domingo, 28 de febrero de 2010

La luna, un muerto y un pedazo de pan


de Ángel Santiesteban Prats.

La luna cuelga como un adorno que el aire mueve a su antojo y tanta belleza se hace insoportable a los que miramos por la claraboya de la prisión. Nadie uere fijar la vista sobre ella porque un halo de desamparo nos rodea y la angustia se apodera de los presos, provoca unas ganas de mover el tiempo, el espacio, sobre todo el pasado, y fabricar con nuestras manos, como si fueran de arcilla, el presente y el futuro; parece que los ojos se congelan y una hipnosis profunda nos permite escapar, y como si oliéramos un poco de cocaína, la realidad se enturbia, marea, y la luna se convierte en una gran pantalla donde vemos pasar nuestra vida hasta el día en que llegamos a este lugar. Entonces deseamos romper las rejas, los muros, salir corriendo sin importar las consecuencias.

Pero el efecto que nos produce mirar a la luna, sólo lo conocemos los presos que llevamos algún tiempo aquí.

Anoche hubo un recluso que cayó en el señuelo y se mantuvo observándola casi hasta el amanecer. No sabíamos el nombre, apenas que era un preso inexperto qu entró en la última coordillera y miraba la luna desmesuradamente. Esta mañana cuando abrieron la puerta par ir a la enfermería nadio lo vio correr, ni separarse sospechoso del resto que formaba la hilera y atravesaba el patio central. Sonaron los disparos y al cambiar la vista ya estaba allí, prendido a tres metros de altura, intentando escalar la cerca de seguridad.

De la espalda salía humo. Unos puntos negros, como manchas o pelotas de fango que se adherían a su espalda, le brotaron sobre la camisa y lo hicieron sacudirse. Alguien mencionó que por los alambres pasaba corriente de alto voltaje.

Y luego los puntos de a espalda se hicieron rojos, rojos cardenales que, como príncipes negros abrieron sus pétalos y se extendieron con rapidez. El recluso quedó varios minutos sin saber qué hacer, confundido como nosotros que aún n entendíamos que intentaba alcanzar aquel hombre subiendo por la cerca del presidio, porque era ilógico, impensable, lograr escapar por ese lugar que conduce a los arrecifes que bañan las aguas de la bahía. Los sargentos corrieron para detenerse debajo, como debían hacer en los tiempos de su niñez, cuando se escapaban también hacia la arboleda a esperar que alguien lanzara los mangos.

Suponías que los disparos habían sido del guardia que está encima de nuestra galera; siempre nos miraba amenazante, con sonrisa cínica, exhibiendo el AK mientras pasaba su dedo índice por el gatillo, con ganas reprimidas de halarlo, de imponer su autoridad y demostrar de lo que sería capaz con aquella poderosa arma en sus manos.

La ilusión se le había terminado; pero antes, por apenas unos segundos, sintió una brisa que le estaba vedada a los condenados, un viento limpio y libre que venía directamente de la ciudad y cruzaba la bahía, que despeinó a los pescadores de la orilla y movió sus varas y arrastró el olor a caracol y a pescado. Por sus desesperados movimientos imaginé que podía estar mirando: los edificios,los autos, lagente libre que caminaba por el Malecón, y de sólo pensarlo, me recorrió un temblor por todo el cuerpo; mientras él, para sorpresa nuestra, mantenía la vista fija en el horizonte demostrando que nada más le importaba.

La prisión seguía sumergida en el silencio, y uas cucharas que alguien dejó caer en el comedor, vibraron como campanas que llaman a misa. En pocos segundos logró unir la mirada y los pensamientos de los reclusos. Y el hombre colgado allí se nos convirtió enun ángel o en un líder. Y sentí envidia deseos de estar en su lugar, aunque tuviera varios disparos en la espalda y pocos centímetros de vida, a cambiio de tener un pedazo d ciudad ante mis ojos. Y recordé mi niñez, el cake de un imborrable cumpleaños, o cuando corríamos sobre el muro del Malecón para empinar el papalote; y como todo niño , él quería unos minutos más, ¿quién no querría unos inutos más?, anda, mamá, sólo un rato más, seguro se dijo; aunque esta vez algo extraño ucedía porque la madre no contestó. Con seguridad ella miaba su retrato en algún lugar de la casa sin poder reprimir las lágrimas. Pero su niño ahora caía desde lo alto de la cerca sin hacer ningún gesto para protegerse del impacto, como si luego de cumplir su deseo ya el resto dejara de importar, y junto co su descenso iba la mirada de todo el penal. Lo sentimos chocar contra el cemento como un saco de paja mojada. Los sargentos apenas le dieron tiempo de llegar al suelo y golpeándolo con sus botas en la costillas comprobaron que estaba muerto.

Los guardias pidieron una sábana para taparlo, pero luego olvidaron que estaba tendido junto a la cerca y pasaron varas horas como para que a la población penal le sirviera deescarmiento. Nadie hablaba en voz alta. Los presos apenas se levantaban de sus camas y pocos se acercaban a la puerta para evitar mirar el cuerpo. Allí estuvo hasta que desde la cocina enviaron dos reclusos a recogerlo y lo echaron encima de una carretilla que se utiizaba para cargar bidones y calderos tiznados. Lo tiraron sobre el metal sin ningún tip de cuidado ni respeto, y con los brazos colgando a ambos lados de la improvisada camilla comenzaron a subirlo hasla las oficinas del Orden Interior.

Reafirmamos así lo aprendido, era mejor evitar el contacto visual con la luna, y poco importaba que fuera llena o cuarto menguante. Lo triste era que el mundo continuaba igual, alguien muere y nada cambia. Daba la sensación de que no había ocurrido, los pesos seguían respirando, pensando en su hambre crónica y en cómo apagarla.

La noche había caído sobre la fortaleza sin que nada la hiciera diferente, salvo un pedazo d pan con ajo, aceite y tomate quea las nueve de la noche me mandó mi cuñado, que está recluido en otra compañía y trabaja en la cocina. Yo estaba escribiendo una carta cuando me dijeron, toma, te manda tu cuñado, y dentro de un nylon venía aquel pan que revivió los ánimos d todos los que estábamos en la galera.

Pusieron el pan a mi lado y ni siquiera reparé en él, o al menos eso quise aparentar ante los demás, porque sólo el olor, imaginarlo, palparlo, podría provocatme un infarto. Lo cierto es que junto a mí hay un pedazo de pan que simboliza la salvación de mi vida. Y descubro que no lo miro porque intetoobigar a los que m acompañan a que o ingoren también; pero eso es demasiado, es pedirle a sus estómagos que mientan, que digan que este pan no les importa, porque están llenos de aire. De hecho, habíamos comido a las tres de la tarde, una pequeña ración que no sentimos ni en el momento de ingerirla, seis horas transcurrieron, conscientes de que aún faltaban nueve más para el desayuno. Y de pronto, cmo en una película de ciencia ficción, hace entrada en la galera este pedazo de pan con aceite, ajo, tomate, escoltado por decenas de miradas, y es puesto sobre mi cama, ahí, exactamente a quince centímetros de una mordida; pero yo no lo miro, sigo intentando que los otros se olviden de un trozo de pan insignificante que espera a mi lado; imagina a cada preso tragando saliva, con los ojos cerrados pensando que pueden masticarlo. Y quiero ser el hombre más solo del universo,y puede comerme el pan que salvará mi vida, que me permitirá dormir sin hambre, sin la angustia de sentirme vacío, ingrávido, que mis huesos flotan y debo atarme con la sábana a la litera para no volar como Matías Pérez.

En pan continúa sobre la cama, temo que alguno pueda moverlo con la vista, que tanta ansiedad y angustia le dé poderes telequinésicos y me joda. Alguien se detiene a mi lado, y no reparo en él,aparento escribir una carta cuyo destinatario ahora no recuerdo, sólo sé que mi mano se mueve y traza palabras, una detrás de la otra, con tanta rapidez que las hace ilegibles; pero mi voluntad es seguir fingiendo que no me importa; porque esta falsa ignorancia, este silencio, es mi grito, el acto de venganza por la muerte del hombre que escaló la cerca. Con esta actitud declaro que el mundo es mi enemigo y que desde hace unos minutos estoy en guerra con todas las naciones; y no me importa que me comparen con Hitler, Mussolini o Dios. Es cierto, quiero que se haga mi voluntad. Y me cago en el resto de la humanidad que no comparte mis ideas. El pan es mío.

El hombre que está junto a mí carraspea, y lo ingoro. No logrará hacerme levantar la vista del papel que también ignoro, y la última palabra que escribo es "ignoro", que vuelvo a repetir, y escribo "repetir", o no, ahora escribo "ahora".

Y quisiera correr por un campo de fútbol huir, atravesar sin mirar atrás y sentarme en el medio, justo en el medio, alejado de las gradas, abarrotadas de personas que miran en silencio mi pan. Todos me observan. Yo los ignoro Soy el hombre más solo y a la vez más perseguido del mundo. No me importa ser el más despiadado y egoísta. Soy capaz de hacer cualquier cosa para lograr qe ese pan sea sólo mío. Y un hombre a mi lado hace lo posible por llamar mi atención. Lástima para él que soy el mas entretenido y estúpido de los que se encuentran bajo este techo. Y me toca por el hombro, varias veces, y me hala y pronuncia mi nombre y me saluda, sonriente.

-Soy yo- dice y sonríe como un anormal.

Y muevo los hombros, no me importa. Su cara es redonda y varios granos le adornan la piel. Pajuso, pienso, y miro sus manos y lo imagino masturbándose.

- Oye, bróder - vuelve a decirme.
-¿ Qué carajo quieres?
Y lo piensa, percibo su vergüenza pero no es más grande que su hambre.

¿Qué?- repito.
-Me puedes dar un pedacito?

Y siento que el mundo se me derrumba, que me arrancan la piel, dejo de existir. "Un pedacito." Y a quien deseo hacer pedazos es él, picotearlo con mis propias uñas, desintegrarlo, y me imagino empujándolo hacia la cámara de gas,cerrando la puerta sin importarme su rostro hambriento. "Un pedacito", recuerdo que dijo, "pe-da-ci-to", y la palabra se repite tantas veces que sin qu yo pueda detenerla. Y una fuerza en mi interior crece, se impone para decirle que es mío y lo defenderé a cualquier precio, que tengo tanta o más hambre que él, que ni siquiera este pedazo de pan me saciará. Y que quiero correr hacia el muro subir la cerca como el muerto de hoy y ver las luces de la ciudad, y asegurarme de que más allá del silencio de estas murallas viven personas, aunque ignoren a los que sufren aquí dentro, y que sepan que a este lugar no sólo se viene a conocer la historia o a hacer turismo, también es un museo de hombres, de vidas deshechas. Necesito creer que le dolemos a alguien, que nos lloran y sufren por nosotros.

Me molesta que una vida se haya ido sin importarnos. Que nadie gritó ni protestó ni expresó tristeza. Todos nos mantuvimos en absoluto silencio por miedosos, pusilánimes, cobardes, pendejos. Viviré avergonzado de mí y de mi acompañarlos en esta vida y en esta galera, que no es más que el fondo del hueco, del abismo. Aunque me creía capaz de gritar, decirles abusadores, asesinos, y me golpearan y llevaran para la celda de castigo a punta de bota, no lo hice, cuidé de mi como los demás, o al menos eso intenté, pero ahora descubro que fue lo contrario, no aprovechamos el sacrificio, la lección, y en estos momentos estamos más jodidos, sobretodo con nosotros mismos, con nuestra conciencia. Es cierto, ahora ya no vale, es tarde y nunca limpiaré mi alma porque mi silencio se hizo cómplice del verdugo. Y una palabra me sale sin pensarle. Algo que necesito hacer para no morirme de asco:

- Llévatelo - le digo.
Y no contesta, ni lo toca y ha dejado de mirarlo, me observa con intensidad para saber qué pienso, qué oculto; teme que de madrugada quiera ir a su cama a cobrarle el jodido trozo de pan.

-Que te lo lleves - le repito
-¿Estás molesto?
-No- digo sin convicción.
-¿De verdad?-y su mirada va del pan a mi varias veces-.
Mejor me voy.
-No - insisto y lo sujeto por el brazo- Llévatelo, es tuyo.
-¿A cambio de nada, bróder?
Y quiero decirl que no somos bróders, ni siquierra conocidos.
-De nada- le aseguro.

Después de mirarme un rato, indeciso, no resiste más y los agarra y corre hacia su litera y lo engulle con gigantescass mordidas sin apenas masticar ni mirar al grupo de reclusos que rodea la cama esperando, quizá, que les brinde o que caiga alguna migaja para poder alcanzarla. Y tengo deseos de hacer lo mismo que él, empujar y apartar a los otros y detenerme a su lado con la certeza de que no quería darme, compartir un pedacito porque su capacidad d resistencia es débil y ya cruzó la línea que lo ha convertido en un animal que cuida su presa. Y quiero gritar que me lo devuelva, es mío y me pertenece. Tengo hambre cojones.

Pero continúo garabateando palabras para no llorar ni abrir la boca y descubrir lo débil ue también soy. Soporto. Recuerdo aquella anécdota que leí sobre alguien que le pregunto a la Madre Teresa de Calcuta:
-¿Hasta cuando hay que dar?
- Hasta que duela.
Y me duele. Tengo una punzada en el estómago, como si lentamente me quemaran con un hierro. Recuerdo al preso subido en la cerca, su mirada sorprendida sin importar los disparos en su espalda. Y aunque esté muerto reconozco que fue más dichoso que nosotros.

Pienso que cada mañana podría haber un dichoso, un elegido que decidiera subir, o al menos intentara escalar la cerca y disfrutar con la mirada, aunque sea por última vez, un paseo por La Habana.

Con rabia, y sin poder explicarlo, camino hasta la claraboya. Me aferro a los barrotes. Y observo la luna.

sábado, 27 de febrero de 2010

Debate



Hola mis queridas locas. Me dirijo a ustedes con el afán de impedir que esa sutil puteada del tobi quede en el aire. Debería decir, más bien, puteada y dedazos del tobi, pues personajes como “el de la semana (elegido democráticamente)” o “el eterno personaje de la semana” (elegido dictatorialmente y aún presente en una fantasmagórica página web) nunca se asomaron por el blog. Más preocupante aún es ver (en mi caso oír de lejos) cómo esta iniciativa del tobi ha sido desplazada por un tal facebook y otras redes sociales de entretenimiento.

Les repito, mis queridas, que el diálogo entre nosotros es sumamente importante. Primero, porque en nuestras reuniones y en nuestras separadas geografías siempre ha estado implícita la necesidad de comunicarnos por la vía escrita; segundo, porque el tobi ha pasado un buen rato “remodelando” la apariencia estética del blog, tratando de darle un “estilo propio de la modernidad” que atraiga a la juventud e incentive el diálogo, con actualizaciones sin precedente en la actividad web de las locas que se esperan cautive al lector del siglo XXI; tercero, porque incluso personajes relativamente nuevos en nuestro grupo han ofrecido ya material fotográfico que muchos, seguramente, no habrán visto aún, lo que indica que si habrían varios interesados en que este blog se mantenga; y por último, citando la primera entrada al blog de las locas, “porque es necesario crear siempre espacios donde pueda germinar y crecer un colectivo” (Montenegro).

Por consiguiente, y con mucha fe en la re-iniciativa del tobi, les invito a leer una siguiente carta escrita por Ricardo Cobo. Este tema, sin duda, es de crucial importancia para entender la actualidad política y social del país. Luego del proceso de Montecristi que muchos de nosotros defendimos, y considerando la pugna constante y aparentemente dialéctica entre gobierno y oposición, nos encontramos en un país dividido y reunificado en una compleja maraña de personajes. Ayer entró el movimiento indígena levantando su voz oficialmente, con exigencias que el día de hoy fueron interpretadas de “separatistas” por Rafael Correa en su enlace radial, y que (al menos para mí) no indican un afán claro en profundizar y/o eliminar a la constitución ecuatoriana.

A continuación expongo las ideas de Cobo y las resoluciones ya publicas de la CONAIE, para empezar un debate entre nosotros que nos ayuden a entender y pronunciarnos como ciudadanos ante este importante, complejo y determinante escenario nacional. Mis principales dudas giran en torno a una pregunta que de seguro muchos ecuatorianos se la están haciendo: si el gobierno de Correa es acusado de comunista desde la derecha, de neoliberalista desde el movimiento indígena, de dictatorial y tiránico desde los medios, y es al mismo tiempo laureado desde otros sectores de la sociedad mestiza, entonces….qué? qué carajos! Rafa tiene razón, al menos, en pedir que se pongan de acuerdo! Y más aún, como explica Alberto Acosta, la historia de una nación no puede ser relatada desde la perspectiva del “personaje político del momento”, sino desde los movimientos sociales que lo articulan y le dan vida a un proceso político como el que vivimos en la actualidad.

Les dejo, pues, con información y dudas, bases para el debate. Ahora, su turno…

Cartas al Libertador

Con Constitución, todo. Sin Constitución… Nada
Por Soc. Ricardo Cobo

Gratificante resulta el recibir respuestas a las Cartas al libertador y con ellas abrir un intercambio de reflexiones, todas críticas, agudas y definitivamente bienvenidas. Varias horas de la noche he destinado a responder cada una de ellas, pues de eso se trata: compartir, debatir, consensuar.

Unos de los puntos convergentes y que asumo, en la mayoría de las respuestas recibidas, es que la Carta al Libertador anterior no “redondea la idea” de la oposición y son dos acontecimientos últimos los que señalan con énfasis ese vació. Uno, la concentración encabezada con Carlos Vera en Quito y dos, el rompimiento del diálogo indígenas – gobierno, una vez más.

Dos vertientes de oposición que marcan las diferencias. Uno de los puntos de la “propuesta Vera” desnuda su intencionalidad: reunir firmas del12% del electorado con el fin de llamar una “nueva Asamblea Constituyente”… No es la revocatoria del mandato, entonces, la intencionalidad última sino poner fin al proceso de democratización, lapidar el proceso Montecristi. El rompimiento del diálogo indígenas – gobierno y el anuncio de movilizaciones futuras no podemos observarlas como convergentes al contenido de la “propuesta Vera”, sería una fusión antinatura, ya que las grietas del diálogo se ocasionan, precisamente, en contenido y forma de cómo concretar los preceptos constituyentes, es decir, como afianzar el proceso Montecristi, como sustentarlo y desarrollarlo.

Existe una tendencia creciente de oposición en la opinión ciudadana, esa curva ya es manifiesta en algunos sondeos y perceptible a “ojo de buen cubero” pero no es una oposición que capitalice Nebot o Vera. A medida que se han ido desarrollando el cuerpo jurídico y las políticas de gobiernos a la luz de la interpretación de la Constitución, quiero suscribirme al criterio de que el más importante flujo de esta corriente opositora se alimenta de la consideración de que el “proceso Montecristi” se entrampa y enreda, se oscurece, en la gestión de un Movimiento País que se pierde en su telaraña gubernamental y legislativa. Mucho han contribuido la mediocridad y la inconsistencia ideológica, la incapacidad para desarrollar un sujeto político que sustente este proceso y consolide una voluntad colectiva. Mediocridad que se disfraza de “técnico y no político”, glosario común en los pasillos ejecutivos e inconsistencia ideológica que deriva en un tratamiento a lo social desde el clientelismo.
Para muestra se dice que basta un botón, pero para la acción gubernamental existe todo un bazar: La receta de socialización de leyes gravitantes: Soberanía Alimentaria…que pasó sin saber que pasaste; Minería, Cultura… Aguas, para señalar unas cuantas… Socialización que no trascendió la dimensión de una caricatura. Porqué no mencionar el engorroso y controversial trámite para la designación del poder ciudadano, tanto en su transición como en la elección definitiva y la conformación del Concejo Nacional de Igualdad, que se balancea en la tela de una araña. Y las respuestas que el gobierno ha dado sobre la seguridad… Un estado de excepción, que cayó en el olvido y la inseguridad, percepción o no… bien gracias.

Vera – Nebot, pretenden capitalizar este flujo creciente y dirigirlo hacia dar al traste con todo el proceso… Un borra y va de nuevo. Cuentan con dos aliados, por ahora, el uno… Esa visión binaria y torpe de muchos funcionarios gubernamentales del frente político que de manera rasa estigmatiza a esa oposición como de derecha… “Estás con Correa o eres de derecha”. Así pretenden ocultar sus límites y el hecho de que “el proceso se les licua en las manos”. Y el segundo aliado es definitivamente la incapacidad de los sectores sociales y la denominada izquierda para “cuajar” una posición más definida y clara.

Se matiza, entonces, el escenario. Existe una tendencia de oposición, pero no existe un opositor Nebot – Guayaquil - Vera – Camisetas negras – Mov. Sociales… Se abre un espacio opositor en disputa y dos propuestas: enterrar Montecristi – profundizar Montecristi.

El futuro mediato del Presidente Correa se resuelve entre estas dos alternativas. Sus debilidades se pronuncian directamente proporcionales a las distancias que ponga entre su gestión y el proceso.

¿Cómo evitar el riesgo de que estas dos vertientes que alimentan a la oposición se encuentren? Las posibilidades son reales dada la habilidad de los sectores relacionados con el fin del proceso Montecristi para “pescar a río revuelto”. La salida se puede sintetizar en una sola frase: Socializar el Gobierno y politizando lo social… Más allá de la caricatura del power point y el clientelismo. Presidente Correa… este proceso de democratización requiere mucho más sustento que toldos, bolsitas de abasto, bonos solidarios y sabatinas radiales. Este proceso no se sustenta con la formula romana de “pan y circo”.

Una vez más, mis respetos, reconocimientos y gratitud a todos los compañeros que me escribieron… Gracias por sus alientos, sus puntualizaciones y abrazos fraternos. Aún no he respondido ha todos los mensajes recibidos, comprenderán que este ciudadano, por iniciativa individual avoca esta tarea y el tiempo a veces no me es generoso y hasta el día de hoy -domingo 21 de febrero- se han receptado 278 mensajes, dos de ellos me demandan se los borre del listado.

EL GOBIERNO DE LAS NACIONALIDADES Y PUEBLOS DEL ECUADOR

LAS AUTORIDADES DE LOS PUEBLOS Y NACIONALIDADES INDIGENAS DEL ECUADOR, REUNIDAS EN LA CIUDAD DE AMBATO, ENTRE LOS DIAS 25 Y 26 DE FEBRERO DEL 2010, AMPARADOS EN SU PRESENCIA HISTORICA Y EN BASE DEL PRINCIPIO DEL ESTADO PLURINACIONAL CONSAGRADO EN LA CONSTITUCION DE LA REPUBLICA DEL ECUADOR

Considerando:

Que los Pueblos y Nacionalidades indígenas somos parte de este Estado aun antes de la constitución del Estado Ecuatoriano.

Que el Artículo 1 de la Constitución de la República del Ecuador, instituye el carácter Plurinacional e intercultural del Estado.

Que el Convenio 169 de la OIT, está en plena vigencia desde 1998.
Que la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas está vigente desde septiembre del 2007.

Demandar al gobierno de la “revolución ciudadana” y del “socialismo del siclo XXI” por no haber modificado el Estado Colonial y seguir fortaleciendo el modelo neoliberal capitalista, traicionando al pueblo ecuatoriano, a las comunas, comunidades, pueblos, nacionalidades indígenas, afro ecuatorianos y montubios.

ACUERDOS Y RESOLUCIONES:
1. Dar por terminado el Diálogo con el Gobierno Nacional por la falta de voluntad política, irrespeto a los derechos de los pueblos y nacionalidades indígenas, y por no existir ningún resultado en el proceso.

2. Convocar a un LEVANTAMIENTO PLURINACIONAL en el Ecuador, en articulación con los distintos sectores sociales, precedido de acciones y movilizaciones concretas, en contra de las políticas neoliberales y extractivistas aplicadas por el Gobierno de Rafael Correa.

3. Rechazar y desconocer el Estatuto Orgánico de Gestión Organizacional por procesos de la Secretaría Nacional del Agua.

4. Ejercer el proceso organizativo de cada una de las nacionalidades y pueblos indígenas desde las bases, ejerciendo nuestras formas propias de gobierno de conformidad con los Derechos Colectivos y nuestro derecho propio.

5. Ejercer el ESTADO PLURINACIONAL al interior de cada pueblo y nacionalidad, a través de los gobiernos comunitarios y en pleno ejercicio de los derechos colectivos en las tierras y territorios en las áreas de educación, salud, administración de justicia, recursos naturales, biodiversidad, agua, páramos y otros para el ejercicio del Sumak Kawsay.

6. Asumir el manejo de todas las reservas nacionales: parques, bosques, páramos y territorios de las nacionalidades y pueblos.

7. Desconocer el proceso de elección y designación de los miembros del Consejo de Participación ciudadana, por ser un proceso de institucionalidad uninacional excluyente, ya que este proceso no refleja el carácter plurinacional del Estado.

8. Desconocemos y rechazamos todas las leyes que la Asamblea Nacional viene aprobando, ya que éstas no reconocen el carácter Plurinacional del Estado que han sido elaborados sin la consulta y participación de todos los sectores, desconociendo lo establecido en la Constitución de las República y en los instrumentos internacionales.

9. Rechazamos y responsabilizamos al Gobierno Nacional por el proceso sistemático de división, xenofobia, odio y racismo , persecución implementado desde todas las instancias del gobiernos nacional en contra de los pueblos y nacionalidades indígenas del Ecuador, lo que atenta los principios y derechos establecidos en la Constitución y en los instrumentos internaciones de los pueblos indígenas.

10. Iniciar las demandas judiciales nacionales e internacionales para la defensa de nuestros derechos colectivos, desconocidos, inobservados y violentados por las autoridades estatales.

11. Declaramos como crimen de estado la muerte del compañero Bosco Wisum y lo reconocemos como héroe de la lucha del movimiento indígena del Ecuador. Así mismo exigimos la indemnización a la familia por el asesinato del compañero.

12. Rechazamos la intromisión del Gobierno Nacional en las instituciones indígenas: DINEIB, CODENPE, Salud Indígena y FODEPI, y exigimos la autonomía de estas instituciones de acuerdo a los derechos colectivos y la Ley Orgánica de Instituciones Indígenas y demandamos la derogatoria de los Decretos Ejecutivos Nos. 1780, 1585, 196 y 250. Así como exigimos la restitución inmediata de las mismas y con los presupuestos respectivos.

13. Rechazamos y desconocemos el proceso de institucionalidad del Estado impuesta desde el gobierno a través de la SENPLADES, sin la consulta y participación de los pueblos y nacionalidades indígenas y de otros sectores sociales.

14. prohibir el ingreso y la intromisión de las autoridades gubernamentales en las tierras y territorios indígenas, en ejercicio de nuestros derechos colectivos, justicia indígena y derecho propio.

15. Declarar nula las adjudicaciones, concesiones y autorizaciones mineras, petroleras, madereras, servicios ambientales, farmacéuticos e hidroeléctricos, manglares, realizadas por parte del estado ecuatoriano en nuestras tierras y territorios ancestrales.

16. Exigimos a la Corte Constitucional se resuelva las demandas de inconstitucionalidad y otras acciones que se ventilan en este organismo sobre Ley Minera, decreto ejecutivo sobre Educación Intercultural Bilingüe, Codenpe, la licencia ambiental al bloque 31, entre otras planteadas por la Conaie.

17. Expulsión de las empresas mineras y petroleras nacionales y extranjeras asentadas en las tierras y territorios indígenas.

18. La defensa y no permitir la explotación minera, ni petrolera, maderera de las empresas internacionales y nacionales del territorio de la nacionalidad Wuaorani conformada por 32 pueblos, incluido los pueblos en aislamiento voluntario (Tagaeris, Taromenane, Oñamenani y otros) que poseen mas de una posesión ancestral de mas de 2 mil hectáreas, donde se encuentran los bloques 31 y el ITT.

19. Responsabilizar por el genocidio y etnocidio de los pueblos libres en aislamiento voluntario, Tagaeri, Taromenani, Oñamenani y otros, por violación continua de los derechos humanos, como lo estipula la corte penal internacional de acuerdo del estatuto de Roma.

20. Apoyar a la FICI en todas las acciones que se inicien en contra del gobierno municipal de de Otavalo en defensa de las justas de agua, tierras, territorios y recursos naturales.

21. Construcción del Parlamento Plurinacional de los Pueblos

GOBIERNO DE LAS NACIONALIDADES Y PUEBLOS DEL ECUADOR
CONAIE-ECUARUNARI-CONFENIAE-CONAICE

lunes, 22 de febrero de 2010

Cuento




A Luisa, por todos estos años de silencio.



Aquí la única manera de ser leído es escribiendo en
las paredes y la puerta del excusado…
-Jorge Enrique Adoum


Prólogo (1)
Nunca conocí un escritor que quisiera ser periodista. La verdad es que nunca conocí un escritor. De lo que sí puedo dar fe es de varios periodistas, amigos míos, que querían ser escritores, igual a Vargas Llosa o Vallejo.
Yo, también quería ser escritor, lo intenté durante muchos años, pero nunca encontré una historia para contar, una historia realmente interesante, hasta hace más o menos un año.
En esos tiempos trabajé como cronista de un diario peruano en el puerto del Callao. Vine desde Trujillo hasta Lima porque en Trujillo no ocurría nada digno de ser novelado. Pero de Lima me expulsaron las constantes garúas, el tráfico de “La Victoria” y unos acreedores implacables y famosos por cobrar todas las deudas de su patrón, en soles o a machetazos.
Aquí en el Callao también encontré a mi musa. Aunque ella solo me inspira a escribir textos impublicables, sobre su cuerpo. La conocí en el estadio de Sport Boys, en el tumulto exacerbado de la “Juventud Rosa”, mientras hacía un reportaje sobre la violencia en las barras bravas de los clubes del puerto. La recuerdo haciendo equilibrio en una baranda de la popular, sostenida en la mano del “Chuki,” por esos días capo de la criminal “banda del rosa.” Supe de su muerte ocurrida en la cancha del Alianza unos años atrás, antes de cumplir con su promesa de matarme por haberme robado a Luisa, conocida en la banda como “la chata.” Me alivié mucho con su muerte, pues ese hombre era capaz de llevar sus amenazas hasta las últimas consecuencias.
Así fue como durante varios años de estabilidad emocional, continúe con mi trabajo de periodista. Se podría decirse que era feliz: había encontrado mi lugar en el mundo. Sin embargo la historia continúo sin aparecer. Estuve en bares, conciertos de rock, barrios bajos, en la lancha de un pescador nocturno y hasta presencié, en ese misma lancha de pescador, una operación exitosa de uno de los máximos traficantes en el Perú. Supe su nombre y lo usé en uno de mis últimas crónicas, antes de retirarme a escribir mi novela.
Con la tranquilidad de por fin haber encontrado la historia que me consagrará como novelista, empecé la persecución de mi héroe: el Dr. Alex Tapia, quien a principios del 2010 amputó equivocadamente la pierna izquierda de su paciente.
Esta búsqueda es ya su novela, su relato. Tapia, fue brutalmente perseguido por varios medios de comunicación y por la ley en los meses que siguieron a la cirugía y al juicio que nunca empezó. Si Tapia no tenía talento para ser traumatólogo, ciertamente lo tenía (y lo tiene) para desaparecer. Temí que mi héroe se hubiera ido para siempre de la ciudad o incluso del Perú. Sin embargo tuve la fortuna de saber de algo que lo ataba profundamente al Callao y no le permitiría huir.
Sin embargo las dificultades no terminarían allí. Desaparecer por completo de todo el mundo es tarea sencilla. Desaparecer de un solo hombre es casi imposible. Tapia había sido olvidado por completo por “todo el mundo,” excepto por mí. Nadie necesitaba de él como yo, ni siquiera la justicia ni las víctimas de su error irreparable. Busqué su pista por todos lados, quizá de manera excesivamente torpe. Por esto último es casi seguro que el ex médico público cambiara de estrategia. Tapia sabía que estaba siendo perseguido por un novelista, incluso me había visto persiguiéndole, estaba siempre un paso adelante. Mi situación era la de un desesperado.
Sin lograr descifrar su paradero dejé de buscarlo, no por resignación, sino por método. Las posibilidades de encontrarlo por obra del azar eran más alentadoras que las de mi procedimiento anterior. Pasé de ser un desesperado a un pesimista.
Pero el pesimismo me funcionó, pues, lo encontré donde era esperable encontrarle. Me miró y sonrió malévolamente. Entendí entonces que su propósito nunca había sido no ser alcanzado por mí. Al contrario, tenía planeado nuestro encuentro, como un acto de venganza, ahora lo sé.
El encuentro duró dos minutos, quizá menos. Dos minutos antecedidos por meses de persecución y expectativa. Tiempo en el que soñé con la escritura de esta novela a punto de comenzar. De la genial historia que contaré sobre el tétrico médico que, en un arranque de locura, decidió cortarle la pierna equivocada a un paciente. Pensé en mi personaje como un hombre atormentado y frágil. Como un hombre que, por su profesión, debía habitar entre sus efervescentes pasiones y su frialdad profesional. Un médico debe renunciarse al entrar al quirófano, tiene que olvidar a la amante, las deudas, incluso debe olvidar a la muerte. Es un oficio parecido al del escritor, pienso a veces, al escritor que también debe renunciarse. Sería una novela excepcional.
Sin embargo el encuentro con Tapia fue desalentador. Yo fui en búsqueda de su historia, incluso si esta era su silencio, su mirada, su fuga. Lo necesitaba para afrontar mi destino. Pero en lugar de obsequiarme mi llave hacia la literatura, me regaló su desquite. Me dijo que todo había sido cuestión de un error, que simplemente la sala estaba al revés y se paró del lado contrario en la cirugía, que la noche anterior habían cambiado la orientación del quirófano. Claramente se pudo observar su expresión de triunfo masticando un chicle que escupiría al darme la espalda y huir. Una última mirada me propinó con la trayectoria y velocidad de una bala que aún no ha sido disparada. Fue muy irónica, me decía que me perdone si no me dijo que le cortó la pierna izquierda a ese hombre por una razón ideológica. Luego sí se fue. No le he vuelto a ver.
Y aquí estoy, escribiendo el preámbulo de la novela que finalmente me consagrará como escritor y que

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1.- Estas pocas páginas fueron entregadas por Luisa A. Soto, a la comisaría No. 2 del distrito municipal del Callao, unos días después del presunto suicidio de su marido, el 28 de febrero de 2013. Para la testigo, estas páginas podrían ser mucho más que el inicio de una novela que empezó a escribir hace tiempo. La viuda ha insistido que este fragmento revela un posible asesinato a su ex marido, aunque no puede señalar con precisión el elemento del texto que motiva esa conjetura. Entre tanto, el jefe de policía, Comandante Elkin Samaniego, ha decidido archivar este documento, el 6 de marzo de 2013, pues no contiene ninguna evidencia plausible para continuar con la investigación solicitada por la Sra. Soto.

sábado, 20 de febrero de 2010

Una Meca Latinoamericana



No solo Bryce Echenique y Vargas Llosa se fueron a París. No fueron los únicos peruanos que se dejaron guiar por la luz de la ciudad luz. Y tampoco fueron solo peruanos los que se fueron a París, sobre todo durante la década de los 60. También se fueron argentinos y bolivianos. Pero no sólo Cortázar se fue a París, ni sólo Jorge Enrique Adoum.
Sucede que no solo los países tienen sus capitales. Las épocas también las tienen. Y París para entonces era una capital, un centro del mundo. Sin embargo, existe la idea romántica de que París era solo una meca para los intelectuales, lo cual es apenas cierto. Algunos movimientos muy importantes para la producción intelectual y artística del siglo XX se dieron lugar en la ciudad francesa. Y lo que es más importante para Latinoamérica, es que el Boom Latinoamericano tuvo uno de sus centros más importantes en esta ciudad europea, ya que varios de las principales figuras vivieron allí y desde allí escribieron.
Alfredo Bryce Echenique (1939) fue uno de esos escritores y de esos latinoamericanos que se fueron a París y escribieron y vivieron allí. Este escritor peruano es uno de los narradores latinoamericanos más importantes de las últimas décadas y su producción literaria ha sido reconocida no solo entre los hispanohablantes. Guía Triste de París (1999) es un libro que lo fue haciendo el tiempo, como el propio autor lo advierte en el prólogo. Guía Triste de París, puede ser clasificado como un libro de cuentos.
Estos cuentos hablan sobre peruanos que de una manera u otra transitaron por esta ciudad. Los personajes, casi siempre fracasados, sufren las peripecias que sufre cualquier latinoamericano que migra hacia el norte. Personajes que pasan por situaciones verdaderamente adversas, en donde se vive el día a día, sin la promesa de uno siguiente. En otras palabras, la típica situación del migrante que va a buscar mejores días en el norte. El choque de dos realidades en cuya explosiva intersección surge una criatura nostálgica y oscura. Esta criatura, que no es estática, se repite en algunas de las páginas más emblemáticas de la literatura latinoamericana y que a veces ignora el París de Hemingway y vive en el París del metro, las ratas y los cuartos minúsculos. Bryce Echenique consigue recogerlas en Guía Triste de París, decide encerrarlas en un libro de cuentos que también son crónicas.
Pero ¿es verdaderamente este un simple libro de cuentos? La respuesta es no. Si fuera una recopilación de cuentos plana el efecto no sería el mismo. Detrás de los relatos existe un envoltorio, aunque decir que están encerradas puede ser un error. A pesar de que cada cuento goza una autonomía, que termina de cerrar los cuentos, es la ciudad de París la que los vincula y los espejea. No sólo se trata de un libro que habla sobre peruanos que viven en una ciudad. Es la manera violenta en que la ciudad se apodera de los personajes y como ellos reaccionan ante ella. Porque la ciudad les impone retos como el idioma. Quizá el caso más expreso de esta situación es el cuento Retrato de escritor con gato negro, en donde se cuenta la vida de un escritor fracasado que sufre de las maldades del lenguaje, el idioma y una identidad que cada vez se va difuminando hasta el punto en que termina más identificado con un gato que con su propia mujer (otra peruana). Este cuento que es, quizás el pivote del libro, delata más que ningún otro la voluntad del autor de integrar el libro a favor de ciertos fenómenos que les eran comunes a los migrantes latinoamericanos, y sobretodo peruanos, en París. Temas como el exilio, la identidad, la nostalgia, el fracaso, el olvido, explotan en Retrato de escritor con gato negro, pero a causa de los relatos que le anteceden, e ilumina el camino de los que vendrán.
La lectura de Guía Triste de París, deja la sensación de haber leído la historia de América Latina, o del Perú. La historia que no se cuenta en las Guías Turísticas de una ciudad. Una historia, que no habla de museos, ni de las figuras que pisaron las calles parisienses. Que no habla de Vargas Llosa, de Cortázar o de Bryce Echenique. Habla de los que no se habla y vivieron en el triste París.

Amar una ciudad. Vivir en una mujer.



Cuentos de Mogador (1994) es un título engañoso. Pero es un engaño voluntario, una especie de trampa en la que se cae y de la que es muy difícil salir o despabilarse. Cuando uno se enfrenta a lo que puede ser un libro de cuentos ingresa al libro con una actitud muy clara. Esto ocurre, quizá, porque existe una noción muy clara de los que es un cuento. Incluso para los lectores más inexpertos y descuidados, un cuento tiene una forma muy específica. Desde Poe se sabe que un cuento tiene determinada forma y un propósito claro: contar algo. Para contar algo se necesita cerrar la historia que se cuenta, usualmente existe la costumbre de que los cuentos utilicen un lenguaje que facilite este propósito, una estrategia narrativa. Cuando se han presentado cuentistas que adhieren un registro diferente a la prosa que cuenta y utiliza la prosa que pinta, la prosa poética, nos encontramos ante una dificultad: cuesta desenrollar el argumento. Por eso Rulfo movió tanto. Por eso Ruy Sánchez mueve tanto.
Octavio Paz cree que el lenguaje poético les devuelve a las palabras cierta vibración perdida por el uso y por la historia. Esta vibración permite que las palabras vuelvan a un estado donde pueden nombrar varias cosas, tener múltiples significados. Cuentos de Mogador está invadido por este lenguaje poético.
Al abrir este supuesto libro de cuentos nos encontramos como al principio de una fatalidad: no encontramos los cuentos. En su lugar leemos una serie de cuerpos con letras de mínima extensión, que responden a un ritmo y a una voluntad estética que privilegia las imágenes. Si existe una historia a esta es necesaria buscarla en otro lugar, no en la lectura lineal de los textos sino en una lectura transversal, donde se pueda uno chocar con varios niveles. El lenguaje poético que utiliza el autor permite hallar estos niveles que a priori pueden ser dos, pero que pueden ser muchos más. Es, en principio, identificable un registro erótico en las líneas que se van sucediendo como en un poema convencional. Líneas que no explican Mogador sino que la muestran, como sucedería en un cuadro o en una película. La muestran, sin embargo, en una doble figura: la de una ciudad y la de una mujer, ambas inaccesibles, ambas resultado de la fuerza poética de los relatos.
Los siguientes relatos se van a presentar de una manera más acorde al título, sin embargo no van a perder la intensidad con que se cuenta sobre Mogador. Ruy Sánchez nos enseña a leer el libro desde el principio. Aunque las historias que habitan los cuentos van apareciendo, siempre ocultas tras la cortina poética, es totalmente factible identificar argumentos, situaciones y personajes.
Sí, encontramos las historias, descubrimos los personajes, podemos identificar un tiempo de la narración. Pero simultáneamente descubrimos otro tiempo superior y supremo. A este tiempo lo conocemos gracias a las imágenes. Es posible conocer a Mogador a través de las historias, pero también a través de la forma en que se la cuenta. Allí, lo que parece un dominio hermético e inalcanzable, es en su lugar un prisma por el que se pueden mirar varias posibilidades. Mogador es una ciudad y también es una mujer. A veces son al mismo tiempo un solo ente que se desprende de la narración, a veces son contrarios. La fogosa prosa de Ruy Sánchez logra subvertir sus significados originales y lleva ambas imágenes hasta las últimas consecuencias, hasta que no sepamos de qué está hablando el narrador. Este apareamiento entre las dos posibles imágenes, resulta en una narración intensa y sensual, en donde la mujer y la ciudad intercambian los papeles para ser observados de otro lado. Entrar en Mogador es mucho más que entrar en una ciudad, como lo es caminar por sus calles y descubrir sus rincones. Ruy Sánchez, al final, nos demuestra sus armas para armar un libro que podría ser de cuentos pero que, en realidad, es inclasificable. Un libro que tiene forma de relatos, pero que subvierte la forma original del cuento clásico. Logra inyectarle al relato dos o más significados pero no a través de un texto secreto o subyacente, sino a través de la multiplicidad de significados que solo puede ofrecer el lenguaje poético. Por eso no sabemos de qué mismo habla, al final desconfiamos de Mogador, porque nunca creemos que en realidad es sólo una ciudad marroquí, con una bahía. Por eso al final nunca entendemos si la cosa no será al revés, si se amará una ciudad y se vivirá en una mujer.

Guillermina



Me parece increíble que volvamos a hablar, después de tantos años… Sí, ya pasan de veinte. No, no estoy reprochándote nada; acaso que no pudimos despedirnos entonces.
¿Recuerdas? En aquella época México vivía su segundo mundial de futbol. Yo acababa de entrar a la vocacional, era burro blanco del Poli como todos los de la rama materna de la familia. Iba a cumplir los dieciséis cuando te diagnosticaron el cáncer. Vagamente comprendí que tantos años de aguantar al abuelo, de agachar la cabeza y tragarte el coraje no habían pasado en balde.
Como para no desmentir a los médicos, de la noche a la mañana te brotó una bola en el cuello del tamaño de una lima pequeña, como las que crecían en el patio de atrás de tu casa, aquella casa de Tonatico tan soleada, toda de madera y ventanas enormes, donde pasábamos las vacaciones. Quizá tantos años bajo el techo de asbesto también te afectaron. O quizá fue el irte; no querías dejar tu casa de México, pero no querías contradecir a Eduardo.
Llegó el año siguiente y tu primera cirugía. Tu sonrisa y tu enorme cicatriz parecían decir que las cosas irían bien. Pero ya era tarde. Pronto nació otra lima y creció con rapidez. Yo recuerdo que por entonces no hablábamos mucho, como si estuviéramos en otra frecuencia: quería contarte como iban las cosas en la escuela, con las chicas, con aquellos edificios grandes, grises y fríos, hechos para albergar a decenas de generaciones de alumnos. Pero la adolescencia es un ruido, ni oyes ni te oyen.
Los esfuerzos familiares se fueron sumando. Dinero, siempre el dinero. Empezaron las radiacio-nes. Una peluca sustituyó tu hermoso cabello de plata ondulada. En tus ojos azules se leía angustia, más que miedo, como si preguntaran quién iba a cuidar de tu familia. Siempre mirando primero por los demás, Guille Garza.
Y en efecto, empezaron a ocurrir pendejadas. Tío Eduardo llegaba borracho a hincarse en tu regazo y llorar. El abuelo se movía como una sombra. Sus órdenes, bajo las que crecimos todos, parecían inútiles. Cuando te habías ido para Houston se embriagó y empezó a soltar groserías. Tuvimos que acostarlo porque andaba como un ciego orinando en el jardín. Nunca lo había visto así.
Así que todos hicieron un último esfuerzo. Como si fuera una apuesta segura, vendieron coches, pidieron prestado, sacaron del banco sus ahorros para que hicieras ese vuelo a gringolandia. Entonces descubrimos que no tenías pasaporte, ni documentos de identidad, porque siempre viajabas con el abuelo. En el país que recorriste tantas veces no hacía falta que te conocieran, bastaba con saber quién era él.
Estuviste allá como dos meses. La medicina gringa no te hacía mucho efecto, a decir de las llamadas que recibíamos cada tarde. Lilia, tu hija, se había ido siguiéndote. No entiendo cómo le hicimos mi papá, mi hermana, quien lleva tu nombre, y yo para sentarnos a cenar todas esas tardes.
Más o menos recuerdo que lo demás iba bien. La huelga del Politécnico logró sacar a los porros. Participamos en varias marchas; alguna vez nos detuvieron por bloquear la avenida Insurgentes y pasamos una tarde en las celdas de la delegación. Como éramos más de cien, no nos arredramos y la pasamos cantando a gritos por horas hasta que nos soltaron y los compas que estaban afuera, a la entrada del Congreso, nos recibieron con un aplauso de héroes.
Pero ni eso, ni Margarita, la nueva novia, calmaban mi ansiedad. Sus labios y sus pequeños pechos tan tiernos, que recorría como leyendo en Braille me aplacaban, aunque sería mejor decir que el deseo se montaba sobre la pena. Espero no turbarte. Se que nunca hablamos de esas cosas, nunca tuvimos tiempo y además, había un abismo moral que nos imponía callar, pero me hubiera gustado conocer tu opinión sobre ella.
Finalmente volviste. Cómo quisiera no acordarme. Terminaba el primer mes de un año fatal para el país cuando para nosotros todo fue correr y correr, lágrimas, desesperación y sentimientos mal disimulados.
No nos despedimos. Sólo eso te estoy reprochando. Ahí estabas, acostada, calva, sostenida en algo así como la vida tan sólo por el ritmo del respirador. Entubada. Y ese sonido que metía en tu pecho, de manera mecánica, un aire que ya rechazabas. Sólo ese sonido se quedó. Alrededor todo era silencio. Me parecía que me había quedado sordo, como por una explosión.
Poco tiempo después te desconectaron. No recuerdo muy bien los detalles de tu funeral. Solo que los tíos —tus yernos y cuñados— se pasaron el tiempo contando chistes en ese velatorio gris rata. Cómo los odié. Tampoco me uní a los rosarios; Por ese entonces no tenía ya ningún dios a quien rezarle.
Conservo la imagen de Eduardo durante tu sepelio. De un solo golpe ese joven abuelo, con quien había yo trepado los cerros de Tenancingo y sembrado zanahorias en el huerto, había envejecido diez años. Fuerte aún, nunca se repuso, pero nunca volvió a mencionarte. Te sobrevivió ocho años y tres embolias. Antes de la última ya no fue capaz de hablar. Pensé verlo aquí contigo. Mi único remordi-miento con él fue que peleamos mucho por cosas tontas. Ah, también el hecho de que murió una tarde justo cuando Mariana y yo terminábamos de hacer el amor. Pero bueno, yo no podía saber que iba a pasar así.
Ya está por demás contarte como se descompuso todo después. La familia se cuarteó. Mi padre y tu hijo Eduardo pelearon a golpes; hubo amenazas con pistola y acabamos poniendo un muro entre las dos casas contiguas. Nada volvió a ser igual. Creo que se nos terminó la inocencia. Pero no hablemos de cosas tristes. Ahora que despierte comienzo el relato. Lo único que jamás podré fijar con letras es tu risa, esa risa breve que soltabas después de mostrar tu agudísima inteligencia con frases de doble y triple sentido, sarcástica osadía que tardábamos en comprender del todo. No importa. Esa risa me la guardo para mí solo.






RAMÓN MEZA ROSALES
Enero 2010

Sofía.



Qué desgracia saber tu nombre aunque ya no conozca tu rostro mañana
- Javier Marías


Si he subido hasta aquí es para buscar a Sofía. Para adivinar los caminos que tomó y no pude seguir.
Pero aquí la noche entra en un suspiro helado y eterno. La ciudad me parece subterránea y lo es. Sueña sumergida bajo una niebla que no desciende, que sube. Sube hasta empañar estrellas. El puente tiembla como un ascensor antiguo. Mejor aún como una balsa. Por debajo, los automóviles pasan como tiburones. Allí, atino a encontrar en el bolsillo mi billetera y hallo la imagen de Sofía, pero no la miro. No te miro.
Entonces enciendo un cigarrillo. Me quedan solo tres. Me pregunto en qué gesto terminará la noche. En qué mueca detendrás la mirada. Tu mirada de fuego, como tu cabello, te lo he dicho, tu cabello que es como una garúa de chispas que queman tu cuerpo ajustado y valiente. Seguro esta tarde hizo en tu piel señales que ya no veré. Que no volverás a lavar. Igual que tu foto, que ya no admite otro balazo de ceniza y que finalmente condeno al asfalto, para que la humillen las llantas o la recojan y te miren, Sofía, sin que tú, desde allí o desde ninguna parte, puedas mirarlos.
Dónde andarás Sofía. Te he aprendido de memoria pero no he sabido adivinarte. Nunca supe que silencio viene después. Qué mirada. Amas los caminos imposibles y desmesurados. Las calles de tu barrio de luces apagadas. Hasta allá no te he podido seguir. Siempre existe algo que me detiene. Alguna señal, como un semáforo, que me obliga a detenerme y sufrir. A pensar en ti. Salvo que esta noche ni siquiera me animo a pisar la primera grada, la que quiebra el mutismo de mi cuerpo. De mis piernas y de mis caderas, de mis brazos, de mi mano y de mi índice. Y luego, al final, el de mis ojos. Créeme Sofía que me cuesta. Que pudiera quedarme aquí parado, mirando como el viento es consumido por el humo, soñando en tu cuerpo hasta que el mío se convierta en estatua, en lentísimo cristal.
Allí, entiendo que, por desgracia, no tengo alternativa, que nada está en mis manos. Que es necesario afrontar la noche para llegar a ti Sofía, para que amanezca.
Debo empezar a liberar los pasos, como un astronauta, y descender a la ciudad que está dormida y que no debo despertar. Aquí abajo todos andan así, envueltos en un silencio apocalíptico. Van pateando su mirada como a latas vacías. No confían en ningún horizonte, no los espera nadie. En cambio a mi me esperas tú. Por eso arriesgo con la cabeza levantada, para mirar mi destino, mi implacable destino y el tuyo Sofía. Ese que nos aguarda desde antes de encontrarnos. Desde ese día nos vemos mucho y hasta creemos reconocernos. Mejor dicho crees reconocerme porque yo ya te conozco. Sé de tus ojos, de tu boca, de esa sonrisa. Me contaron de ti tantas cosas que de oírlas suspirarías. Te quedarías callada. Después de unos segundos me mirarías entre enfurecida y miedosa. Porque sé de tus lugares, sé del cafecito al que vas a pensar en él. En donde despistas a la rutina. Ese rinconcito de la ciudad en que sólo perteneces al arrebato y en el que, sin que te vean, sonríes Sofía.
Hasta allí he podido seguirte. Hasta el cafecito confidente de la Robles. Al que bajas, al que has bajado como se baja al infierno, a tientas, aunque conozcas sus nueve escalones y su oscuridad y su luz de diamante en el final. Allí he ido descubriendo tu imagen completa. Desde esa mesa que siempre buscas, que nunca puedes evitar. No puedes evitar mirarme, nunca lo has hecho. Ese momento es instantáneo, pero allí te he dicho muchas cosas que no logro comprender completamente, porque se quedan en mi cabeza atrapadas, sin ninguna opción de escapar y tocarte. A veces pienso que me escuchas de algún modo, pero nunca entiendo lo que callas. Nunca entiendo la tristeza en la que caes, como si presintieras un desenlace fatal, guardado en mi mirada, como un puñal o como una bala.
La memoria me asalta en cada esquina. Tu imagen que se va quedando atrás, pertenece a otro tiempo y, sin embargo, se agranda en mi cabeza. Cómo me duele pensar en tu rostro mañana. Imaginar tus ojos cerrados, tu boca cerrada y tus manos abiertas. Tu hermosura Sofía duele, duele en algún órgano que me nació últimamente, a un costado del corazón. Cómo será tocar los pasadizos de tu carne, sentir tu sangre caliente, tus piernas. Esas piernas que dejabas mirar por culpa de tus faldas. Esas faldas que no me están destinadas y que son culpables de todo esto, de todo esto que me está sucediendo y que no logro entender por completo.
Voy caminando muy a mi pesar, algo me arrastra por las calles. Me cuesta existir en estos minutos que son una cuenta regresiva. Y quiero detenerme en el lugar de siempre, frente al semáforo que está como un cristo, mirando hacia abajo, con su interminable párpado amarillo. Y quisiera quedarme aquí y no pasar esta intersección. Tengo miedo. Pero tengo mucho más miedo de encontrarte que de perderme en estas calles vacías. En estas calles que solo tienen nombres de muertos. Encontrarte Sofía, es igual a decir que todo terminó para ti y para mí. Porque no volverás al cafecito del centro ni yo volveré a buscarte. Y tampoco él. Él tampoco volverá a buscarte, porque no estarás en ninguna parte, excepto en mi. Ni siquiera en mí. En él, en ese otro que me obliga a caminar y que sabe los caminos y decreta nuestras suertes. En ese que me narra sin clemencias ni reparos aunque me da el derecho de existir, clavándome, como si fuera yo un toro, sus palabras y sus profecías, sus sangrientas banderillas. Yo no soy dueño de estas palabras Sofía, ni siquiera las quiero pensar, pero las pienso.
Ahora no tengo más remedio que fumar este cigarro, el penúltimo. Debo encontrar un último aliento, templar el pulso. Los tipos como yo no pueden darse el lujo de titubear en momentos como estos. A estas horas ambiguas debemos convertirlas en definitorias. Debes entenderlo Sofía, es mi deber ser este que soy, este que camina hacia a ti sin que lo sepas, sin que ni siquiera los sospeches. Por eso no me escuchas entrar en tu habitación, en tu cama para dos. Me acostaría a lado tuyo Sofía para mirarte toda la noche. Para ver como la noche se apodera de ti y tú de mí. Y luego me quedaría dormido esperando que al despertar esto que va a suceder no hubiera sucedido.
Pero sucedió y no me duele tu cuerpo de papel. Tus ojos cerrados no me asustan. Y por fin puedo tocarte, puedo mirarte de cerca sin tener ganas de meterme dentro de ti. Te arranco el collar, el reloj, me despido de ti Sofía, aunque ya no debería llamarte por tu nombre. Me alejo. Abro el tercer cajón del velador que está a la izquierda de tu cama y que evidentemente no es el tuyo, porque no se parece en nada a ella. Encuentro el dinero prometido y me levanto ágilmente. Camino la distancia hasta la puerta y la miro desde allí, y la recuerdo y no me estremezco.

Te vas a acordar de mi



Ocurrió hace varios días, inclusive puede que haya pasado una semana. Yo también he perdido la cuenta del tiempo, para mí ya nunca más amaneció. Permanezco inmóvil en esas horas, como si alguna fuerza muy triste me impidiera dar vuelta la hoja.
En cambio tú te fuiste. Escapaste de esas horas y esas sábanas. Te fuiste para no volver jamás. Aprovechaste que te daba la espalda. Mi espalda desnuda a la que quizá le diste un beso y la rozaste por última vez. Quién sabe, tal vez no sea la última vez, de todos modos seré tu olvido más reciente, el último escondrijo de tu memoria.
¿No te acuerdas de mí? De mi nombre, de cómo nos conocimos, dónde. No te acuerdas de todo lo que me dijiste: de cómo me desnudaste sin quitarme la ropa y me besaste sin besarme. De lo que contaste renunciando a tu anonimato, aunque luego lo volvieras a recuperar y ahora ya no me sepas, no sepas ni mi nombre, ni los gestos aprendidos en la noche, ni los vicios, ni las debilidades, ni los sueños truncos. Nada.
Me resulta tan extraño tu silencio este momento. Esa noche no parabas de hablar. Hablabas tanto que temí no te fueras a callar nunca y no te decidieras jamás a sacarme de ese bar. Sacarme para meterme en el hostal que nos guiñaba el ojo desde la esquina. Pero seguías hablando. Igual por si las dudas yo había decidido irme contigo desde que te acercaste. Me dijiste entonces que esos cigarros mentolados que fumaba te recordaban a tu ex mujer, que ambos amenazaban seriamente con dejarte impotente. Entonces sacrificaste el buen aliento y te cambiaste a esos Bellmont que encendiste en no menos de diez ocasiones esa noche, para contarme tu vida pedazo por pedazo, desde el comienzo, incluso enseñándome una foto de cuando eras apenas un niño, en los brazos de tu padre. Del que era tu padre, porque había dejado de serlo. Esa fotografía que no sé por qué guardabas, que ahora guardo yo y que miro a veces para tratar de escuchar tu voz.
Dijiste que habías nacido en México. Lo dijiste con brutal melancolía, entre dientes. No hablaste más de eso. Tampoco dijiste mucho de Quito, ciudad a la que ya no regresarás, supongo yo, a desquitar la memoria, a vengarte de esas calles y de esas montañas que yo conozco por tus palabras. Porque tus palabras estaban llenas de montañas y calles apretadas y olores a orina. Entonces vuelvo a tu fotografía y adivino que la primera palabra que aprendiste a decir fue lejos. Estuviste siempre lejos, quizá ahora lo estés más que nunca. Tus ojos no cambiaron nada, mejor dicho tu mirada. La foto está tomada desde lejos, pero allí también está presente esa mirada con que me miras ahora. Esa mirada húmeda y ausente ya la tenías desde allí, eso no se te va. Será por eso que creo que me reconoces, que te acuerdas de mí.
Que estará pasando por tu cabeza ahora. Algo debes recordar, algo de lo que me contaste. Tal vez esa infancia que calificaste de gris, como México y Quito cuando se les da por llover. Como Madrid ahora que está lloviendo, como todas las ciudades del mundo cuando llueven. Infancia gris dijiste, porque recuerdas el traje gris de tu padre y los ojos grises de tu madre y ese gato gris que se murió prácticamente entre tus brazos. Yo no te creí esa parte, al menos que tus padres hayan sido tan infames como para acercarte a la muerte desde tan temprano. Quién sabe, de ellos tampoco hablaste demasiado. Sí mencionaste mucho a un hermano con quien no hablas desde hace varios años. Con el que jugabas fútbol en la puerta de un garaje, en el cemento, con una pelota desinflada.
En qué estarás pensando, qué ojos verdes se te vienen a la cabeza, qué cabello oscuro, qué nombre, ¿el mío? Puede ser. Aunque ese gesto de distancia con que miras me lleva a sospechar que tal vez podrías pensar en Andrea o en Ana, dudaste al decir su nombre. Yo también habría dudado, ocurrió hace muchísimo tiempo, cuando tendrías 15 o 16 años, no supiste precisar. Se llamaba Andrea, lo recordabas bien cuando mencionaste de la vez que le metiste la mano sin pedir permiso. Cosa que repetirías con Raquel tu ex mujer y que no repetías desde entonces hasta que creíste hacer lo mismo conmigo, sin saber que no necesitabas mi aprobación. No mencionaste más mujeres, como tampoco mencionaste más ciudades. No me contaste mucho más de tu vida, ni de las razones verdaderas que te trajeron hasta aquí.
Será que una vida realmente no se cuenta. Que una vida más bien son imágenes inconexas e inútiles tejidas con un hilo blanco imperceptible: algo como un álbum con fotografías en sepia que de ningún modo son la vida pero se le parece y por eso importan tanto recuerdos fútiles y no solo nuestro lugar y fecha de nacimiento y el de nuestra muerte. Será que por eso me contaste tu vida pedazo por pedazo y si yo hubiera contado la mía habrías visto un álbum similar. Qué poco se de ti y al mismo tiempo qué demasiado. Qué demasiado se puede saber de alguien que te cuenta que tiene miedo a los perros y a las alturas. O de alguien que odia el vodka y por eso lo mira con horror vertido en el vaso de la otra persona. Por qué tendrás miedo a las alturas, por qué mirabas mi vaso de vodka de ese modo. Puedo imaginarme varias cosas, mentir sobre tus razones. Pero qué derecho tiene uno a mentir sobre la vida del otro, aunque a mí no me quede otro remedio que hacerlo sobre la tuya, no me quede otra que especular sobre el rastro de ese arete en tu oreja o el anillo en tu índice o tus lentes. O sólo pueda suponer que estás en Madrid porque no puedes si no estar lejos de cualquier lugar y no por un trabajo que te habían ofrecido y que era un gran avance en tu carrera. Por qué no creer que odias tu trabajo en el cuerpo diplomático de tu país (¿Ecuador o México?) y que querías ser otra cosa. Futbolista, artista de cine, ingeniero químico, bombero.
Cuántas cosas habrás querido ser que no eres y que ya nunca no serás. Que no sólo has perdido al que fuiste sino al que no has podido ser. Qué no me perdiste a mí únicamente, sino a todas las mujeres que tuviste como a mí, a lado tuyo, fumando un cigarrillo, todavía desnudo, porque pensabas que un cigarro es el mejor after para todo en esta vida. ¿Pensarás eso cuando termines de hacerle el amor a otra mujer o a mi mismo mañana, la próxima semana o el próximo mes. Añorarás alguna vez fumar un cigarrillo a lado de esa mujer que no tuviste y que ya no sabes que no tendrás? Qué vacío profundo tu corazón este momento, qué tristeza ese rostro que no sabes que ha cambiado con el tiempo. Rostro que miro y me mira como se mira un cajón vacío, una casa despoblada.
Me miras sin saber por qué me estás mirando, por qué estoy aquí en frente tuyo y no sepas que la última vez que me mirabas viste mi espalda desnuda y mi silencio y mi sueño y no mi rostro ni mis pechos. Mis pechos que tomaste tres horas y media en decidirte a descubrir, mirar y asir para después olvidar. Mis ojos que nunca se cerraron ni antes ni durante y solo lo hicieron después cuando me quedé dormida y me apartaste de tu pecho exhausto. Será porque siempre necesitas estar lejos y en ese momento recordaste el día de tu boda y ese hijo que nunca tuviste con tu ex mujer. O si habrás recordado algo más absurdo, la final de un partido de fútbol que perdió tu equipo o una borrachera criminal en un bar de mala muerte o una banda de rock.
Qué lástima que no conozcas ni tu nombre ni tu apellido ni a tu equipo, ni a ese bar ni a tu banda preferida de rock. Qué lástima me da saber que no recuerdas nada de tu vida, porque tu vida desapareció según me han dicho toda esta semana los doctores. Desapareció al desaparecer tu memoria. Y qué peso terrible en mi cabeza saber que puedo ser la única persona en el mundo que tenga lo último que fuiste, porque estás lejos aunque ya no sepas ni siquiera que significa estar allí.
Qué desgracia que te haya pasado esto, que tu vida haya abandonado el gris y ahora sólo exista en el blanco de este cuarto de hospital, en el blanco de esas enfermeras y de esta luz blanca que cae sobre nosotros. Qué desgracia saber que no te vas a acordar de mí por más que se luche con ese brutal hematoma que te hizo ganar una amnesia irreversible y blanca y no una muerte negra que deseé cuando descubrí que te habías marchado. Muerte negra que sería quizá mejor, que quizá habría llegado de haberte acribillado un autobús y no una raquítica motocicleta, que fue suficiente para que dejes de acordarte de mí y de cómo nos conocimos, dónde. De todo lo que me dijiste y contaste sobre ti, hace ya varios días.

lunes, 15 de febrero de 2010

La Hora de la Estrella, de Clarice Lispector


1.
Los choferes hablan de esa hora, la hora de la estrella, como el momento del día más dificil para trabajar. Una hora terrible, en donde la luz artificial es inútil y la penumbra tibia, indecisa. Una hora en que el sol agoniza, y se derrite detrás del hoizonte, es jalado con una cuerda, desde los infiernos y aparecen los primeros astros nocturnos, más como rumores y susurros que como otra cosa.
Pero siempre hay una estrella que calla todo, todo lo congela. Una estrella desafiante, colgada por una mano a la vez sublime y tenebrosa. Esa estrella nos depara algo.
2.
A Macabea, la protagonista de esta novela, su estrella le depara algo, aunque ella no lo haya sabido nunca. Porque Macabea nunca miró hacia arriba, porque miraba para abajo, siempre.
Esta estrella tiene y no tiene nada que ver con el destino. Ese único instante en que Macabea la mira tampoco lo sospecha, aunque la lastima, la desangra.
El brillo de esa estrella, lo que miramos y nos deslumbra, no es la vida, es su historia, su relato. El relato que en realidad, no es sustancia. La sustancia dentro de la estrella, sus satélites y sus plantas y sus cometas, es la vida, esa vida que que para nosotros es inalcanzable, lejana, imposible.
La vida de Macabea no se nos revela, nunca, ni siquiera parcialmente, que sería algo.
Lo que nos cuenta Lispector, a través de un narrador masculino, es un destello apócrifo, como cualquier destello. Este narrador no tiene ningún problema en mostarnos su condición interna, su propia psiquis.
Una voz masculina que nos cuenta la historia de un personaje femenino, que a la vez han sido dads a luz por una autora (Lispector) es consternante. No quiero decir que nuevo, pero si consternante. Es inevitable no sospechar del texto que estamos leyendo, porque estamos inseguros de su identidad. Pero aunque uno de los valores que le podemos sacar a esta novela es el tratamiento que le da al problema de género, yo prefiero mirar esta novela con ojos asexuados (si eso es posible) y reflexionar un poco sobre la naturaleza de la narración en esta novela estremecedora.

3.
Paul Ricoeur piensa que el hecho de narrar implica ya una reflexión sobre lo narrado. Es verdad. El nombre que les damos a las cosas, es ya su metáfora y su comentario. De la metáfora ha salido la literatura, el arte, y del comentario el pensamiento, la enayística, la historia. En ambos casos es inevitable la existencia de un narrador. En la literatura específicamente el narrador es un elemento que juega con las reglas del texto y con el resto de sus elementos. Este juego interno, es en ocasiones brutal. En Lispector es mortal.
El narrador (que a su vez está siendo narrado, construido, como cualquiera de los elementos del texto que este mismo maneja) abre un espacio de relación muy íntimo entre él y su personaje principal. Se trata de un narrador omnisciente que es a su vez un narrador en primera persona y un narrador testigo. Mejor dicho, es lo uno o lo otro cuando se le da la gana. Esta volatilidad del narrador, no solo está ubicada en el tiempo narrativo o en la voz que utiliza. Está sostenido invisiblemente en eso, claro, pero lo que demuestra su inseguridad, sus constantes cambios de opinión, es una preocupación sobre el acto de contar una historia, los motivos para contarla: en fin, los motivos de la literatura.
Contar una historia, escribir ficción, es un arte de libertad de los más puros que pueden existir, pero es a la vez su propia cárcel. ¿Quién sufre de esta paradoja si no es el narrador? El autor empieza a escribir y libera en la selva al narrador, como a un perro en un parque. Cuando termina de hacerlo, no se lo lleva con él a su casa, a su encierro y a su vida en estado de postergación. Un perro encerrado en una casa es solo una vida en estado gaseoso, al salir al parque se convierte realmente en vida. Igual que el narrador se encuentra dentro del autor antes de que se empiece la escritura. A diferencia de los perros que sí regresan con su amo a su casa para volver a ese estado gaseoso, el narrador es olvidado, dejado a su suerte, perdido en un parque conocido (el idioma) pero invadido por criaturas desconocidas que lo modifican. Criaturas misteriosas y potencialmente peligrosas (los lectores). El narrador deambula entonces como un perro abandonado, como un perro indeseable por un amo que o lo olvidó o se hizo el distraído para que el can se pierda y no regrese más. Es un perro feísimo y fastidioso.
Los lectores apasionados, con poca frecuencia nos hemos detenido para observar al narrador (y esto es un plurar muy singular). Es un perro antes desafiante, ahora callejero que no merece contemplación. La literatura se ha preocupado por el que cuenta: la voz poética, el alter ego. Sin embargo, se ha visto que desde Cervantes existe una preocupación por el que narra, especialmente en la segunda parte del Quijote. También lo hemos visto en Pessoa, con sus diferentes voces poéticas, incluso bautizadas con otros nombres. Este personaje, este ente, este parlante, no solo es el vínculo entre los personajes (también el argumento, los temas, etc.) y el lector o en el caso de la poesía entre la revelación poética y el lector. El narrador sufre el proceso mismo de la literatura, está en su centro, en pelotas a oscuras y gritando.
4.
En la novela de Lispector el narrador toma conciencia de sí mismo, de su existencia y de su condición. Esto ocurre con uha frecuencia cuando el narrador es a la vez un personaje de la obra de ficción. En otras palabras, la autocontemplación de un narrador ocurre cuando su persona es afectada por algún elemento del texto. En "La hora de la estrella" se habla de Macabea en tercera persona, sin embargo, existe una segunda narración en primera persona donde existen constantes reflexiones sobre su experiencia en la narración. Se trata de un narrador masculino que, al cumplir con el proceso de la escritura de la trama, sufre un proceso interno tan intenso como la vida de su heroína. Además de revelarnos los secretos de la construcción de una historia, es un narrador que sufre también como una persona con sangre en las venas.
El proceso que se nos abre frente a los ojos ilumina ciertas tácticas y mañas, destapa los secretos de la narración, como una experiencia oscura y repleta de emociones. Si bien se trata de un ejercicio intelectual, la escritura de ficción se presenta como un camindo repleto de fantasmas que amenazan con aniquilar el alma de quien lo ejecuta. Este camino sombrío muchas veces consume al narrador quien también sufre un cambio al irse soltanto la trama. Esta transformación nos la muestra Lispector sin ninguna misericordia por su narrador, aunque esta actitud de la autora está disimulada. El narrador por su parte tiene conciencia sobre su función y es en el tratamiento que le da a su personaje, a su Macabea, que

jueves, 11 de febrero de 2010

¿Cómo hizo para vivir sin ella?. El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella


1.
La primera vez que alguien me recomendó ver esta película e Campanella la bajé inmediatamente. Yo soy un tipo que se deja llevar mucho por los títulos, aunque luego me decepcionen brutalmente (The Notebook, De Amor y de Sombra, Away from Her, etc etc etc). Esta película me la recomendó la Cris Ordoñez, a quien le mando un abrazo de paso, aunque sea posible, muy posible que no lo lea. Más que recomendármela me ordenó verla. Obediente bajé el título en el internet y, para mi sorpresa la magistral pieza se bajó en lo que me fui a una clase de 4 a 8.
La miré enseguida. Previamente compré una botellita de vino, unas botanas (como bien les nombran aquí a las picaditas) y unos cigarros para conectar la compu al televisor y disfrutar la función.
La disfrutaría varios meses después porque la película que me bajé con ese título era una cruda película de porno hardcore italiana que vi por unos instantes, preguntándome porqué la Cris me la habrá recomendado. No hallé fallo, aunque la seguí viendo: ya había preparado la antesala.
Sí se me demoró mucho tiempo más en bajar la verdadera, aunque confieso que la olvidé por esos meses de frío polar en Puebla. La descubrí completa y humeante una tarde de estas en la lista de cosas bajadas en Ares y la vi en seguida. Esta vez sin preparación, con pocos cigarrillos, sin vino y en una silla incomodísima de la que no me despegué hasta que se revelara el secreto.

2.
Campanella se las arregló para seguir hablando de ciertos sucesos en la Argentina sin que parezca que lo está haciendo. A simple vista, o en función del relato lineal de la trama, los acontecimientos políticos del país austral aparecen como elementos laterales en la película, aunque en realidad sean su espina dorsal. Una espina dorsal invisible, por suerte, porque ya estamos hasta la madre de que el arte mexicano siga hablando de la revolución y el argentino de la dictadura: de historias, ambientes y personajes, recontraconocidos en su nostalgia y su épica de la derrota.
La historia se desarrolla en la Argentina del 74, aunque se la piense desde la Argentina de ahora. Un hombre jubiado está en el proceso de escribir una novela sobre una causa que llevo allá en los 70 sobre el asesinato de una joven en Buenos Aires. Espósito (el protagonista) resuelve la identidad del asesino a través de una vieja fotografía. Al mismo tiempo, este hombre debe sufrir el hecho de que la mujer que ama ha elegido el tedioso camino del matrimonio por compatibilidad de clase.
Como se cuenta es una trama sencilla, vejísima, y más o menos cursi. Sin embargo, está llena de elementos periféricos que le inyectan una vitalidad semejante a si estuviéramos viendo una película sobre detectives tipo Insomnia, o leyendo al Paul Auster de La Ciudad de Cristal.
Por otro lado está la estrategia de la película, o la estructura a mi modo de ver brillante. La película nos ofrece un falso paralelismo entre el esposo de la víctima y Espósto (el, digamos, detective) ambos imposibilitados de amar a quien aman. El verdadero paralelismo existe entre el héroe y el asesino, algo que como espectador emotivo cuesta admitir, duele.
El final, es sencillamente su naufragio.

3.
Hay que ver esa película gane o no gane el oscar.

Mañana en la batalla piensa en mi, de Javier Marías


1
¿ Qué se gana escribiendo una reseña sobre una novela que seguramente lleva muchas a cuestas, incluso algunas innecesarias, y de la que se ha hablado mucho, quizá demasiado, no solo en sectores académicos sino hasta en charlas de café o en espacios periodísticos planos?: Nada.
Pero a mí no me pagan por escribir una reseña sobre un best-seller, ni tampoco es un abstract de algún trabajo más importante para alguna clase y estoy probando el blog para ver si alguien me hace algún comentario y tampoco trabajo para una librería que exige que sus obreros estén al tanto de la literatura española del siglo XX. En la única librería que trabajé nunca tomé a ningún autor español ni de ese siglo, ni de este ni de ninguno. En esa librería no me dejaban leer. Qué se le va a hacer, política de la empresa.
Esta es más bien una reseña irresponsable en todo el sentido de la palabra. Porque ni al libro, que habla por sí solo, ni a mí, que creo también tener esa libertad/virtud/suerte, nos hacen falta estas líneas.
No se gana ni se pierde.
Escribo por la segunda razón. No se pierde nada recomendando la lectura de este libro.

2
Javier Marías es posiblemente uno de los autores en nuestro idioma más importantes en los últimos 30 a 40 años. Desde Los Dominios del Lobo hasta Tu Rostro Mañana, el autor madrileño ha abierto caminos no solo en su uso del lenguaje, sino a una nueva forma de presentar la narrativa, sobre todo la novela. Muchos han criticado a Marías porque su uso del español es irreverente a las reglas sintácticas del “buen escribir.” No son pocos los estudios que citan y citan y citan pasajes de alguna novela de Marías para probar su mal uso del idioma. Algunos hablan de que es un autor desconcentrado, otros, de plano, un mal escritor y algunos más arriesgados piensan en él como una mentira de la casa editorial que publica sus obras (¿Lo digo? Sí, qué chuchas, ¿alguien me va a denunciar, suponiendo que alguien me va a leer?: Alfaguara). Jorge Herralde, uno de sus confesos discrepantes, cree estas tres cosas juntas.
Cierto o no, yo no quiero hablar de Marías quien, por cierto, es miembro de la Real Academia de la lengua Española. No que a mí me importe, ni me signifique nada esto último, pero supongo que tan mal no ha de hablar el idioma si anda sentado en esas sillas. A mí me interesa hablar de una novela que habla por sí sola. Una novela que creo es de las que mejores que he leído, es decir, que me taladro el pecho, me atravesó una estaca y me clavo al sofá en la que empecé a leerla. Una especie de crucifixión a la que me sometí voluntariamente.
3
El argumento es el siguiente. Una mujer a punto de hacer el amor con un hombre por primera vez comete la descortesía de morirse en sus brazos, de manera inesperada. El hombre, como es lógico, no tiene una sola idea de cuál es la salida brillante a ese problema. Démole chance: no hay ninguna salida brillante de esta situación, cada salida que imagina lo implica de una manera u otra en la escena de la muerte. Pero no de la muerte, en algo peor: en la escena del adulterio. Porque Marta, la finada Marta, estaba casada y tenía un hijo que no dormía en la habitación de alado. Lo que viene durante más de 400 páginas de novela es una especie de escritura paranoica, que es la vida del protagonista y sus insensatas acciones.
Más allá de un argumento, que por sí solo narra una historia excepcional, va más allá de él. Un argumento no puede ser la pieza central de una novela. Ni tampoco el cómo se cuenta. El argumento en una novela que pueda sobrevivir el paso del tiempo debe activar otros elementos en una obra de arte. Estos elementos pueden ser explícitos o implícitos. Un simple argumento, por sí solo es olvidable, porque solo nos permite una lectura, además una lectura constreñida por el contexto. Si el argumento consigue disparar otra cosa que lo supera y lo envuelve, pero al mismo tiempo lo penetra y habita, este deja de ser el centro de la novela y se convierte en un elemento. Esa lectura lineal se acabó: a cualquiera que se arriesgue a escribir una novela que solo se sostenga en su trama está condenada al olvido.
Cuando la historia dentro de la novela es tan brutal es fácil descuidar el resto de los elementos que la habitan. Marías lo logra, sin embargo, al mismo tiempo, coloca a los personajes en situaciones insospechadas, en una fragilidad que los desnuda (no los transparenta) ante los ojos del lector, como en una película porno. Ya he dicho algo parecido de Átame de Almodóvar, y lo vuelvo a decir en este caso. A diferencia de Átame, empero, los lunares en la entrepierna que miramos, son también otra cosa, son el sexo mismo del personaje, toda su profundidad.
Esa profundidad no es sicológica. Gran parte de la novelística del siglo pasado creo personajes vulnerables al sicoanálisis, producto, claro, de la estela de la puesta en escena de Freud. Pero el personaje posmoderno, le escapa al psicoanálisis, recoge la caca del perro con algunas páginas de algunos libros de psicología, sonriendo previa y triunfalmente. Este hombre post-psicoanálisis es un abismo por sí mismo, no dentro solo dentro de sí: está ausente de sí mismo. Este es el personaje de Marías: paranoico, frágil, en franco proceso de desintegración, como si en cualquier momento se pudiera romper en mil pedazos. La palabra es fragmentario, no fragmentado.
Cómo logra Marías presentarnos este personaje de los 90, en un mundo deslumbrado por las guerras televisadas en vivo por CNN. A través de un lenguaje descompuesto, de una estilística que duda entre la narración y el ensayo, no por su cópula o su mezcla, sino por su olvido.
El personaje hijo del psicoanálisis, personaje que podemos intuir en varios autores del Boom y el pos-Boom, sabe bien de su fragmentación y de los límites de la conciencia, pero ignora los oscuros hilos que unen sus pedazos o que amagan con unirlos más por violencia que por otra cosa. A Marías le interesan estos intersticios que intuimos entre nuestros pedazos, entre lo que vivimos y contamos. Allí mete Marías sus novelas y ésta particularmente, explora el vacío.
4
Siempre hay un espacio que es a la vez desolado y ruidoso entre lo que somos y lo que fuimos, en lo que somos y nos contamos que somos. Siempre pasa algo en ese breve espacio en que no estás, diría Pablo Milanés.
Mañana en la batalla piensa en mí habita esos vacíos.