domingo, 20 de junio de 2010

Hasta Luego Saramago


Me permito poner en nuestro blog, por respeto al reciente difunto y por nuestros pocos seguidores de seguro afligidos, estas líneas de Luis Sepúlveda.

Gracias por tus letras José, gracias por estos nuevos ojos que nos diste


Un hombre llamado Saramago

Le Monde Diplomatique

Caín
, la última novela de José Saramago, me llegó un día de lluvia y el sobre que contenía el libro venía medio deshecho, pero la tinta de bolígrafo es por fortuna resistente y la dedicatoria no había sufrido daños. También llovía hace dieciocho años en Bad Homburg, un lugar cercano a Frankfurt donde, cada año, empezaba realmente la Feria del Libro, la mítica Buchmesse, durante una cena ofrecida por Ray-Güde Mertin, nuestra agente literaria. Y en esa tarde de lluvia, mientras todos bebíamos estupendos vinos alemanes, mientras escritores y editores de todo el mundo nos encontrábamos, tocábamos, narrábamos lo que en ese momento nos ocupaba, nadie se percató de que el timbre de la casa no funcionaba.

De pronto, uno de los camareros se acercó a la anfitriona y le susurró: “en la puerta hay un hombre llamado Saramago”. Entonces entró ese hombre flaco acompañado de un ángel llamado Pilar, ese hombre que miraba a los ahí reunidos con ademanes de estar perdido, hasta que reconoció al novelista uruguayo Mario Delgado Aparaín y ambos se fundieron en un abrazo. A partir de ese momento se formó el rincón de los latinoamericanos que tratábamos de responder a las mil preguntas que nos hacía José Saramago, que sabía de nuestros países más que muchos de nosotros mismos.

José Saramago entendía la solidaridad como un hecho consustancial a vivir, nadie se jugó tanto por tantas causas justas y en tan poco tiempo. Los que alguna vez lo invitamos a Chiapas, a los campamentos del Tinduf, a la Araucanía, a cualquier territorio del continente americano donde se precisara, no un mensajito esperanzador carente de médula, sino un discurso fuerte sobre los derechos humanos, la justicia y la dignidad de los pobres, sabíamos que lo más probable es que aceptara, poniendo en juego su propia salud y su precioso tiempo de escritor enorme.

José Saramago llegó a todos los lugares a los que creyó que tenía que llegar. Supo definir mejor que nadie lo que significaba ser un comunista en el confuso siglo XXI: es una cuestión de actitud, dijo, una cuestión de ética frente a los acontecimientos y la historia.

Y ahora llueve también en Asturias cuando la radio me informa del deceso de ese hombre llamado Saramago, cuyo ejemplo es un icono de la decencia social, y autor de libros que permanecerán en la memoria de los siglos.

Será dura y difícil la senda de los preocupados por la ética sin la presencia de José Saramago. Será duro saber que no está cuando precisemos de su voz alentadora en las mil batallas pendientes contra un sistema feroz. Pero sé que una voz en nuestras conciencias, en los momentos de dudas o peligros, nos recordará que con nosotros todavía sigue el ejemplo de ese hombre, de ese hombre llamado Saramago.

Algunos poemitas

cayó un cometa en la alameda.

la caricia cayó al pecho
demasiado lejos de tu casa
en este abandono donde solo nos miraban
los ángeles borrachos
que habían estado olvidando
lavandose las penas
a dosis precisas de zhumir limón
que al cabo de unas horas fueron a vomitar
sobre nuestras sombra
húmeda,
sombra que pretendía imitarnos
sin lograrlo,
porque yo había alcanzado a decirte
algunas cosas en secreto
en parte
para que tu cuello entre en la corriente
que nacía de mi lengua, boca, garganta, vientre, etc.,
entonces ya te habías instalado en el arrebato
en el manoseo profundo, en el torrente de la piel enamorada,
en la última estrella que se atrevió al frío,
insensatos,
pero aunque hubieran querido espiarnos no podían
ni los ángeles, ni las patrullas, ni los vagabundos,
por las transmutaciones, por el silencio invisible de las dos almas
reconfortándose, buscándose, haciendo chillar a los botones,
los cierres, los elásticos, el sonido de los aretes buscando escapar
del lenguaje, el jadeo de las convulsiones del vientre,
el diente a la mordida definitiva, en que escapamos,
para ver caerse los astreos desde lejos,
caerse los astros desde lejos.