es, en principio, identificable un registro erótico en las líneas que se van sucediendo como en un poema convencional. Líneas que no explican Mogador sino que la muestran, como sucedería en un cuadro o en una película. La muestran, sin embargo, en una doble figura: la de una ciudad y la de una mujer, ambas inaccesibles, ambas resultado de la fuerza poética de los relatos.
Los siguientes relatos se van a presentar de una manera más acorde al título, sin embargo no van a perder la intensidad con que se cuenta sobre Mogador. Ruy Sánchez nos enseña a leer el libro desde el principio. Aunque las historias que habitan los cuentos van apareciendo, siempre ocultas tras la cortina poética, es totalmente factible identificar argumentos, situaciones y personajes.
Sí, encontramos las historias, descubrimos los personajes, podemos identificar un tiempo de la narración. Pero simultáneamente descubrimos otro tiempo superior y supremo. A este tiempo lo conocemos gracias a las imágenes. Es posible conocer a Mogador a través de las historias, pero también a través de la forma en que se la cuenta. Allí, lo que parece un dominio hermético e inalcanzable, es en su lugar un prisma por el que se pueden mirar varias posibilidades. Mogador es una ciudad y también es una mujer. A veces son al mismo tiempo un solo ente que se desprende de la narración, a veces son contrarios. La fogosa prosa de Ruy Sánchez logra subvertir sus significados originales y lleva ambas imágenes hasta las últimas consecuencias, hasta que no sepamos de qué está hablando el narrador. Este apareamiento entre las dos posibles imágenes, resulta en una narración intensa y sensual, en donde la mujer y la ciudad intercambian los papeles para ser observados de otro lado. Entrar en Mogador es mucho más que entrar en una ciudad, como lo es caminar por sus calles y descubrir sus rincones. Ruy Sánchez, al final, nos demuestra sus armas para armar un libro que podría ser de cuentos pero que, en realidad, es inclasificable. Un libro que tiene forma de relatos, pero que subvierte la forma original del cuento clásico. Logra inyectarle al relato dos o más significados pero no a través de un texto secreto o subyacente, sino a través de la multiplicidad de significados que solo puede ofrecer el lenguaje poético. Por eso no sabemos de qué mismo habla, al final desconfiamos de Mogador, porque nunca creemos que en realidad es sólo una ciudad marroquí, con una bahía. Por eso al final nunca entendemos si la cosa no será al revés, si se amará una ciudad y se vivirá en una mujer.

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