jueves, 12 de mayo de 2011

nostalgia del cacnelazo

de esos de la zona, 2x1, en esos fríos desgarrdores que a veces lastiman kito, sobre todo cuando estás dispuesto a sobrevivir la noche a la interperie, esperando encontrar el amor en una hora inesperada y terrible.
O en la terraza del chalo que es igual.

En ese mal llamado bar te embotellan los canelazos y te los llevas, la huevada es que se enfrían porque el plástico ofrece calores efímeros o la ilusión de ese calor: y nada más triste que un canelazo frío hablando de una mujer que perdiste para siempre. O de la selección.

Pero lo prefiero antes que este par de coronoas que me estoy bebiendo en un solazo, mientras escribo. No he perdido esa costumbre desde que entré a la universidad, o quizá desde antes, pero en secreto.

El canelazo es una bebida cuya base está hecha de naranjilla, una fruta, que según dicen algunos patriotas, solo crece en el ecuador (y por supuesto en locombia). Recuerdo esa frase de mi tío: "en el país de las naranjillas nunca pasará nada" y quizá tenía razón. A veces solo pasaban el frío y los travestis y los policías que te botaban de la esquina. "Siga siga siga siga, decían, prohibido livar en vía pública. y entonces nos íbamos, con la botella de canelazo, sospechosamente morado, escondida como si hubiéramos acabado de robarla de un museo. Suerte que no nos revisaron los bolsillos, decía uno por ahí, y nos íbamos contentos a una esquina más oscura, donde haya un lugar cerca para mear.

Y allí. El único imbécil que fumaba: "chucha los tabacos". Volvíamos al lugar del crimen, en un silencio ridículo y angustioso. En el lugar donde creí haberlos dejado, solo un vacío enorme, ese vacío que solo puede dejar una media de lider desaparecida, cuando tienes 70 centavos en el bolsillo y 25 destinados para el pasaje.

De la sombra más precaria que cabe imaginarse, salía un hombre, que sin sacarse el pito de la boca, decía: el policía se llevo sus tabacos. Chapas hijueputas. Vamos a pedirlesf. Pero rápidamente sabemos que nuestro descaro no puede llegar tan lejos. Bueno, vamos. Vamos pues.

De reojo noto que el soplón bota humo por su boca. Me engaño. Ha de ser el frío, me digo y caminamos. Caminamos sin rumbo, o sabiendo que el rumbo aparece solo a medida que se va acabando la botella. En ese estado de irrealidad cruda, de suavisima insensatez.

Al canelazo le ponen aguardiente, aunque hay quienes afirman que es pájaro azul (los optimistas) y otros que están seguros de que es trópico (los pesimistas). Mi abuela me contaba que además, le agragan una pajita de canela, que le dal el sabor. La clave es tomarlo hirviendo, que te queme la lengua y te de la ilusión de que te incorporas de ese letargo, de esa típica forma de caminar y de pararse de los quiteños. Encogidos de hombros, con capucha, mirando al piso, y las manos en los bolsillos.

De hecho, antes de tomarte un canelazo tienes que sacarte las manos de los bolsillos, tomar con las dos manos el envase, y tomarlo poquito a poquito. No ha nacido todavía el atrevido que se haga un fondo de canelazo.

Y nada más triste que un canelazo congelado, hablando de una mujer que recuperaste y dejaste ir (o de la selección). Pero lo prefiero antes que estas tres coronas que me estoy bebiendo en un solazo, mientras escribo. No he perdido esa costumbre desde que entré a la universidad, o quizá desde antes, pero en secreto.

Creo que costaban (y probablemente deben seguir costanto) 1.50 cada botella. El bar, está sobre la Calama, calle triste que parece feliz. Es un barcito casi imperceptible, con unas cuatro mesas de madera juntas, tan juntas que parecen más bien las camas de una cárcel. Probablemente ha estado allí desde siempre, y el tipo que vende tenga más de 200 años.

Probablemente ella también hay estado allí desde siempre, mojandose, en un sorbo interminable, los labios con ese ácido y ferviente tacto de su bebida, que no termina de enfriarse. Con el brazo en un inquebrantable ángulo de 45 grados, con la mirada debatiéndose entre una sombra y tus ojos, como un péndulo instantáneo, que te hacía creer que por un instante la tenías, aunque la volvieras a perder. La tenías y la volvieras a perder.