jueves, 25 de marzo de 2010

Exposición de Bonsais en el Jardín Botánico




Recomendado para todo aquel afortunado quiteño o residente extranjero que desee ver una hermosa exposicion de bonsais en el parque La Carolina, abierta hasta el 28 de Marzo. Les invitamos a ver nuestra seccion de fotos para que miren algunos de los bonsais de la exposición.

miércoles, 24 de marzo de 2010

En la Corte del Rey Carmesí



Saludos querid@s lectores; o con mayor certeza: saludos a Estuardo Novoa, Mauricio Castillo, a Mandrake-ávido bloggero, y a l@s sin-foto mafernand38, Fernanda, Daniel Montenegro (más conocido como Tobicin) y a Victoria. No podemos además olvidar la omnipresencia de Toby_al_mundial, querido fundador y gestor del blog . Se les agradece de antemano los minutos que dediquen, de su tiempo de viaje cibernauta, a las letras que por aquí circulan, de vez en vez. Les cuento que para los escritores de este blog, más específicamente para Toby y “su servidor” (y recientemente Mandrake, con su interesante 1era respuesta) esas letras talvez representen, más que una actividad secundaria, una necesidad. Y es esa necesidad de escribir, de comunicarse y expresarse la que intentamos rescatar, sobre todo cuando el interesado carece de medios y oportunidades formales para hacerlo. Buscamos lectores, buscamos oportunidades de expresión, más bien de discusión. Porque la comunicación unilineal no existe. Se necesitan de dos, de confrontaciones, de pensamiento, y se necesitan de ALGUNOS más, sin duda, si se buscan cambios.

Y con este afán les invito a leer este nuevo intento de escritura independiente que su humilde servidor les trae, dirían algunos, con más huevadilla. También lo hago a forma de respuesta a nuestro primer debate iniciado hace ya algunas semanas, tanto en su pregunta específica como en su propuesta general. Escribir sobre arte, sin duda, se debe hacer con suma humildad y prudencia. Puesto que yo no soy un estudioso del arte, más bien un espectador, quisiera demás ceñirme a aquella rama artística que más me ha atraído: la música. Largas y hermosas son las horas que la dedico, y una vida sin música, para mi, no es vida. La vida, por tanto, me llevó recientemente a escuchar y conocer a una banda a la que por alguna razón postergué en mis promesas futuras de apreciación: King Crimson es su nombre, el Rey Carmesí! Y en la larga trayectoria musical, empecé por escuchar su música sementera… grata mi sorpresa, más que grata! Inolvidable.

21 Century Schizoid Man es una canción profética escrita en los sesentas, es talvez una advertencia de un futuro que nosotros lo estamos empezando a vivir. Su nombre lo indica, y ahora propongo pensar que su música también.

Primero, la palabra Schizoid hace referencia a un “desorden psicológico” en el que la “personalidad de un ser humano, quien talvez presenta principios de esquizofrenia, se caracteriza por una inhabilidad por formar relaciones interpersonales y tiende a un estilo de vida solitario, secreto, y de frialdad emocional” (si digitan define: schizoid en Google, tendrán acceso a dos fuentes al respecto). Mi sorpresa, al leer sobre esto, fue evidente. A mediados del siglo 20, desde el corazón del imperio británico contemporáneo, se vislumbraba desde las artes el futuro de la humanidad bajo un sistema que propugna justamente estas mismas tendencias psicológicas. El famoso homo-economicus, apaleado ya por las feministas, es un schizoid man. El famoso emprendedor occidental, tan tristemente estudiado y reproducido, es un schizoid man. Las modernas finanzas globales, grandes redes de comunicación y “libertad”, están hastiadas de schizoid manes. El consumismo, talvez, sería su alimento y la obesidad , de seguro, su objetivo.

Segundo, King Crimson fue una de las bandas iniciadoras del rock progresivo, rock revolucionario diría yo, porque cuestiona y responde con fuerza a sus antecesores. Aprende de ellos y los desarrolla en formas que han influenciado muchos géneros posteriores, creando increíbles mezclas y un sinnúmero de alternativas de expresión, novedosas por decir poco. Es el progresivo un género que no se inicia, seguramente, con el rock, sino que lo influencia y lo vuelve impredecible, tanto en su estructura musical como en las sensaciones que podría provocar.
La letra de la canción es corta, es un breve poema que hace referencia a la guerra de Vietnam, según cuenta Wikipedia, pero su ultima estrofa es talvez más explicativa que todas las palabras que aquí he reunido:

Death seed blind man's greed
Poets' starving children bleed
Nothing he's got he really needs
Twenty first century schizoid man.

He preferido dejarla en su idioma original, pues así no se pierden ciertas peculiaridades del lenguaje (además que traductor, yo, como que no…. menos aun de poesía). Te invito, Mandrake, a que además cuestiones esto de las patologías cerebrales, tan criticadas por ti en otros blogs.

Dicen que ese Marx confirmaba el supuesto de que el ser humano (las mujeres más que nadie) es economista por naturaleza, pues la producción y la distribución de bienes permitían su subsistencia y reproducción. Pues ahora, y haciendo caso a Mandrake, propongo volver músico por naturaleza al ser humano. Puesto que es un lenguaje que todos conocemos, pero suele abstraerse de “lo político”; pues “lo político” es una clasificación bastante amplia, ya que por definición “es la actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad”; el arte nace en la sociedad, es respondona con la misma, juega entre sus espectáculos, festeja en sus fiestas, acompaña en sus reuniones, y es vida para muchos, para todos!
Consecuentemente, eso de definirse políticamente resultaría necesario, siempre y cuando uno busque una forma de leer a la sociedad, de leerse a uno mismo y por tanto al otro. Es además necesario para activar nuestro sentido democrático y volver a este proceso más participativo. ¡eso buscamos!. Debemos politizarnos, en el amplio sentido de la palabra. Más bien dicho debemos darnos cuenta qué tan politizados andamos por ahí; debemos tomar rumbo.

Además que ahora, más que nunca, debemos estar pilas!: la CONAIE (o unos cuanto de la CONAIE) se reúnen con la junta cívica del Guayas, inédito!! y aún no confirman las fechas de su protesta; Rafa pide la renuncia a la inmunidad de asambleístas que practican su legítimo derecho a investigar; el proyecto del Yasuní ITT talvez reduzca sus siglas a solo una!; la policía nacional, denunciada por tortura y desaparición; la libertad de expresión en Ecuador, de repente, bajo auditoria internacional; Chávez acusado por atentar contra algo monopolizado por el norte e incontrolable gracias a sus millones de usuarios, el Internet!, mientras que en España, en una tal ley de “economía sustentable”, el lobby internacional del copyright atenta contra miles de bloggeros y cibernautas; Zapata, héroe post mortem internacional, preso “convencional” cubano; se viene el puto 2012; etc.; etc.; etc.
Miles de temas por discutir, miles de temas por entender, y yo necesito de direcciones en mi lectura. No podemos ir ciegos entre los libros, entre las páginas Web, entre los periódicos, entre los programas televisivos, y propongo no ir ciegos entre la música, que tanto tiene por enseñarnos… por tanto hay que definirse; por tanto la pregunta de ¿cómo carajos leemos a Rafa y sus variadas oposiciones? ¿dónde nos ubicamos, y hacia dónde vamos?

…Por suerte tenemos una nueva constitución en mano… hay que hacerla vivir, hay que volverla musical….

Y de nuevo, así como Mandrake lo indica, que los artistas se pronuncien en nuestro blog. Nuestro querido Peich aportaría como nadie a estas lecturas musicales.
Me despido con una obvia invitación, y un título solicitado por el mismismo fundador: .Te Des-conozco.


Pilas Cibernautas!

viernes, 12 de marzo de 2010

Novela por Entrega. (todavía no hay título)

(A continuación voy poniendo a disposición de uds. lo que va siendo una novela en la que estoy trabajando, aquí los primeros tres capítulos que mejor dicho, son tomas, agradecería porfundamente sus críticas, sin son severas mejor)

1
Nunca se sabe con qué se puede encontrar uno si de repente entrase, por error o por azar, al mundo de un desconocido, sin que este último se entere jamás de esta invasión. Si por ejemplo entrase a su casa y pudiera indagar en su dormitorio, en sus cajones. O tal vez consiguiera descubrir sus escondites, donde siempre se puede uno encontrar con algo inconfesable: el recibo de unos preservativos comprados a última hora, una bolsa de cocaína o un arma.
Pienso en un ladrón que irrumpe una vivienda. La vivienda de un extraño que ha sido minuciosamente estudiado por el delincuente quien ha planeado el atraco de tal modo que consigue unas cuantas horas de preciosa soledad en ese mundo desconocido. Ese tiempo no sólo le bastará para cumplir a cabalidad con su trabajo, sino, también, para escudriñar en las profundidades de su víctima y descubrir sus secretos. Este es un acto tan involuntario como inevitable. El ladrón no solamente encontraría las joyas o el fajo de billetes, sino tal vez también una carta, un número de teléfono anotado al apuro. Todo esto último podría contener información que podría destruir a la víctima, mucho más que el atraco en sí mismo. Por suerte, y por lo general, el ladrón decide llevarse las joyas y el dinero e incluso podría llevarse una tostadora o un radio despertador, olvidando eso que miró, tocó, leyó o escuchó impregnado de información acerca su dueño. Estos objetos que podrían o no guardar un secreto íntimo, tal vez podrían guardar algo sin la mínima importancia. Lo cierto es que con frecuencia, seamos o no seamos ladrones, tenemos que enfrentar, queriéndolo o no, determinadas olas de información sobre las personas y tenemos que decidir qué hacer con estas.
Ahora mismo pienso en mí como ese ladrón, como ése que irrumpe la vida íntima de uno, pero que en lugar de decidir olvidar los datos obtenidos, decide escribir una novela con ellos. Pero pensar en mí como un ladrón sería ser demasiado duro conmigo mismo. De todos modos quedo absuelto por Pierre Menard. Digo que sería demasiado duro porque a veces uno no tiene la conciencia de estar cometiendo un acto delictivo. No se necesita ser ladrón o espía para saber de la vida de otro, de un extraño. Todos los días escuchamos, sin más, una discusión de una pareja en la fila del banco o en un restaurante. Recuerdo vivamente a Annie Hall y Alvy Singer en la fila para el cine. Ahora no he visto demasiadas filas para entrar al cine. Pero siempre se puede escuchar a una mujer en el bus hablando demasiado alto por el celular sin reparar en los oídos aburridos de los otros pasajeros, escuchándola confesarse con su mejor amiga o su hermana (con otra mujer, seguro). Y de repente todos en el autobús saben que la mujer va a dejar “al Ricardo” mucho antes de que este siquiera lo sospeche. Cuántas cosas que nos van a decir (y nos dicen) son interceptadas previamente por alguien completamente irrelevante: por los testigos que vieron el mortal accidente de tránsito o por el guardia de seguridad del motel. El caso es que la mayoría de las veces, al final, todos los pasajeros olvidan a la mujer que vocifera en el bus, la reducen a un comentario en cuánto llegan a sus destinos. Son conscientes de que haberse enterado de esta situación no es solamente accidental, sino, de alguna manera, ilegal. Un buen ciudadano olvida lo que escucha de su conciudadano, respeta su derecho a la privacidad.
2
Hace mucho fui por primera vez ese extraño. Ese ser convertido súbitamente en un potencial estorbo y hasta en un peligro latente.
Tenía 8 años y ya era un peligro latente. Había escuchado una conversación que ni la lluvia de puñetazos, correazos y patadas, pudieron borrar de mi cabeza.
Era una conversación entre mis padres. Yo había ido por un vaso de agua a la cocina cuando me detuvo el llanto de mi madre. Era un llanto mínimo pero agudo, tan fino que no traspasaba las paredes y las puertas, se les escapaba. Ese sonido me congeló el corazón y el paso, me impuso una pared invisible en el camino que me detuvo, me obligó a detenerme. Era la primera vez que la escuchaba llorar así. Sabía el llanto de mi madre de memoria, pero aquel tenía otros tonos, otros tenores y otros pájaros. Mi padre por su lado la regañaba de algo. Procuraba no levantar la voz. Digo que la regañaba pero tal vez la insultaba, había algo de grotesco en ese bajo que subía de decibeles a medida que me atraía hacia él. Debió ser por eso que subió de decibeles. Lo cierto, lo que importa, es que no toleré continuar con mi cometido pero tampoco tuve valor de regresar a mi habitación. Solo avancé hacia ellos como pude, guiado por la voz de mi padre y el llanto de mi madre, y por la luz que se escapaba por debajo de la puerta clausurada.
Debí haber pegado demasiado la oreja a la puerta. En realidad no puedo afirmar qué es lo que reveló mi presencia en esa oscuridad que a mis padres estaba negada con la vista. Esa oscuridad que no me correspondía habitar a esas horas y de la que creo recordar todavía invadiéndome como un espíritu diabólico o muy triste. Esa oscuridad que claramente les estaba negada con la vista pero no con la intuición, ni con los oídos. No tomaron demasiado tiempo en presentirme. Pero no fue lo suficientemente corto para que yo escuchara esa información que intercepté y que nunca debí haber interceptado. Esa información que, por otro lado, me lastimó tanto más que los golpes de mi padre desesperado por sacármela físicamente de la cabeza. Todavía puedo pararme frente a un espejo y practicar la mueca de horror de aquella noche en la que supe, en seguida, que existen cosas que es preferible no saber o no contar.
Nunca había hecho caso omiso de esa lección hasta la tarde de hoy.
3.
Maria Luisa es una de esas personas que vienen con mucha frecuencia al cyber del barrio. Tendrá unos 24 o 25 años, calculo yo. Lo verdadero es que viene al cyber no para imprimir algún trabajo para la universidad, ni busca pornografía como lo hacen varios adolescentes en las computadoras del último. Maria Luisa viene con otras intenciones. Hace algo mucho más exclusivo y más íntimo: revisa su e-mail.
A veces María Luisa puede quedarse varios minutos, incluso horas frente a la pantalla de seguro leyendo o escribiendo un correo electrónico. Sin embargo existen otras ocasiones en que le toma un minuto entrar al cyber, revisar su cuenta, pagar y salir. Eso que viene después del minuto es algo así como la tristeza de María Luisa. Una tristeza explicable tan solo con la existencia de un novio, o un enamorado que pelea una guerra al otro lado del mundo y cuyo silencio pueda fácilmente significar su muerte.
Pero esos no son los días que interesan de María Luisa. No por ahora. Ahora interesa la historia, no su silencio. Me interesan los días en que sí encuentra el e-mail de su amado, de ese hombre aguardándola todas las tardes en una pantalla de computadora de barrio. El responsable de esa sonrisa que no se le borrará a Maria Luisa por unas horas. No mientras continúe recorriendo con la memoria esas líneas como antes recorría su cuerpo y su cara. Esas palabras son eso: esa cara, ese cuerpo tragados por su relato.
Es muy probable que esta noche Maria Luisa no sueñe en él. Puede que cuando caiga vencida en el sofá de su sala, con la televisión encendida, ella sueñe con una pantalla de computadora en el cyber de su barrio. Allí no soñará con la voz de su amado o con sus manos o con su sexo. Soñará con sus palabras. Es posible para estas palabras, para esas frases lúbricas, tocar a Maria Luis, mirarla y hasta hacerle el amor. Pero Maria Luisa despertará sin él. Quién sabe a cuántos kilómetros de distancia. Qué país, cuánto tiempo. Y esa sonrisa de entonces que parecida sería a esta ciudad, a esta tarde típica de Quito en donde no se sabe si sale el sol o si llueve o si sol y lluvia copulan para dar a luz un arcoíris, como diría Benedetti si mirara a Maria Luisa. Porque esta mujer sonríe como un sol luminoso y tímido y llueve como un llanto su corazón. Sus ojos le acompañarán cuando ya no la vea nadie, cuando ya no la vea yo.
Pero es casi nada lo que puedo mirar desde aquí, sentado alado suyo, mirando su rostro según el reflejo avaro de mi computadora que apenas la enfoca y me la devuelve como una sombra. No es mucho lo que puedo saber de Maria Luisa, si es que en realidad se llama sí, tan sólo con esa instantánea contemplación de su entrada estrepitosa al cyber del barrio. Y nada puedo saber si esa sonrisa, si ese entusiasmo con el que lee está solo en mi cabeza y tan solo la supongo, y aún si existiera esta pudiera tener otras razones: una oferta jugosa de trabajo o un mail en cadena, insoportable, pero que ella considera encantadores, útiles en todo caso, para hacerla, justamente, reír. Y es muy posible que en realidad alguien le esté esperando en la heladería de la esquina o en el café de en frente o en su casa. Incluso es posible que la estén esperando dos, uno ahora, después de esto y otro más tarde y más lejos. Tal vez ese héroe de guerra es mucho más necesario para mí que para ella y es por eso que vine a este barrio del que no soy ni conocido ni desconocido. No soy de por aquí.
Sin embargo su entrada estrepitosa me alarmó, me salvó del silencio, de la página vacía. La vi saludando con familiaridad al chico que otorga una máquina a la entrada y este le correspondió con una señal aprendida de memoria, mecánica. Ese saludo me distrajo, esa voz reclamó la vista de todos los presentes. Las muchachas dejaron el chat y los pubertos detuvieron sus juegos. Ella no les correspondió con la mirada, a mí tampoco me miró. Pero yo la vi, la vi sentarse mecánicamente. Es posible que siempre usara la misma computadora y esta esté personalizada para su uso. Es posible que esa computadora ya tuviera algunos datos que ahorraran el ingreso a sus cuentas virtuales. Yo solo le ví escribir lo que parecía ser una contraseña, no la pude descifrar porque entonces, no sabía que la quería saber.

miércoles, 10 de marzo de 2010

El amor es como las lagartijas


Cuando era un poco más joven, me vi forzado a tomar una decisión que afectaría mi carrera de manera rotunda. O continuaba trabajando hasta deshoras y arriesgando el pellejo como reportero, o pasaba a otro periódico a corregir notas en la sala de redacción, con un mejor sueldo y horario fijo. La respuesta parecería obvia, pero no lo era tanto. Si bien veía poco a la familia, comía mal y me sentía explotado, era el trabajo para el que estaba formado: adrenalina sin tregua, reconocimiento de los grupos sociales que tenian como portavoz a aquel diario, contacto directo con la realidad de la Angelópolis y la posibilidad algunas veces de escribir reportajes sobre temas que me interesaban.
Además estaba Abril. Era una joven periodista de radio, entrona y tenaz, no acostumbrada a tragarse la verdad endulzada de los boletines; hacía investigación por su cuenta y planteaba preguntas difíciles a los personajes que manejaban los hilos de la ciudad. Teníamos asignada la misma fuente y coincidíamos en multitud de sitios. En las largas esperas entre una entrevista y otra, entre conferencias y ruedas de prensa, había tiempo para intercambiar opiniones. Comenzamos a contarnos confidencias mutuas; ella me hablaba de sus amores frustrados, sus esperanzas y anécdotas. Yo le hablaba de mi familia, donde las cosas no iban bien, y le mostraba una foto de mi hija casi una bebé, casi rubia, manchados los cachetes de pastel de cumpleaños, que llevaba en la cartera. No me había percatado hasta que Gabriel, fotógrafo de mi diario comentó al pasar: Chale, esa chava y tú siempre van juntos a todos lados. Parece que uno va siguiendo al otro. Y así era. Compartir tantas horas era un riesgo no calculado. Creo que empezábamos a enamorarnos.
Fue entonces que se presentó la oportunidad antes dicha, pero que implicaba renunciar al trabajo en la calle. Antes que al jefe de información se lo comuniqué a mis cuates y colegas, entre quienes se encontraba Abril: “Amigos, esto ya bailó las calmadas, de aquí a una semana comienzo en el Gran diario de Puebla y no nos veremos más”. Felicitaciones de todos y la mirada dolida de ella. “Bueno. Supongo que será mejor para tí. Excelente”.
Un par de días después, mientras llevaba al colegio a mi hija de cuatro años, ésta me soltó una perla de sabiduría infantil. Por distraernos durante el viaje en autobús, yo le pregunté acerca de lo que pensaba del amor y ella me dejó pasmado con su respuesta: “El amor es como las lagartijas, papá”. Le pedí que me lo explicara. “Si, porque llega corriendo y tú no ves de donde, y está ahí y hay que cuidarlo para que se quede, y de repente se va y ya”. Bien decía Martha de Jesús, una amiga del bachillerato, que los niños nacen inteligentísimos, somos los adultos quienes nos vamos haciendo más tarados con la edad.
Por fin llegó el último día de reportear para mí. Recuerdo que estábamos frente al palacio municipal. Comenzó una ronda de abrazos. Cuando le tocó el turno a Abril se prendió a mi cuerpo de una manera más que apretada. “Te vamos a extrañar mucho”, me dijo al oído. Tocaba ir a la redacción a terminar el trabajo de aquella jornada. Nueva ronda de despedidas y buenos deseos. Luego un grupo de compañeros y yo nos encaminamos al Bongo bongo, un table dance de medio pelo, como despedida. Allí pedimos bebida y botana. un par de botellas después, llegó mi turno de pasar al privado. Estaba una morena enorme, que nos había deleitado un rato antes con sus acrobacias en el tubo. Se quitó el sostén y mostró sus enormes senos, milagro de la cirugía. avanzó a donde estaba sentado. Comenzó el escarceo, pero me dí cuenta de pronto que no era eso lo que necesitaba. “abrázame” le murmuré al oído. Y así permanecimos mientras pasaban los cinco minutos de rigor.
Después de un regreso tortuoso, llegué hasta mi cama. Mi esposa me esperaba y con ella me sinceré. O casi. Lloré como una criatura por lo que dejaba atrás. Y me dí cuenta de que el amor es como las lagartijas, cuando se va se fue, y no hay forma de alcanzarlo.

Ramón Meza Rosales
feb-mar 2010

miércoles, 3 de marzo de 2010

La habitación cerrada, de Paul Auster



Si existe un autor cuya obra ha sido ampliamente deconstruida es la de Paul Auster (1947). Entonces lo obvio es escoger una novela de Paul Auster para mirarle a través de los ojos de la deconstrucción. Y la verdad es que son muchas las cosas que se pueden decir de este autor nacido en Brooklyn desde el lugar desde ese lugar desde el cual nos mira Derrida. Alison Russell, quien realiza una crítica deconstructivista al libro Trilogía de Nueva York (en donde nuestra novela es la número tres), ha denominado a esta serie de libros como novelas anti-detectivescas, en el sentido de que Auster presenta una parodia o una subversión de la tradicional novela de detectives americana (70). Sin embargo, para Russell no es suficiente decir que el objetivo de este autor es simplemente repensar la novela detectivesca para agregarle nuevos significados y connotaciones. Russell cree que es una cuestión de método para probar también otra cosa. Esa “otra cosa” que Auster trata en Trilogía de Nueva York es el lenguaje. En el fondo las tres novelas son la misma novela, contadas de formas distintas: “Estas tres historias (Ciudad de cristal y Fantasmas) son finalmente la misma historia…” (Auster 119), pero son formas diferentes de resolverlas. El lenguaje no parece central en el proyecto del escritor americano y sin embargo lo es de una manera secreta, en el fondo la novela trata las preguntas fundamentales del mismo, deambula entre significado y significante. De algún modo ese vagabundeo, consigue que la novela de Auster sea su propia deconstrucción.
Algunos de los elementos que cabe señalar y, de modo breve, explorar son el narrador, el autor y el género. Si el objetivo de la deconstrucción es delimitar una idea, un concepto y asediarlo hasta provocar la inestabilidad de todo el sistema, esta novela lo ha hecho. Auster ha conseguido que estos tres elementos estructurales de un texto literario ingresen en un estado de vibración inusual, de delirio diría Deleuze, que ponga a temblar a los conceptos estructurales de cierta crítica literaria. Por esto último es también válido afirmar que la novela de Auster es ya su propia deconstrucción. Más allá de esto último, es claro que estos tres elementos mencionados han sido llevados hacia otro lugar. Ese desplazamiento no es inocente ni tampoco carente de significado. Es un juego, un tropo con carga teórica. La subversión de estos elementos, no se explica por sí misma, no se explica simplemente en la voluntad lúdica de la literatura. Los juegos quieren decir siempre otra cosa cuando lleva a los elementos del texto hasta el límite de la ficción, es decir, hasta casi tocarse con la realidad.
Estos serían los dos caminos de este trabajo. El primero, la manera en que la novela habita ese intersticio entre significado y significante, ese vacío y, el segundo, el manejo subversivo de los elementos de la novela a favor de una nueva mirada sobre la misma.
Nuestra novela, La habitación cerrada, habita los vacíos. En parte porque la ficción, la literatura en general está en el presente (Derrida 25). El presente que es inasible y que siempre es un estado de transición desde un lugar hacia otro, desde un tiempo hacia otro. La novela detectivesca tiene esa característica: de existir en el presente. Pero ese presente, otra vez, es inexistente. Ocurre como ausencia del pasado y del futuro, es el único lugar, sin embargo, en donde se encuentran y casi se tocan. La pista que busca el detective es ese presente, porque explica el pasado y revela el futuro. La persecución que se da a lugar en la novela de Paul Auster es en el fondo una búsqueda de ese vínculo, una búsqueda entre significado y significante, más que una extravagante investigación detectivesca. Los indicios de esta actitud de escritura no son escasos durante la novela: “A estas alturas, el ojo de Fanshowe se ha vuelto increíblemente agudo, y uno intuye una nueva disponibilidad de las palabras dentro de él, como si la distancia entre ver y escribir se hubiese acortado, los dos actos son ahora casi idénticos, parte de un solo gesto ininterrumpido” (Auster 100). Esa búsqueda detectivesca, por otro lado, es imposible. El fracaso del que busca hace evidente el fracaso de asir el presente y presenciar la cópula entre significado y significante. El signo, como plantea Octavio Paz, anda en busca de su significado. Sale desde la historia hacia el futuro para encontrarlo. El momento del encuentro es el presente, ahí radica el fracaso de su búsqueda. En este sentido la novela habita el vacío, en la medida en que fracasa su personaje. Sin embargo afirmar que la novela coquetea con el problema central de la lingüística saussureana a causa del fracaso de su personaje es algo forzado. Existen otras cuestiones que la ubican en el centro de ese vacío que es el lenguaje, que es la ficción. La habitación cerrada, es también una novela sobre una novela, aunque no responden a una organización jerárquica. La novela del narrador no explica la de su personaje, ni viceversa. Están en tensión. Ocurren simultáneamente, ambas son el relato y el silencio de la otra, están de alguna manera intercaladas, pero no conversan, se arrancan significado mutuamente como si lo que les une es lo mismo que aquello que las separa (Derrida 30). En este sentido no existe una novela implícita y otra explícita, ambas coexisten como coexisten en la mente de un esquizofrénico varias personalidades. Es un juego que parece de poder, quién narra a quién es la pregunta: “Le di la vuelta a la situación. Él pensaba que me seguía, pero en realidad era yo quien le seguía a él” (Auster 135). Este juego que, otra vez, parece una subversión plana del género detectivesco, en realidad revela una estrategia, el momento en el que vive la novela. Una novela que da algún modo sale en busca de los significados, que sale hacia la realidad a realizarse, y que en su lugar es asediada por ella y su condición de ficción tambalea, es golpeada hasta ser gravemente herida. Este tratamiento de Auster, donde existe un profundo cuestionamiento, una auto-reflexión constante sobre la naturaleza del lenguaje y de una obra de ficción, se alcanza a mirar con mayor claridad en algunos de los elementos del texto.
En la líneas anteriores se ha observado como Auster trata el problema del lenguaje en la obra de ficción, cómo se resuelve al deconstruir su propia novela. Sin embargo existen elementos concretos de la novela, que no solamente la re-significan en la experiencia de lectura y cómo género literario. Los elementos en la novela de Auster también se re-significan así mismos, en tanto estructuras centrales de la narrativa. El primer elemento interesante es el narrador. El narrador de una novela que es consciente de que está narrando, lo cual no es nada nuevo, pero que al mismo tiempo está siendo brutalmente narrado por una mano secreta y que al parecer lo abandona a su suerte de narrador. Enrique Vila Matas diría algo parecido sobre la novelística de Paul Auster en una conversación que sostendrían ambos autores. Vila Matas cree detectar en Auster una cierta voluntad de abandono con sus personajes, como si el autor se borrara y estos quedarían “sin más” abandonados en la intemperie. El narrador en primera persona de La habitación cerrada cae en cuenta de este abandono: “En el mejor de los casos, había una imagen empobrecida: la puerta de una habitación cerrada. Eso era todo: Fanshawe solo en esa habitación, condenado a una soledad mítica, quizá viviendo, quizá respirando, soñando Dios sabe qué. Esa habitación, lo descubrí entonces, estaba situada dentro de mi cráneo.” Estas líneas no solamente completan un efecto inocente: hablan explícitamente del proceso de la novela, de sus operaciones. Si bien la narración en primera persona suele ser muy reflexiva, existen a lo largo de la novela más que reflexiones son revelaciones del narrador, de su condición, sus límites y sus atribuciones, de su posición en la novela. En un momento crítico de la búsqueda el narrador dice: “Aquel hombre era Fanshawe porque yo decía que era Fanshawe, y eso era todo” (Auster 122). Este tratamiento del narrador lo coloca en una situación de extrema fragilidad y no de dominio sobre el relato, como se podría pensar comúnmente. Este narrador planteado por Auster está delirando dentro de la obra.
Otro de los elementos que resulta interesante mencionar es el autor implícito. Aunque es más claro en La ciudad de cristal, esta novela también tiene gestos de incorporar la figura del autor de la obra dentro del gramado de la trama. La aparición del autor provoca una súbita sensación de abismo o de espejo en el lector. Este deja de ser un efecto para convertirse en una manera de pensar el texto de ficción. Algo como en la segunda parte del Quijote, que resulta ser también una suerte de tratamiento sobre la naturaleza de la literatura. En Auster no es que la voz del lector esté cifrada o escondida detrás de la voz del narrador o de los personajes, sino que se levanta simultáneamente para luego desdoblarse inesperadamente y reclamar su nombre en el desarrollo del argumento. Sin ese gesto jamás se nos revelaría el juego autor-narrador-personajes que es el que en el fondo preocupa a Paul Auster. Este procedimiento puramente literario que Delueze llama devenir: “Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida” (Deleuze 11). Paul Auster quiere transmitir esta experiencia a su lector, sin embargo no basta con hacer una alegoría de la escritura a través del argumento detectivesco. Para Auster el mecanismo es diferente, es el hecho de que entre en el juego de la lectura el autor que aparentemente se había separado cuando entregó el manuscrito a la editorial. El autor sigue latente porque en el fondo el libro es una conversación entre tiempos, el libro es ese presente en donde se encuentran la lectura y la escritura. Si Auster no deviniera la conversación en La habitación cerrada, jamás podría ser tan brutal y vívida como lo es. En el fondo, Auster nos transmite, sin más figuras literarias que una falsa alegoría, la experiencia de la escritura y la relación del escritor con la obra. La lectura de la obra sella el triángulo amoroso. En este último sentido la obra de Auster, también es una lección de lectura.
Lo que se ha tratado de hacer en los últimos párrafos en encerrar ciertos conceptos o elementos de la novela bajo estudio y tratar de agotarlos desde una mirada aprendida desde la deconstrucción planteada en Derrida y Deleuze. En este sentido son conceptos que trataron de ser asediados con el fin, no de re-significarlos, pero sí de volverlos a pensar. Algunos de estos conceptos, incluido el de novela o narrador, son los que deberían quedar, si el trabajo es efectivo, en una suerte de umbral, donde sólo existen preguntas. Si el trabajo no lo es, si ningún trabajo sobre esta novela de Auster lo fuera, la tragedia no sería completa, pues esta misma es una propuesta de deconstrucción en registro novelesco.


Fuentes Citadas
Auster, Paul. La habitación cerrada. Barcelona: Anagrama, 2009.
Deleuze, Gilles. Crítica y Clínica. Barcelona : Anagrama, 1996.
Derrida, Jacques. La Escritura y la Diferencia . Barcelona: Anthtopos, 1989.
Paul Auster, Enrique Vila Matas. Enrique Vila Matas and Paul Auster in Conversation Eduardo Lago. Mayo de 2009.
Paz, Octavio. El Arco y la Lira. Mexico: Fondo de Cultura Económica, 1986.
Russell, Alison. «Deconstructing the New York Trilogy: Paul Auster's Anti-Detective Fiction.» Critique (1990): 70-80.