lunes, 5 de abril de 2010

La Junta

LA JUNTA (tributo a Camus)


Hubo momentos en mi vida mejores que este, aunque ahora no me puedo quejar, paso el tiempo tranquilo sin nadie que me moleste. Podría decir que hubo momentos en mi vida más turbulentos, más apasionados, esos tiempos se acabaron. Ahora mi vida se reduce a mi celda, mi intensa paliza anual, y ver jugar al Barcelona todas las semanas por la televisión. Yo era joven, alrededor de 18 años y no sabía lo que quería, solo sabía que mi vida en ese momento me parecía normal, y si cambiaba sería por cuestiones ajenas a mí, no tenía interés en cambiarlas. Nunca creí que poco tiempo después acabaría en la cárcel idolatrado por unos y odiado por otros. Crecí en la ciudad que fue el referente para que mi provincia se llamara “El Oro”. Desde mi tatarabuelo, toda mi familia ha trabajado en las minas de oro de Portovelo, ahora casi secas y el oro no se a donde fue. A cinco minutos de Portovelo, allá arriba en la colina, observándonos, está la ciudad de Zaruma. Recuerdo como me aburrían los largos discursos de mi abuelo, que después escuché a mi padre y madre, a mis tíos, y hasta a algunos primos repetirla con la misma lata. Mi abuelo se podía pasar horas enteras aburriéndonos (o aburriéndome porque a todos los demás sí les interesaban esas historias) con sus ideas socialistas de cómo la bella ciudad de Zaruma fue fundada con el sudor de mis antepasados; de cómo en Portovelo vivían los explotados y en Zaruma los explotadores; de cómo estamos siempre maltratados y miserables; de cómo los políticos roban; de cómo bla yata bla yata. Yo solo quería salir a jugar fútbol. Pero simplemente bastaba que mencione el hecho que tenía partido a esa hora para que mi abuelo me obligue a escuchar por milésima vez la historia de por qué el estadio de Portovelo es el más caro del mundo (una historia que es aparentemente verdadera y que es interesante las primeras cinco veces). Así que prefería aguantarme el discurso socialista de por qué hay que matar a las oligarquías de nuestro país y como cada uno es más ignorante que el otro, aunque él siempre se excluía de cualquiera de estos grupos. Con el tiempo dejé de escuchar las historias, solamente me sentaba con todos mis primos y tíos, ellos siempre atentos, y pensaba en la fecha del campeonato nacional que estaba por venir y contra quién jugaba mi equipo, el Barcelona. Imaginaba resultados, alineaciones, los cambios que se harían, quien metería los goles, como quedaría la tabla de posiciones después de la fecha, cuanta gente iría al estadio, que dirían las noticias en la noche respecto al arbitraje, y mil cosas más muy útiles para aprovechar el tiempo perdido en las charlas obligatorias. Yo no entendía cómo todos mis parientes no se cansaban del tema, y como yo era una minoría absoluta, no me quejaba. Después comencé a quemar tiempo también viendo como reaccionaban mis primos con cada “nueva” idea de mi abuelo, con cada “nueva” forma de explicar la sangre que debe correr para liberarnos. Mi prima Marcela y mi primo David (mejor conocido como Davicho), que eran contemporáneos a mí, ambos hijos de mi tío Holguer, el menor de los siete hermanos, eran los más apasionados con la revolución. Siempre llegaban a casa con nuevos libros de revolución y noticias del socialismo en el mundo. Sus habitaciones eran agotadoramente rojas, llenas de estrellas por aquí y por allá, banderas de Cuba y después de que me llevaran me contaron que tenían banderas y cuadros con mi rostro. El Davicho tenía tatuaje del Che en el hombro izquierdo y la Marcela se sabía todas esas canciones tristes corta-venas en guitarra. -Nos estamos yendo a Quito a la reunión de la Junta Revolucionaria, ven Cristóbal, sería bueno que te involucres más.- Me decía el Davicho. – ¿No te importa nada la revolución?- me gritaba la Marcela como si fuera uno de sus “camaradas”-¿acaso estás contento viendo todas las injusticias que pasan en nuestro país? Salimos mañana, espero que vengas Tobal.- Yo solo quería decirle que tenía que descansar para el partido de esa tarde, que no quería recorrer 16 horas en bus para ir a oír a muchas personas lo que ya he oído de mi abuelo más de una vez. Pero no tenía sentido pelearme con ellos así que siempre respondía seca y tranquilamente: -bueno, mañana voy con ustedes pero me pagan el pasaje-. Accedían diciendo que mi abuelo seguramente nos paga sabiendo que vamos a la Junta. En uno de los viajes a Quito a las reuniones con la Junta, yo mismo les dije que quería ir y se sorprendieron y me felicitaron, hasta me dieron una banderita del Che. Lo que no sabían es que quería ir a ver el partido del Barcelona contra la Liga ese fin de semana, pero obviamente omití eso cuando les dije que quería ir a Quito. Talvez no fue una buena decisión haber ido a ese viaje. Ese viaje fue el que cambió mi vida, aunque si solo hubiera dependido de mí, no hubiera cambiado nada.

Llegamos a Quito el viernes a la tarde, era feriado de carnaval. El partido del sábado mantenía las esperanzas de que sea un buen fin de semana. La reunión de la Junta era el sábado por la tarde, el domingo tooooodo el día y el lunes durante la mañana. Así que convencí a mis primos de que me acompañaran al estadio. Mis primos también eran Barcelonistas, supuestamente, pero fueron de mala gana porque querían preparar sus discursos para esa tarde. Todo el camino hacia el estadio me tuvieron escuchando sus premoniciones de que por fin se iba a proponer una revuelta más radical en esta Junta, de que por fin saldríamos a las calles a expresar nuestro desprecio por el capitalismo, que ahora sí sería violento y radical, y etc etc. Hablaron tanto que no pude prever con cuidado las alineaciones titulares de ambos equipos y las posibles técnicas que le serian útiles al Barcelona para ganar este partido. El Davicho es un tipo bastante grande y la Marcela no es muy fea que digamos, entonces más de uno le silbaron y más de uno recibió creativos insultos y amenazas de muerte por parte del Davicho. Yo sabía que no debía meterme o recibiría iguales amenazas así que siempre solo seguía caminando.

El partido fue en general muy bueno, aunque el árbitro pitó más de una falta inventada a favor de la Liga, pitó más de un offside inventado del Barcelona, y expulsó injustamente a uno del Barcelona por escupirle a un defensa de la Liga. Total el partido quedó 3-1 a favor de la Liga y salimos insultando al árbitro y a los liguistas, aunque después de veinte minutos ya no me dio ganas de seguir insultando, por suerte mis primos nunca se cansan de eso. Los tres íbamos con bandera del Barcelona y yo iba con la camiseta del año pasado. Caminábamos rápido porque la Marcela iba gritándonos que estábamos tarde para la Junta. Llegamos como una hora tarde y recibí grandes insultos de mis primos porque decían que era mi culpa haberlos llevado al partido de mierda para llegar tarde a la Junta. Para mi valió la pena el atraso, a mi me daba igual la famosa Junta de todas maneras. Entramos en un auditorio de unas 500 sillas y tres cuartas partes estaban ocupadas. La decoración era muy parecida al cuarto de mis primos, banderas rojas de la antigua Unión Soviética, banderas de Cuba, banderas del Che, banderas de los Estados Unidos pintadas una X encima, caricaturas obscenas de Bush y sus amigos, y banderas de la Junta Revolucionaria Ecuatoriana por todas partes. En el escenario había unas cinco mesas con los que parecían los dirigentes de la Junta, y en un lado un podio en el que había una chica de unos veintitrés años, rubia, alta y con una voz increíblemente fuerte. –Ve Davicho es la Dani la que está hablando-. Por lo visto la Marcela y el Davicho la conocían. La Dani hablaba en el borde del grito, llenaba la sala con palabras fuertes y con una voz bastante masculina, esa manera de hablar no coincidía con su imagen. -…las oligarquías han llenado al país de miseria. Hay demasiada miseria y demasiados crímenes. ¡Cuando haya menos miseria habrá menos crímenes!...-. Y la gente aplaudía y sacudía las banderas con vehemencia, entre cada frase se escuchaban gritos de apoyo, aunque parecían gritos de guerra. La Dani sí que sabía poner de pie al público. Encontramos unos asientos y mis primos sacaron sus banderas de la Junta y me dieron a mí una del Che, la mirada del Davicho al pasármela me hizo dar cuenta claramente de que debía agitarla como maniático o me convierto en blanco de insulto. Ya me estaba cansando de mover la bandera cuando por fin la Dani dejó el podio y subió un tipo calvo, gordo, con una guitarra y una cinta roja en la cabeza. -Algunos de ustedes no me conocen- y en verdad no tenía idea quien era – pero he venido aquí de muy lejos, de Centro América, y esta guitarra la traje para cantarles un poco acerca de la revolución.- este calvito tenía acento cuencano clarísimo, luego se calló y hubo silencio por unos segundos. Entonces gritó con una violencia que me asustó, -¡Pero ya no vamos a cantar, es hora de actuar!, saldremos a las calles a dejar la vida si es necesario, ¡Pero este estado de miseria y desigualdad ya no es aceptable!-. Y lanzó la guitarra y la aplastó contra el escenario. Por suerte mis primos no escucharon mis disimuladas risas. –Mañana en la mañana saldremos de aquí, saldremos a las calles y lucharemos, dejaremos de hablar con las paredes y nos haremos escuchar por la fuerza-. Cuando terminó de decir esto hubo un griterío estrepitoso y miles de banderas se alzaron, la gente comenzó a chillar, a silbar, a saltar. Mis primos estaban totalmente desquiciados, lloraban y gritaban, sus rostros se pusieron rojos y sudorosos. Él único que al parecer no tenía ganas de luchar era yo, eso es lo más irónico de que sea yo el que haya tenido que pagar. Este calvito había llegado más lejos que mi abuelo en sus emociones.

El resto de la tarde siguió con discursos parecidos, pero en general todos hablaban de cómo mañana saldrían a matar al capitalismo y a patear bombas lacrimógenas. Muchos fueron más prácticos que otros y describían con detalle las estrategias que debíamos de tomar, que calles tomarse, con que armarse, con que defenderse. Uno inclusive dijo que ya tenía quinientas bombas molotov para usarlas en caso de emergencia, yo nunca he sido muy amigo de las bombas molotov; es más, ni siquiera se muy bien como armar una. Otro dijo que traería mascarillas para todos en caso de que haya bombas lacrimógenas. Odio las bombas lacrimógenas y ya no podía escuchar siquiera, el dolor de mi brazo de tanto mover la pesada bandera era muy fuerte. Esa noche dormimos en el mismo auditorio en las sillas. Generalmente dormimos en un hostal cerca de ahí pero hoy no, solo los más cansados dormíamos en las sillas mientras los dirigentes con muchos entusiastas (mis primos incluidos) planeaban detalladamente las marchas del día siguiente.

Al día siguiente salimos a las calles en una marcha al parecer muy organizada, comenzamos por la avenida América en dirección al parque del Ejido. El objetivo era ambicioso, llegar hasta la Plaza Grande a gritarle en la cara al Palacio de Gobierno. A mi me parecía totalmente ilógico e irreal, no llegaríamos ahí sin primero recibir grandes represalias por parte de la policía y el ejército que aparentemente ya sabían las intenciones de la Junta y esperaban en barricadas a la altura de la prefectura de Pichincha. Yo solo quería que ya se den por vencidos y poder descansar para el largo viaje de vuelta hasta Portovelo que nos esperaba. Era una caravana de unas cuatrocientas personas, mis primos querían ir en la primera fila y no quería imaginarme lo tedioso que sería encontrarlos de nuevo si los perdía, así que yo también fui a la primera fila. Todos iban de rojo y negro, yo estaba con la camiseta del Barcelona; todos tenían las yugulares hinchadas por la emoción, yo iba relativamente relajado; todos iban con banderas gritando a coro frases contra los Estados Unidos y contra todo en general, yo solo escuchaba esas frases como si vinieran de muy lejos, las había escuchado demasiadas veces como para que me causaran algún interés. Llegamos al final del Ejido y vimos como se organizaban una pared de unos cincuenta o sesenta policías armados con escudos, toletes, máscaras y escopetas para lanzar bombas lacrimógenas. Cuando estábamos a unos treinta metros de los policías, los gritos de los revolucionarios se callaron inmediatamente, nos detuvimos. La policía no movió un dedo pero todos estaban con los ojos fijos en nosotros y parecían listos a cualquier cosa. Yo no soy una persona violenta aunque he tenido muchas peleas, la mayoría por culpa del Davicho, y siempre soy yo el que termina dando y recibiendo los golpes. Ese día no tenía muchas ganas de entrar en una batalla y de recibir golpes por un ideal que me daba lo mismo, por hacer un cambio que exige más esfuerzo del que estaba y estoy dispuesto a hacer. Fue un silencio sepulcral por unos treinta segundos hasta que un policía se alzó desde detrás de la pared y gritó por un altavoz, -¡tienen treinta segundos para retroceder y regresar por donde vinieron o abrimos fuego!-. Lo dijo con una determinación que me alivió porque dije que seguro no van a ser tan idiotas de lanzarse contra un grupo de gente armada y que seguramente ya pidieron refuerzos. Para mi sorpresa nadie se movió por unos dos minutos eternos. – ¡última amenaza! Retrocedan o abriremos fuego-. Nada. Entonces desde atrás voló una botella prendida en llamas que cayó al suelo a solo centímetros de la primera línea de policías. Ese momento se escucharon gritos incomprensibles de los policías y todo se llenó de gas. Lo primero que vi después fue que toda la masa de gente de la Junta corría hacia atrás y la policía corría hacia nosotros. Corrí con toda la fuerza que pude hasta refugiarme detrás de una casa con un grupo de tipos que prendían bombas molotov. Volaron varias bombas más hasta lograr que la policía deje de avanzar, aunque ninguno de ellos recibió una bomba directamente. Lo que pasó a continuación no puedo recordarlo con claridad, cuando después el juez me preguntaba -¿por qué lo hiciste?, ¿quién te dijo que lo hagas?, ¿qué estabas pensando?- yo solo podía responderle que no se por qué lo hice, nadie me dijo nada y simplemente no estaba pensado. Recuerdo que me dejé llevar, que comencé a sentir que vivía en un sueño, que todo lo que pasaba era mi imaginación. Todo ocurrió como en cámara lenta, alguien gritando -¡hay un francotirador en la ventana del edificio!-, el enmascarado por la ventana de un cuarto en un segundo piso de enfrente, tener una botella prendida en mis manos, correr a la mitad de la calle y lanzar la botella con absoluta precisión por el cuarto y caer al suelo cegado por la explosión.

Después solo recuerdo haber despertado en un hospital con muchos policías en el cuarto y conectado a muchas máquinas. No podía hablar, un oficial furioso se me acercó con un espejo y me reflejó. -¡ves cómo quedaste desgraciado, te sacamos la puta pero no te matamos a propósito para que te pudras en la cárcel! ¿Te gusta tu nueva cara imbécil?-. No me gustaba para nada. Mis ojos eran dos círculos morados irreconocibles, no tenía ni un diente en la boca, a una oreja le faltaba la mitad de arriba, la otra estaba completamente morada y mis labios parecían haber crecido el triple y estaban partidos y sangrando. Entonces caí en cuenta que todo me dolía. No podía moverme, tenía yeso en mis dos brazos y en una pierna, un tubo salía de mi estómago y tenía un cuello ortopédico. Traté de decirles que no fue mi intención, que yo nunca planeé algo así, que ni siquiera me importa la Junta. Pero estaba muy adolorido y ellos muy serios y decidí no decir nada. No se cuanto tiempo estuve ahí, pero sé que no vi a nadie conocido. De vez en cuando venía un policía a recordarme que nunca volvería a caminar libre, que soy un maldito y que todo para mí estaba perdido. Poco a poco me fueron quitando los tubos y yesos. Cuando quería dormir me concentraba en los sonidos de las máquinas y cuando quería pasar el tiempo, recordaba los mejores partidos del Barcelona. Imaginaba lo mismo que en las charlas de mi abuelo, pasaba el tiempo entreteniendo mi mente con todo lo que podía, especialmente con el fútbol. Casi no pensaba en mi familia, no me daba ganas, y cuando lo hacía, terminaba muy cansado tratando de recordar sus rostros. Cuando pasaron alrededor de tres meses, según me dijo la enfermera, me trasladaron al Penal García Moreno y todo se arregló. Podía dar paseos por el patio y todos me respetaban por alguna razón incomprensible para mí. A los dos meses de haber estado ahí me visitaron mis primos. –Te has convertido en el nuevo icono de la Junta, Cristóbal, tu cara se ha hecho un símbolo de valor y revolución-. Me dijo la Marcela para mi sorpresa. –No puedes imaginarte lo orgulloso que estamos de ti- me dijo el Davicho con lágrimas –y lo orgulloso que está el abuelo, no tienes idea. Yo se que dicen que no había ningún francotirador, que era una familia normal y corriente la que mataste, pero no es verdad, estamos convencidos de que dicen eso para hacer que te sientas culpable y dar mala imagen a la Junta-. Yo no estaba arrepentido, no hubiera querido matarlos pero no tengo que arrepentirme de algo que hice en un estado de conciencia alterado por la muchedumbre y el gas. De todas maneras si no lo hacía yo, había varios más conmigo que casi se me adelantan. Como ya dije en un principio, cada año aproximadamente recibo una paliza por los guardias pero con la clara orden de que no me maten. Después de eso generalmente paso unas semanas en el hospital. La paliza y el hospital lo paga la familia de las personas que maté, y pagan buen hospital porque quieren que tenga muchas zurras más en mi vida. En el hospital a veces me visitan unos jóvenes que me hablan de su sobrina de cinco años estaba en esa casa aquel domingo de carnaval. Así he pasado por los últimos 25 años, recibiendo palizas e insultos, lo bueno es que son tan buenas palizas, que a los otros presos ya no les dan ganas de pegarme cuando me ven llegar del hospital, así que me dejan en paz. No tengo ningún rencor con esa familia ni con la mía, que ya no me visita desde hace 16 años, yo también hubiera dejado de visitarles. Por lo menos no pago renta y veo el fútbol todas las semanas.

Mandrake