martes, 23 de noviembre de 2010

tokyo blues, la película

La primera vez que leí Tokyo Blues (norwegian wood) todavía no te había conocido. Faltaba poco para conocerte. Aunque lo cierto es que ya la tenía rondando en mi cabeza, como un mosquito o una abeja a punto de atacar. Porque la empecé a leer en la sala de mi casa en Kito. Me la bajé del internet. Las primeras hojas de la novela cambiaron para siempre mi vida, tanto como nuestras primeras conversaciones lo hicieron, y nuestro primer beso y el primer manoseo.

La leí casi de un bocado. Recuerdo que un amigo, de quien apenas puedo recordar su nombre, me acompañaba a mis usuales caminatas por el centro de la ciudad, que en realidad eran caminatas que no se dirigían a ningún lado, o por lo menos no lo hacían entonces, pero que tenían sus convenientes escalas en las pocas librerías que existen en Puebla. En una de esas escalas, creo que la primera que hice desde que vivo aquí, descubrí el libro mirándome. Casi acosándome, seduciéndome como una mujer o un arma. Lo tomé entonces en mis manos, en estas manos que tiempo después habrían de tocarte, y lo empecé a hojear, y no me pude resistir, lo compré finalmente. En seguida tuve ganas de agradecerle a mi amigo por su acompañamiento pues quería hundirle el diente a la novela (calientita, humeante, lista) lo más pronto que se pueda. Creo que así lo hice.

Dentro de poco me instalé dentro de esas líneas. Dentro de poco me enamoré de Naoko. La misteriosa joven que le pedía al personaje que no la olvidara nunca a pesar de que sabía que aquello era imposible. Dentro de poco acompañé a Watanabe por las calles de Tokyo tanto como él lo hacía conmigo por las calles de Puebla. Por las reverberantes calles de Puebla en las que me perdía sin más y sin que me importe, porque tenía bajo mi brazo la novela siempre expectante. En las mismas calles donde te conocí. Donde por primera vez nos vimos y nos conocimos para después despedirnos y alejarnos. Y donde también nos reencontramos tantas veces, en una hora inesperada y terrible, diría Bolaño.

De algún modo pertenecemos tanto a Puebla como a Tokyo. De algún modo somos al mismo tiempo la reproducción de Naoko y Watanabe tanto como ellos lo son de nosotros. Cuántas veces nos habremos transmutado, y no nos hayamos besado bajo un farol descompuesto en los Sapos y lo hayamos hecho bajo un paraguas en Tokyo. No sé hasta que punto no somos nosotros los personajes, y ellos, ellos los que por fin han escapado de un libro para caminar mirando a la distancia el Popocatepetl. Qué frágiles son los lugares, qué inexistentes. No estamos del todo en donde creemos que estamos, ni tu allá ni yo acá, ni ellos en las páginas, y nosotros en el aire. Ni ellos en la eternidad y nosotros en el minuto que se desvanece. Basta decir que el día que te conocí, llevaba ese libro en mi shigra, lo había acabado de leer en el bus que me llevó hasta ti por primera vez.

Por eso creo que no es mucho abuso pedirte que cuando salga la película, vayamos a verla juntos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

foto sepia de puebla

a g.


no sé si sigo asustándome cada vez que me entero sobre lo infinito que es el universo, y cómo es imposible de comprenderlo y , en consecuencia, lo insignificantes que somos, como nuestra existencia es un suspiro, nada más que un suspiro en las estrellas, si es que es mucho, y que en nada difiere que existas o no, porque nada va a cambiar si te mueres ahora o en 50 años, igual vas a ser olvidado, en el mejor de los casos, porque encima nada ni nadie se interesa en olvidarte, y es como si nunca hubieramos nacido en verdad, y nada de lo que hagamos en realidad va a importar.. A veces ya no me asusto tanto porque no tiene sentido asustarse, es pendejo,, que se preocupen los que tengan que preocuparse, o sea los físicos, porque si el universo se esta expandiendo, puebla no se está expandiendo todavía y yo vivo aki, en puebla, hoy en día, así como no se está expandiendo tampoco la china, y no me preocupo mejor por el papel que juego en las estrellas. No me asusto entonces de que el universo sea infinito y así mismo sea incomprensible e inabarcable. O sea hacia afuera. Lo que me preocupa sin embargo no es el universo universal y su infinita masa inabrazable, o inmirable, lo que me asusta es su recuerdo. Es increíble, pero aunque no parezca casi todo lo que vemos en memoria. Memoria viva, o semimuerta, memoria, a secas. Las estrellas que miramos no son sino el rumor de algún sol que brilló ante otros , como nuestro sol ante nosotros hoy. Habrá existido entonces en otro tiempo la misma historia, o sea la de nuestro mundo, y nuestros personajes y nosotros no seamos más que una duplicación, una re-lectura, como le hubiera encantado a Borges?. En todo caso, si somos una repetición y si no vamos a ser sino repeticiones, a mi me gustaría encontarte todas las veces que vayamos a existir bajo otros soles y bajo otras lunas. Lo digo desde aurita, para que me escuchen bien. lo digo claramente. Que si nos vamos a repetir infinitamente, quisiera que te volvieras cruzar y nos volvieramos a ver, a cometer el mismo pecado una y mil veces, en un sol o en un agujero negro, en puebla o en una galaxia tan lejana, cuando puebla sea también solo un recuerdo que miramos en el cielo, en forma de estrella, de alguna manera.
Ojalá, si no hacemos más que repetirnos, ojalá pudiera conocerte otra vez, aunque te vuelvas a ir.

sábado, 6 de noviembre de 2010

la sonrisa de ilsa

las primeras páginas de "tu rostro mañana, fiebre y lanza" hablan sobre por qué no se debería contar nunca nada. pero también habla sobre el arte de la mentira, del engaño. es más fácil decir la verdad, dice marías.

creo que hice una mala cita. creo que quería hablar de "corazón tan blanco" porque es allí donde habla sobre el ocultamiento, sobre las cosas que es mejor no enterarse nunca o no contar.

el engaño, lo sabemos, es el tropo literario fundamental. incluso el pacto biográfico que nos permite entender la conexión entre la realidad y lo literario es, más que un elemento que le inyecta verosimilitud a cualquier relato, un engaño, una estafa vil. vargas llosa habla de esto. para el peruano la mentira aguanta la literatura. los escritores son fabuladores y por tanto estafadores. pensemos por un momento en sherezadee, en las mil y una noches. para ella es realmente vital narrar. si no narra no sobrevive. si no miente, no sobrevive.

pero la cosa se pone peor cuando pienso en borges. para borges ningún texto, ni periodístico, ni científico, está libre de engañar. el lenguaje es, por sí solo, una metáfora de la realidad. y la metáfora es una réplica fallida, una mentira. un fracaso.

sin embargo, a medida que nos vamos acercando más a la literatura, aceptandola como engaño, como una copia apócrifa, entendemos esta condición. entonces nos sumimos a las reglas del texto. aceptamos la asunción de remedios la bella sin reparos. entramos en el hechizo de poe y de cortázar. en el quito imposible de palacio. luchamos contra molinos de viento.

pero qué pasa entonces cuando leemos otra vez "el jardín de senderos que se bifurcan" y nos damos cuenta que dentro de la fábula nos engañan otra vez? que borges nos miente siempre en la mentira? que somos engañados dos veces? allí aparece una angustia. la angustia de haber una vida que no teníamos que vivir y vivimos. de pronto quedamos anulados. eso que creímos se viene abajo, y nosotros nos vamos con eso. caemos, no ya como altazor, sino como un paracaidista al que no se le abre el paracaidas.

el golpe es fatal.

2.

casablanca es la mejor película de la historia. no entendemos el cine moderno sin casablanca. es como shakespeare en la literatura. no habrá una película tan lograda como casablanca. es el centro del canon, diría bloom. pero eso es aparte.

a shakespeare, tolstoi no le perdona su popularidad, el hecho de que la "plebe" lo haya sentido como suyo, que haya podido reflejarse en sus obras. la transferencia de shakespeare a la cultura popular es similar a la de casablanca. quizá la última conversación entre Bergman y Bogart es la escena más famosa del cine, a pesar de que fue hecha en 1942. todos quedamos con las ganas de ingrid se quede con Rick. no lo hace y nos destroza, nos cambia la vida. de esa derrota no nos recuperamos nunca. cómo puede ese amor clausurarse? cómo puede no seguir?

fácil. porque ese amor no existía.

cuando ilsa finalmente le dice "god bless you" y se da la vuelta y se va junto victor, mirando ese horizonte que nos está negado por la cámara, el avión- américa- el futuro, caemos en la cuenta de la tragedia. no miramos más, no queremos ver. es dificil ver que alguien se vaya para siempre, los ojos buscan otro punto, allí atrás, donde queda sembrada la sombra de Bogart. nos quedamos con él. Ilsa se nos desvanece a pesar de que la estamos viendo, caminando codo a codo con Victor.

Por eso no vemos una sonrisa final de Ilsa. Una sonrisa que es un guiño de ojo. una sonrisa dirigida, que mira a víctor de una manera que solo puede ser cómplice. lo mira como se miran dos ladrones después de un atraco. pienso en la mirada de robert redfort y paul newman en el golpe. salvo que en el golpe siempre sabemos del secreto, de la estafa. en casablanca no. solo en esa sonrisa que le da ilsa a victor se nos revela el engaño. un engaño que por otro lado está propuesto desde el segundo encuentro de ilsa y rick en casablanca (la ciudad). esa sonrisa es distinta. es una sonrisa que nunca le regala a rick. una sonrisa ajustada y puntiaguda. imperceptible. una sonrisa en la que no se escapa el alma: cómplice.

esa sonrisa expresa mejor que nada en lo que pueda pensar ahora las operaciones del engaño. la gran fórmula de la literatura.

esa sonrisa de ilsa.
la fatal sonrisa final de ilsa.

viernes, 15 de octubre de 2010

Cortázar romántico


Desde el comienzo, Cortázar nos enseña la figura que debemos tener en mente a medida que se va desarrollando el relato. Las ménades son unas criaturas griegas con carga mitológica, relacionadas a Dionisio. Aunque también relacionadas con la masacre de Orfeo. Esto último no tiene nada de inocente, pues el cuento se instala en una función musical y Orfeo es el músico por excelencia de la mitología Helénica. Patricio Goyalde ha profundizado en este tema y ha encontrado que el cuento de Cortázar en realidad asume estos dos registros mitológicos en su cuento las Ménades. Por un lado se instala el conflicto Dionisiaco-Apolíneo que atraviesa el relato en tanto existe una clara disputa entre el arte como razón y el arte como delirio. Esta yuxtaposición ha sido producto de largas digresiones filosóficas a lo largo de los siglos, quizá la más célebre es la postulada por Nietzsche en el “El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música.” Aunque sería una afirmación arriesgada, Las Ménades es una relectura de esta revisión de Nietzsche. Esto habría que profundizar y probablemente se lo ha hecho. Por otro lado, Goyalde deja entrever un secreto diálogo entre el cuento de Cortázar y un poema del romántico inglés John Keats. Keats retoma la mitología griega en su poesía. Pero lo hace desde un reordenamiento estético y no mitológico o trágico. El poema es “A una urna griega.” Poema de carácter romántico como dijimos, pero que también retoma la dicotomía Apolo-Dionisio. Esta dicotomía es la que tensa el cuento de Cortázar. Vale recordar que Cortázar había escrito un libro llamado Imagen de John Keats, analizando algunos de esos poemas incluyendo “A una urna griega.” No está de más decir que Cortázar tradujo ese poema al español. Al autor argentino le interesa la transposición de identidades y comportamientos que operan en el poema en relación al mito. Es esa la transposición que, acaso, también opera en el cuento “Las Ménades.” El romanticismo exalta “el goce inocente y total del objeto bello” despojado de toda su mitología. Para esto es necesario un reordenamiento de los elementos, casi una imposición del carácter poético sobre el filosófico, moral o mitológico. Ya ha dicho Barrenechea que lo fantástico es, a veces, un reacomodamiento de los elementos en relación a su disposición “real.” Ya dentro del relato de Cortázar el narrador dice “y es así como una flauta puede ponerse a sonar a tres metros de una mientras […]” (Cortázar 317). Esta experiencia que parece fantástica lo es solo en tanto existe dicho reordenamiento del mundo objetivo en el mundo del relato. Un juego que por otro lado tiene menos que ver con el mito de Orfeo, o con la dicotomía Dionisio – Apolo, que con una mirada romántica de la realidad. Es en estricto sentido un cuento romántico más que fantástico, porque el canibalismo es en esencia el goce en sentido absoluto del arte. La clave romántica, además, está dada de antemano por la música que están escuchando los actantes del relato.

lunes, 11 de octubre de 2010

El premio nietzsche de la paz

Hace un año exactamente escribí en este blog sobre el premio nobel entregado a Obama. Me reía y luego me dio miedo.

Ahora tengo pánico.

He hecho una investigación (en la medida de lo posible) más exhaustiva al respecto y he caído en este estado.

1 El nobel de literatura

Estaba un poco impaciente porque no entendía el premio a Vargas Llosa. Y estaba demasiado chuchaqui para entender el motivo de las reacciones. No porque sea un nobel literario y supuestamente mi tema es la literatura, especialmente la latinoamericana. Es porque estoy consciente de que no es un premio literario, sino político.

Estoy también consciente de que el peruano es un grandísimo escritor. Sobre todo "Conversación en la catedral" fue una novela importantísima para mi y, creo, para la lengua castellana. No escribo para decir que hubiera preferido que se lo den -antes que muriera- a Delibes el nobel, o a Goystisolo, que está vivo. Ni siquiera reclamo el nobel que no le dieron a Borges o a Vallejo. Tampoco quiero poner un grito en el cielo para que se lo den a Murakami, Marías o Dylan. Es sólo que me preocupa que el premio más político de todos se lo hayan dado a Vargas Llosa.

Qué quiere decir este nobel. Por qué no se lo dieran antes de "Las travesuras de la niña mala." O incluso antes, cuando era solo escritor y no uno de los más rancios y conservadores periodistas y voceros del nefasto neoliberalismo. Es un tackle contra quién. Por qué le perdonan cosas que no le perdonaron a Borges. Hay que ver a Vargas Llosa defendiendo la democracia y hacer lo que hizo en su campaña presidencial en el Perú. Es, para mí, un personaje político detestable, vocero del imperio, que desprecia los procesos de cambio en América Latina.

Pero esa es mi opinión, esa es mi opinión de Vargas Llosa. Lo que importa aquí es ver el peligro de ese nobel: la violencia cultural que propone.

Este nobel viene en el mismo año en que España gana un mundial de fútbol y está en la peor crisis laboral en mucho tiempo. Quién sino la academia española presionó para este nobel. Así como el presidente Salinas presionó para que le otorgaran a Paz el nobel hace dos décadas, en otro momento difícil para México.
Esta conseción, es más una complicidad. El nobel dirige las mareas de la cultura en occidente, eso lo sabemos. Si no fuera consciente de el alcance político de esto, por sensatez, no se lo deberían dar a Vargas Llosa. Sobre todo porque en los últimos años ha caído en la prudencia de dárselos a desconocidos. Si se lo dieron a Saramago en 98, fue para avisar que occidente no está en guerra contra el comunismo: aunque después la OTAN diera el golpe en los Balcanes. Qué presiones existen ahora para que se lo den a Vargas Llosa ahora, qué futuro están enmascarando, o qué presente en América Latina.
No entiendo por qué no se lo dieron a Fuentes, entonces, si el punto es enmascarar.

3 El nobel de la Paz

¿A un chino? Por primera vez en la historia. Y esto sumado al premio que le dieron a Obama. Si aquí no existe un criterio evidente por parte de la academia sueca, entonces donde lo encontramos.
Lo feo, es que la academia sueca siempre ha sido la encargada de legitimar a occidente en sus avanzadas bélicas sobre oriente como ejemplo de paz. Sino por qué la media docena de premios a las Naciones Unidas: a esa organización criminal.
La Agencia de Energía Atómica, la encargada de legalizar las armas nucelares, tiene su premio. Igual que la OIT: la organización criminal del trabajo. Falta que se lo den al FMI o a la OTAN.
Pero esto a mí me hace sentido porque se trata de un premio occidental, liberal. De todos modos la ONU fue la que secuestró la palabra paz en el léxico universal. Si en cualquier otro lado pronuncian la misma palabra, es terrorista, o insurrecta y merece ser aniquilado.

Pero, ¿a un chino?
Por qué?
Es el único chino importante en la historia, de el país más habitado del planeta. Por qué solo a chinos contra el régimen.

Es claro que están prescribiendo una visión hacia el régimen chino que es el que está dando de comer al munco. Régimen, que por otro lado no defiendo ni mucho menos, pero que no me parece menos brutal que el norteamericano. Y ambos no me parecen menos brutales que el nazi. Entonces por qué premian a un regimen criminal y no a otro ya que el nobel premia, con frecuencia, a criminales.

Quiero recordar que se lo dieron a Kissinger. Pero ahora descubrí que se lo dieron el 8 de octubre del 73: 28 días después de que mandara a asesinar a Allende en La Moneda e instalara el regimen de Pinochet.

Qué miedo, realmente.

Es claro que el nobel nos dice quienes son los buenos y quienes los malos. Beyond good and evil. Desde mañana lo voy a llamar el premio Nietzsche.

domingo, 10 de octubre de 2010

No vuelvo a ir al cine


1.
Tardecita suave en Puebla. Poca gente en los buses. Ideal para esperar la caída de la tarde y tomar un café a la interperie. Pero para eso debía acelerar el tiempo o disimularlo. Pasaba demasiado lenta la tarde. En la cartelera, "El infierno" la película mexicana mejor criticada del año. Al menos así lo había verificado an algunos diarios y foros en el internet. Me lo comentaron también algunos amigos en las últimas semanas: "anda a ver, está poca madre." No reparé en el director: Luis Estrada el mismo director de "La ley de Herodes." Ahora que escribo me reprocho: debí averiguar antes este dato.

2.
Angelópolis, lugar horrible, irrespirable. En esta zona de la ciudad la mayor ventaja cultural es que puedes dar una vuelta en U: recuerdo a Woody Allen en Los Ángeles: salvo que en lo único que se parecen Puebla y Los Ángeles es en el concreto que usan para las carreteras. El centro comercial atascado de ménades, de caníbales, trogloditas de Lacoste y Adidas. Cómo explicas que en México hay crisis con los parqueaderos de este santuario del consumo a reventar. Asqueroso realmente. En una mesa me esperaba Ana, por suerte: llegamos cinco minutos tarde: una máquina nos vomitó los boletos.

3.
Lo primero que vi de la película fue: CONACULTA (Consejo nacional para la cultura y el arte) en un fondo negro, diluyéndose. Entonces arrancaba. La primera imagen: Damián Alcázar. El mismo con el que simpaticé en "El crimen del padre amaro" y me horrorizó en "Crónicas" del gran Sebastián Cordero. Alcázar lo único bueno de la película.

4.
Voy a ir por partes.
Primero, la historia. Situada en un pueblo llamado San Miguel, al norte de México, donde dominan los narcos. Entonces la historia es de narcos. Entramos a ese mundo (de manera forzada y, diría, muy infantil) gracias a Bennie (Alcázar) un mexicano que a retornado al país después de veinte años en el país del norte, aunque de eso nos olvidamos pronto (primer gran error). Al llegar a casa de su madre se entera de la muerte de su hermano y va en búsqueda de explicaciones (no de venganza, Bennie es una especie de Cantinflas). Basta media secuencia para que Bennie encuentre a la viuda de su hermano: una mujer impresionante: la Megan Fox mexicana (segundo error porque está descontextualizada flagrantemente: en el imperio de la fealdad aparece este mujeron, nadie le cree cuando en algún punto dice que está fea o gorda o las dos cosas, es imperdonable el error del casting allí). Allí, bastan un par de secuencias más para que caigan perdidamente enamorados y entonces tengamos que soportar una escena pornográfica barata y grosera que nada tiene que hacer en la película y que es la única razón por la que piden credencial en la entrada: ¡¡¡¿¿ qué no saben que los niños pueden ver mejor porno en el internet???!!!
Este súbito y estúpido enamoramiento logra que Bennie asuma el papel de "papá de la casa." En este contexto su sobrino cae en la cárcel. Bennie lo va a salvar pero no le alcanza la plata. Es por esto que se mete al narco. Entonces entramos a este mundo de una manera tan forzada como infantil. Con el transurso de hechos que no son paródicos, sino vulgarmente graciosos (sobre esto quiero volver después) vemos como se convierte el personaje. El actor es bueno, hace lo que puede: el fallido es el personaje. Este Cantinflas poco a poco se va convirtiendo en un Antonio Montana salido de Los Pitufos o de Chespirito. Un personaje que se lo trata como una marioneta dirigida por un borracho. Solo es necesario decir que el tipo convence a unos policías comprados por la mafia para que no lo entreguen (después de un culebrón de casualidades digno de María la del Barrio) y luego lo terminan matando, pero no lo matan en realidad porque el disparo que le dieron (la única vez que matan a alguien de un solo disparo y no mil como pasa en TODA la película) fue en el brazo, y lo entierran (y no se dan cuenta que no está muerto mientras lo hacen) y luego sin ninguna sorpresa ya para el espectador (porque hemos perdido la capacidad de asombro) sale de su tumba para planear su funesta venganza.
Pero su funesta venganza es idiota. Estrada quiere hacer un remake del final de Inglorious Bastards o de Scarface o de El Padrino, y le sale algo como Betty la fea. Cuando ha logrado esto la película, después de tenernos amargamente confundidos, nos hace un giro de tuerca enmohecida. Nos enteramos de que el tipo a muerto porque vemos su tumba: ¿cómo si ya se chingó a todos sus enemigos? Cuando parecía que la peli no podía empeorar, empeora, con una escena del sobrino de Benni tipo Rambo acribillando (él solo!!) a un grupo de narcos de la siguiente generación.
Si mi resumen parece confuso, lo es. Eso amerita la película.

5.
El humor.
He visto muchos comentarios, incluidos de críticos de cine pagados, que hablan de que un gran mérito de la película es el humor. No es humor, es folclor. Lo que nos saca una sonrisa es escucharnos en la pantalla grande. Escuchar un "chinga tu madre" evidentemente nos saca una sonrisa.
El cinismo de los personajes, un cinismo que quiere hacer recordar a Tarantino y la deuda que tiene esta película con él, no cristaliza y no tiene el efecto necesario. Esto pasa porque Estrada estira demasiado el tono folclórico en los personajes y los empobrece, por eso el cinismo que intenta queda trunco. A lo mucho saca una sonrisa, no esa sonrisa malvada que nos saca Tarantino o incluso Cuarón (Y tu mamá también), que se convierte en saliva, o canguil. Ese cinismo que debería tensar la película fracasa: la película no está ajustada, se desarrolla con dificultad, da muchas vueltas entre chiste y chiste y estos pierden su efecto de acumulación.

6.
La Referencia Intertextual.
El claro referente de película de gángsters es El Padrino. Se podrá estar de acuerdo o no que es la mejor película de este ya Género Cinematográfico. Es obvio que "El infierno" necesita de otro régimen estético por tratarse de gángsters rancheros en el siglo XXI. Pero este régimen estético ¿tenía que basarse en la payasada? Lo magistral de Los Corleone, es que son un estereotipo pero nunca lo sabemos. Estamos todo el tiempo viendo fiestas italianas, escuchamos el acento, escuchamos italiano, entramos a su religiosidad y a su folclor, pero todo esto al final funciona en el ambiente de la película, nos sumerge en él. En esta películas somos unos extraños, esto prueba su fracaso. El ingreso a ese mundo es dificultoso y no se da, nunca nos conmueve nada y lo que es peor, nunca nos duele nada: ¿no es ese el punto final del arte?

7.
Lo último que he dicho es lo más importante de esta larguísima crítica. Y siento que se puede alargar más porque nadie la va a leer, así que qué más da. En todo caso vuelvo.

Si la finalidad de esta película era mostrarnos esa cruel realidad, lo hizo de una manera incompleta. Y creo que deliberadamente incompleta. Nos la muestra a través de la sangre: del morbo, del diario amarillista. Tiburón es grande porque nunca vemos al monstruo. No hay elaboración artística en la película y tampoco hay denuncia, o si la hay es partidista. El guión está por un lado opacado por la escena sangrienta lo cual hace complicado entrar en la sicología de los personajes, o en la sicología de un pueblo. No es que están superpuestas, la una eclipsa a la otra, eso prueba que no se trata de una obra de arte si no de otra cosa. El objetivo es horrorizarnos a través de lo fácil: la sangre, los tiroteos. Pero además horrorizarnos solo de un lugar del horror: el mundo de los narcos. Por qué entonces si hay denuncia esta es incompleta. Por qué no nos dice del horror de un gobierno fascista que masacra. ¿Por qué solo les culpa a los narcos de la desgraciada realidad mexicana? La película enfoca a los narcos como enfermos mentales: eso querido Estrada se llama facilismo. Pero voy a ir más allá.

No quiero especular. No quiero decir que fue financiada por el gobierno, a pesar de que fuera financiada por CONACULTA. Pero ¿Por qué demonios no aparece ni un solo miembro del nefasto ejército mexicano a excepción de la imagen de la estación de bus? Parece que la película hace una acusación a todo el sistema pero no es cierto: culpa a los gobiernos locales. Pone en el paredón al presidente de San Martín y a su policía (y a los gringos, claro, pero de manera cobarde) pero nunca al gobierno central. ¿Es esto un encubrimiento?

No, es peor. Esta película es parte de la llamada guerra contra el narcotráfico , que en realidad es la guerra contra México: la escena final lo prueba: el águila está sangrando. Es una guerra silenciosa (qué digo silenciosa, escadaloza) que también se instala en el mass media. Creo que no digo ningún secreto. Esta película no solo es mala por mediocre, es mala porque no es una película, es otra cosa, una ráfaga de ametralladora, un balazo mediático.

Por eso, no voy a ir más al cine,
no por ahora.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El insomnio de Volpi

Hoy leí, el ensayo (o debate) ganador del premio CASAMERICA el año 2009. “El insomnio de Bolívar.” Quizá nunca haya estado tan enfrentado con un libro. Un libro que en alguna medida rechaza a cierta intelectualidad panfletaria, tipo Galeano, aunque no tiene idea de las deudas que tiene con estos escritores, por ejemplo con Galeano. No podemos entender este ensayo sin el Boom, y creo que Volpi hace bien en marcarlo, pero se explica muchísimo menos sin Galeano. Este Volpi se parece más al uruguayo después de una paliza y una borrachera (y no necesariamente en ese orden), que al que conocimos- conocí-, hace años, y no muy bien, en la novela “En busca de Klingsor.” Perteneciente a una generación llamada crack, Volpi pretende ser incendiario con sus reflexiones sobre los “herederos” de Bolívar. Trata de abarcar toda una región a partir de títulos en malos portales de internet, o en ensayos tan tibios como el suyo. Su libro es una visita a la historia de la región, a sus políticas endémicas, motivadas por una suerte de epifanía. La epifanía es entenderse latinoamericano. Pero nunca deja de ser ranchero. El único sitio que conoce a profundidad es México. Y cierto México. No puede pasar por la historia de los últimos 10 años de la historia mexicana, sin las corridas federales a los profesores oaxaqueños en 2008. Claro, no le corresponde eso a Volpi. Su escenario es la farándula política, allí se siente cómodo: lanzando epítetos contra los monstruosos caudillos latinoamericanos al mejor estilo Jaime Bayly. Epítetos nada más. Nada mejor que un sucinto resumen de las vidas de los tiranos caudillos y una breve glosa de cómo los ciudadanos (no, no, pueblo no, el pueblo se acabó, según él, en los 80s) estamos atrapados en las telarañas mentales de nuestros líderes. Qué poco viste Volpi en tu mochileada por Sudamérica, pensé! Qué alegremente ranchero que eres. Porque no puedes entender a Morales sin tener una mínima idea del movimiento cocalero. De hecho no entiendes a los cocaleros sin los zapatistas. Pero no con los zapatistas que a ti te gustaron. Sí, el Marcos del 94 que te enamoró y te desencantó porque dejó de parecerte un personaje literario con proyección.

A Volpi no le interesa indagar el fondo del asunto y por eso no debería ofrecer comentarios tan irresponsables, propios de un escritorcillo, de esos que hacen tanto daño con sus desplantes intelectuales. Que la introducción a la nueva Constitución a Bolivia es cursi, sería un comentario mejor ubicado en su próxima novela: cuando un personaje llamado Alberto Einstein, dirige las mareas de los ejércitos en el chaco boliviano, inspirado en la teoría de la relatividad.

Acepto que tiene imaginación, pero no entiendo cómo un ensayo con tanta falta de seriedad puede ganar un premio en cualquier lugar. Bueno, desconfío de los premios en general, pero no siempre me indignan tanto.

Lo último que quiero acotar es esa falta de seriedad. No me refiero al tono. “Las venas abiertas…” es precisamente una piedra angular del pensamiento latinoamericano por su trágica falta de seriedad en el sentido del manejo de las herramientas que usa para levantar el libro. No exijo un ensayo académico acribillado con dieciocho pies de página por página. Pero si exijo, como lector, o como latinoamericano, al escritor, más que talento compromiso afectivo e intelectual con su trabajo. No puede ser que ignore (porque el EZLN no lo ignora) la labor de la CONAIE como piedra filosofal de los movimientos sociales en nuestra región. Tampoco puede pasar por alto las tensiones Venezuela-Colombia-Ecuador-Estados Unidos, sin ni siquiera mencionar el proyecto geopolítico de la Casa Blanca con la instalación de un equipo de fútbol de bases militares en el país cafetero. Ninguna mención a la UNASUR. Pero sí se detiene, con un morbo que, créanme no es entretenido, a animalizar a los líderes que el pueblo venezolano, por ejemplo, ha elegido claramente durante más de una década. Estos tipos reclaman democracia en los gobernantes, pero utilizan la literatura de manera antidemocrática, para atribuirse una voz que nadie les ha dado. Me hace pensar en Carlos Vera.

Pero qué le vamos a hacer. Hay que leer el “Insomnio de Bolívar” para revisar como algunos intelectuales tratan con una frivolidad decepcionante temas vitales para nuestra región. Con una frivolidad que solo puede ocurrir en los insomnios, cuando se ha renunciado a soñar.


Aquí un fragmento del libro.

http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/pginas_desde_el_insomnio_de_bolivar.pdf

domingo, 20 de junio de 2010

Hasta Luego Saramago


Me permito poner en nuestro blog, por respeto al reciente difunto y por nuestros pocos seguidores de seguro afligidos, estas líneas de Luis Sepúlveda.

Gracias por tus letras José, gracias por estos nuevos ojos que nos diste


Un hombre llamado Saramago

Le Monde Diplomatique

Caín
, la última novela de José Saramago, me llegó un día de lluvia y el sobre que contenía el libro venía medio deshecho, pero la tinta de bolígrafo es por fortuna resistente y la dedicatoria no había sufrido daños. También llovía hace dieciocho años en Bad Homburg, un lugar cercano a Frankfurt donde, cada año, empezaba realmente la Feria del Libro, la mítica Buchmesse, durante una cena ofrecida por Ray-Güde Mertin, nuestra agente literaria. Y en esa tarde de lluvia, mientras todos bebíamos estupendos vinos alemanes, mientras escritores y editores de todo el mundo nos encontrábamos, tocábamos, narrábamos lo que en ese momento nos ocupaba, nadie se percató de que el timbre de la casa no funcionaba.

De pronto, uno de los camareros se acercó a la anfitriona y le susurró: “en la puerta hay un hombre llamado Saramago”. Entonces entró ese hombre flaco acompañado de un ángel llamado Pilar, ese hombre que miraba a los ahí reunidos con ademanes de estar perdido, hasta que reconoció al novelista uruguayo Mario Delgado Aparaín y ambos se fundieron en un abrazo. A partir de ese momento se formó el rincón de los latinoamericanos que tratábamos de responder a las mil preguntas que nos hacía José Saramago, que sabía de nuestros países más que muchos de nosotros mismos.

José Saramago entendía la solidaridad como un hecho consustancial a vivir, nadie se jugó tanto por tantas causas justas y en tan poco tiempo. Los que alguna vez lo invitamos a Chiapas, a los campamentos del Tinduf, a la Araucanía, a cualquier territorio del continente americano donde se precisara, no un mensajito esperanzador carente de médula, sino un discurso fuerte sobre los derechos humanos, la justicia y la dignidad de los pobres, sabíamos que lo más probable es que aceptara, poniendo en juego su propia salud y su precioso tiempo de escritor enorme.

José Saramago llegó a todos los lugares a los que creyó que tenía que llegar. Supo definir mejor que nadie lo que significaba ser un comunista en el confuso siglo XXI: es una cuestión de actitud, dijo, una cuestión de ética frente a los acontecimientos y la historia.

Y ahora llueve también en Asturias cuando la radio me informa del deceso de ese hombre llamado Saramago, cuyo ejemplo es un icono de la decencia social, y autor de libros que permanecerán en la memoria de los siglos.

Será dura y difícil la senda de los preocupados por la ética sin la presencia de José Saramago. Será duro saber que no está cuando precisemos de su voz alentadora en las mil batallas pendientes contra un sistema feroz. Pero sé que una voz en nuestras conciencias, en los momentos de dudas o peligros, nos recordará que con nosotros todavía sigue el ejemplo de ese hombre, de ese hombre llamado Saramago.

Algunos poemitas

cayó un cometa en la alameda.

la caricia cayó al pecho
demasiado lejos de tu casa
en este abandono donde solo nos miraban
los ángeles borrachos
que habían estado olvidando
lavandose las penas
a dosis precisas de zhumir limón
que al cabo de unas horas fueron a vomitar
sobre nuestras sombra
húmeda,
sombra que pretendía imitarnos
sin lograrlo,
porque yo había alcanzado a decirte
algunas cosas en secreto
en parte
para que tu cuello entre en la corriente
que nacía de mi lengua, boca, garganta, vientre, etc.,
entonces ya te habías instalado en el arrebato
en el manoseo profundo, en el torrente de la piel enamorada,
en la última estrella que se atrevió al frío,
insensatos,
pero aunque hubieran querido espiarnos no podían
ni los ángeles, ni las patrullas, ni los vagabundos,
por las transmutaciones, por el silencio invisible de las dos almas
reconfortándose, buscándose, haciendo chillar a los botones,
los cierres, los elásticos, el sonido de los aretes buscando escapar
del lenguaje, el jadeo de las convulsiones del vientre,
el diente a la mordida definitiva, en que escapamos,
para ver caerse los astreos desde lejos,
caerse los astros desde lejos.

viernes, 14 de mayo de 2010

La traigo muerta


La traigo muerta.
1.
Cómo se oculta lo que uno hace, por error o por azar o premeditadamente, sin dejar registros, ni pistas que le incriminen. Cómo ocultar por ejemplo una carcajada cuando una señora muy gorda cae redonda sobre la vereda, dejando ver sus monumentales pompas por los aires. O cómo disimular, para ser más simples, esa mirada en la boca de alguien que come en frente nuestro, con un residuo de carne atrapado entre los dientes. Cómo se esconde, cómo saber cuando uno debe retirarse, desaparecer sus acciones sin que nadie lo notase. Siempre dejamos rastros físicos de lo que hacemos, por más efímeros que sean. Nuestro cuerpo siempre nos traiciona, ya sea en un ascensor lleno de gente donde no podemos contener un gas o con las huellas digitales que se dejan en la escena del crimen. Todo esto pensaba en el camino hacia la casa de Julián que seguramente no sabía que me dirigía hacia allí en el auto que le había robado a mi madre, calculo que por unas horas.
Incluso en este auto, en este espacio minúsculo, quedaban rastros de algo, de algún pecado o algún antojo. Habían regadas unas migas que la implicaban en el consumo de un sándwich o algo parecido. Y era una imagen tan poderosa, tan inquietante en esos momentos, que no hacía sino crear preguntas en mi cabeza: de qué era el sándwich, dónde lo compró y si estaría tan hambrienta como para no esperar llegar a casa y prepararse uno. Entonces la imagino comiendo desaforadamente, atragantándoselo, quizá regando la mayonesa en la servilleta y manchándose las manos. Comiendo con la boca abierta y cerrando los ojos, mezclándolo acaso con una Sprite para que el condumio no resulte tan rígido y pase mejor, pero al mismo tiempo desbordando ese bolo, lleno de saliva, refresco, jamón, mayonesa y pepinillos por los labios, sin advertir que desde el carro de adelante le mira un niño feísimo y pecoso y pelirrojo que se deleita con un moco recién salido de la olla en respuesta al goce de mi madre.
Cuando vemos algún rastro, o lo sentimos u oímos, siempre nos preguntamos por ese pasado que nos está negado, por ese presente que no vivimos porque estábamos viviendo el nuestro en otro lado. Es inevitable. Incluso cuando vemos las indudables huellas que tiene una cama sobre la cual dos o más acaban de hacer el amor. Esas camas presentan un aspecto similar a un libro que ya ha sido leído. Que alguien ha pasado por esas sábanas y esas hojas está fuera de toda duda, y nos preguntamos, incluso contra nuestra voluntad, como habrán sido los desdoblamientos, los griteríos y las acrobacias. De quién sea, incluso si la persona incriminada es el padre, la prima o también la amada. No importa. Siempre nos estamos preocupando cómo fue, cuáles fueron las propuestas, los preludios y las complicidades. O cómo fue ese silencio de antes y el de después. O la mirada, la sonrisa y el suspiro. Por eso hacemos hasta lo imposible por borrarlo todo, porque nos parece horroroso que alguien mire ese presente que no le correspondía vivir y no lo vivió y que por eso mismo no podría soportarlo. Ese presente que siempre es horroroso o ridículo en la mirada de otro. O gracioso. También ese presente puede ser gracioso, incluso cuando su futuro implique una tragedia.
2.
Al llegar a la casa de Julián me estaba esperando afuera, como si hubiera intuido mi llegada. Como si tuviera algo muy urgente que contarme. Estaba sentado sobre las gradas de su casa fumando un cigarrillo larguísimo, como un cigarrillo que fumara Cruela de Vil mientras planea su próximo abrigo. Yo venía calmado, en la medida de lo posible, pero su postura me encrudeció los nervios. Bajé y le saludé sin darle la mano, tuve miedo de encontrarla temblando. O de que el descubriera mi mano temblorosa y entonces ambos entráramos en pánico. Hace mucho que intuíamos este día: el día que yo dejara para siempre a Mara.
Julián es mi mejor amigo. Ambos somos aficionados al fútbol, al cine y a una que alucinación. Hemos compartido días enteros frente a una televisión antigua que él tiene en su cuarto, viendo algún partido o alguna película, comiendo pizza de champiñones o space lasagna. Es buena mi relación con Julián, le cuento casi todo lo que me pasa y nos comprendemos. Así ha sido desde que somos niños y ambos vivíamos en el barrio. Compartimos gustos, alguna que otra mujer y algunos vicios. Recuerdo que cuando éramos chicos íbamos a robar pornografía en el Tower Records o Coca Colas en la tienda de la esquina. Más que amigos somos cómplices, cualquiera hasta podría decir que somos una pareja, y acaso lo seamos.
El caso es que me senté a lado suyo y sentí el temblor de su pierna, cada vez más riguroso, como si estuviera ajustando algo en su cabeza a partir de ese batir incesante. No hablamos por unos instantes y tampoco nos miramos, o procuramos no hacerlo, porque siempre se mira y se piensa a través de la mirada, a menos que seas Borges. Ese silencio que era más bien la sinfonía de las bocinas y los motores se prolongó lo suficiente como para que sea escandaloso e insoportable. Por eso, sin rodeos Julián llegó a decirme: “yo creo que deberías asesinar a Mara.” Esta proposición me hubiera alarmado de no ser por la respuesta que ya tenía rondaba en mi mente: “pues ya la maté.”
3.
La primera vez que salí con Mara fue también la primera vez que Julián salió con ella. Fuimos a tomar cerveza en el Barbudo que es de esos lugares con ofertas obscenamente convenientes para jóvenes vagabundos de la vida. Vagabundos a sueldo, claro está, porque gastábamos en cerveza lo que nuestros padres nos daban para libros. A mi Mara me deslumbró en seguida. Tenía una mirada de ron en noche romántica. La mirada le olía. Aunque es cierto que era un olor que al ir aterrizando a mi nariz (también romántica, pero por ser del siglo XIX) declinaba, o enmudecía. Nunca voy a olvidar la sonrisa de Mara, era más hermosa de lo que se puede humanamente soportar. Una sonrisa que te daban ganas de arrancarte algo de muy adentro, pero que al mismo tiempo era irónica, como si cada cosa que le hiciera reír estuviera por debajo de su sentido del humor. Esa sonrisa fue la que me enamoró de ella. Y cómo se tocaba el pelo en un gesto casi automático, pero premeditado, como si supiera del demonio que crecía dentro mío mientras se lo recogía.
A Julián le pareció que simplemente tenía las orejas demasiado grandes.
Creo que eso fue, algo entre su sonrisa y sus orejas lo que creaba esa diferencia de opiniones entre Julián y yo. Creo que por eso Julián la odió desde un principio y yo la amé. Y sin embargo, a pesar de que yo sabía que Julián odiaba a Mara le contaba todo lo que hacía con ella. De las primeras proezas sexuales en las camas apretadas de un hostal de la zona, o en el baño de un bar, o en el auto de mi madre. Julián me escuchaba sin decir palabra, sin desearla, sin preguntarme mayor detalle de si usé condones o no. Estos relatos a Julián no parecían molestarle demasiado, casi podría decir que no le importaban. Hasta que un día, alguna vez que nos emborrachamos afuera de un partido de la Liga, se horrorizó y casi empalideció cuando yo le dije, “la traigo muerta.”
Y la traía. Era cierto que la traía. A medida que pasábamos tiempo juntos yo notaba esto cada vez con mayor preocupación. Esta mujer de repente había entrado en mi vida de maneras insospechadas y desmesuradas. Al cabo de unos meses Mara había instalado su existencia en cada rincón de mi vida. Sabía cosas que ni Julián ni nadie más sabían y que yo no quería que nadie las supiese jamás. Porque siempre hay lugares que ojalá nadie nunca pudiera mirar ni indagar dentro de ellos. Es la ventaja del alma sobre el cuerpo. El cuerpo que tarde o temprano explorado por completo por los ojos o el tacto de otro que te indaga sin clemencias ni reparos. Incluso o peor cuando estás muerto. Sin embargo Mara se las había arreglado para habitar esos terrenos ambiguos e invisibles de mi alma. No sé cómo, no me lo puedo explicar todavía. El hecho es que la situación se tornaba a veces demasiado peligrosa para mí. A nadie nunca le conviene que otro sepa todo o casi todo o lo esencial de nosotros y Mara lo sabía de mí. Sabía más de lo que me convenía. Sabía por ejemplo que tenía problemas para masturbarme, soy zurdo, que tenía problemas para escribir, soy zurdo, y que a veces, cuando era diestro, también tenía problemas para hacerlo. Sabía otro tipo de cosas insignificantes, pero que son las que amoldan y hornean el alma. Porque lo que rige el alma no son las grandes cosas que nos suceden, son las que siguen sucediendo con el paso de los años y que no se van, que permanecen, aquellas pequeñas cosas diría Serrat, después de haber visto desnudo a Benedetti. Bueno esas pequeñeces nos persiguen y nosotros las perseguimos en un juego inacabable.
Ella las descubrió tal vez por esa sonrisa que era como un detective. Esa sonrisa capaz de sacarme cualquier tipo de información: el día que jalé coca por primera vez, o el de mi primera eyaculación. Y a veces cosas no tan graves, como mi gusto por la casa de Barbies de mis primas o mi llanto con la muerte de Mufasa en el Rey León. Llegó a saber a qué hora cago, que no me lavo los dientes por más de treinta segundos y que cuando la noche viene brava pienso que un delincuente vendrá a violar a mi madre. Yo le contaba todo este tipo de cosas y si no le contaba lo intuía, lo sabía de antemano. Nos encerrábamos en mi cuarto y a ella le bastaba mirar un detalle, la posición en que dejé mi reloj o mi billetera para saber cómo me fue tal o cual día. De repente se me ocurrió pensar que sus orejas no eran demasiado armónicas como creí, y que eran enormes, las orejas más grandes del mundo, como me había dicho Julián, y que además eran capaces de escucharlo todo, así no exista nada para ser escuchado.
4
Mi situación con Mara había ido demasiado lejos. No podría ir peor y había llegado el momento de dejarla. Julián, por supuesto, me aconsejaba, me planteó sus tácticas, tácticas que en el momento parecían inteligentes pero que no contaban con el ingenio de Mara. El día que se lo dije, propuse: “no puedo seguir a lado tuyo, amor, sabes demasiadas cosas,” ella respondió: ´”mucho más de lo que te imaginas.” La incomodidad se convirtió de repente en horror. Y su sonrisa subsiguiente convirtió esta situación horrorosa en desesperada. En su sonrisa había algo de amenazador y terrorífico. Algo que además parecía divertirle, como si se supiese victoriosa en el juego del abandono. El juego que perdí, precisamente porque no pude abandonarla. Esa amenaza que yo leí entre líneas fue tan eficiente que me prometí no volver a intentar la ruptura.
Traté de acostumbrarme por unos meses, tratando de olvidar lo sucedido, forzándome a olvidar ese momento y confieso que parcialmente lo logré. Había amagues de que la situación volvía a la normalidad hasta que un día al llegar a mi casa descubrí que todas mis cosas (mis libros, mis cds, algo de mi ropa) habían desaparecido. Pensé que un tipo demasiado necesitado me había tomado por su víctima y me había vaciado de pertenencias materiales. Pero al salir de mi habitación miré con horror que el resto de la casa estaba intacta, que nada había sido ni siquiera movido un solo centímetro. ¿Por qué? De qué se trataba este juego, quién me podría haber jugado semejante broma. Y claro, no podía ser nadie más que Mara. En seguida recordé que si algo todavía guardaba eran las cartas de Julián. Las guardaba en un rincón secreto de mi closet vaciado. Tras un pedazo de madera desprendible y disimulada en la pintura. Un vértigo infinito me impulsó hacia mi cuarto y comprobé que el escondite había sido descubierto.
5.
Mara ahora sabía todo. Absolutamente todo. Y aunque no lo hubiera sabido, sabía lo único que nadie debía saber. Que ni yo mismo a veces quería saberlo. A veces sí, cuando estaba con él. Mara antes no podía saberlo ni presentirlo. Eso lo sabía y me dejaba un espacio de libertad suficiente para seguir viviendo. Pero ahora que lo sabía, la solución solo podía ser una.
De modo que me robé el carro de mi madre una tarde y fui hasta su casa. Paré en una tienda de esas de barrio y le compré sus caramelos preferidos, para poner la situación en calma y fuera de toda sospecha. No sabía cómo lo iba a hacer. Debía ser perfecto, debía esconder, no sé cómo, mis intenciones. Pero era una tarea difícil si no imposible, porque ella adivinaba mis pensamientos y mis propósitos casi siempre. Me intuía. No había planeado nada, pero sabía que debía ser rápido. Quizá en la cocina con un cuchillo, quizá con una almohada o estrangulándola, qué se yo. La situación no estaba hecha para preguntarse cosas tan estúpidas, el punto era hacerlo y ya, librarme para siempre de ella, dejarla por fin.
Al entrar vi mis cosas en su cuarto. Ella estaba en un pijama que le quedaba genial. Lo admito me seguía gustando. Es más pensé en hacerle el amor una última vez. En ver esa sonrisa siniestra antes de que ingrese en su gesto definitivo. Pero el pensamiento se difuminó al notar las cartas regadas sobre su escritorio. Las malditas cartas abiertas violadas como niñas. Alcancé a mirar la caligrafía perfecta de Julián, pero no por mucho. No por demasiado porque sentí el peso de la mirada de Mara. No, no de su mirada, de su sonrisa claro, de qué otra cosa podría ser. La regresé la mirada más mentirosa que he dado en mi vida y le dije “hola mi amor, te traje estos Skytles que tanto te gustan.” Sonrió y se acercó, como dando por ganada una vez más la partida, diciéndome al oído: “eres un poco tontito mi amor, nunca te vas a librar de mi.” Tragué una saliva que debió ser de sangre y le respondí: “más te vale muñeca.”
En todo ese tiempo entre los brazos de Mara pensé en las mil maneras en que se podría matar una persona. Pero fue inútil, porque al acostarse ella se metió un caramelito, de esos que le llevé, matándose prácticamente ante mis ojos que la miraban en todo el esplendor de su ahogo. No recuerdo si hice algo para salvarla.
Y por eso estoy aquí con Julián y Mara. En un mirador de esos privilegiados que tiene Quito, tomando cerveza, con el carro que mi madre debe estar buscando, donde la traigo muerta.

lunes, 5 de abril de 2010

La Junta

LA JUNTA (tributo a Camus)


Hubo momentos en mi vida mejores que este, aunque ahora no me puedo quejar, paso el tiempo tranquilo sin nadie que me moleste. Podría decir que hubo momentos en mi vida más turbulentos, más apasionados, esos tiempos se acabaron. Ahora mi vida se reduce a mi celda, mi intensa paliza anual, y ver jugar al Barcelona todas las semanas por la televisión. Yo era joven, alrededor de 18 años y no sabía lo que quería, solo sabía que mi vida en ese momento me parecía normal, y si cambiaba sería por cuestiones ajenas a mí, no tenía interés en cambiarlas. Nunca creí que poco tiempo después acabaría en la cárcel idolatrado por unos y odiado por otros. Crecí en la ciudad que fue el referente para que mi provincia se llamara “El Oro”. Desde mi tatarabuelo, toda mi familia ha trabajado en las minas de oro de Portovelo, ahora casi secas y el oro no se a donde fue. A cinco minutos de Portovelo, allá arriba en la colina, observándonos, está la ciudad de Zaruma. Recuerdo como me aburrían los largos discursos de mi abuelo, que después escuché a mi padre y madre, a mis tíos, y hasta a algunos primos repetirla con la misma lata. Mi abuelo se podía pasar horas enteras aburriéndonos (o aburriéndome porque a todos los demás sí les interesaban esas historias) con sus ideas socialistas de cómo la bella ciudad de Zaruma fue fundada con el sudor de mis antepasados; de cómo en Portovelo vivían los explotados y en Zaruma los explotadores; de cómo estamos siempre maltratados y miserables; de cómo los políticos roban; de cómo bla yata bla yata. Yo solo quería salir a jugar fútbol. Pero simplemente bastaba que mencione el hecho que tenía partido a esa hora para que mi abuelo me obligue a escuchar por milésima vez la historia de por qué el estadio de Portovelo es el más caro del mundo (una historia que es aparentemente verdadera y que es interesante las primeras cinco veces). Así que prefería aguantarme el discurso socialista de por qué hay que matar a las oligarquías de nuestro país y como cada uno es más ignorante que el otro, aunque él siempre se excluía de cualquiera de estos grupos. Con el tiempo dejé de escuchar las historias, solamente me sentaba con todos mis primos y tíos, ellos siempre atentos, y pensaba en la fecha del campeonato nacional que estaba por venir y contra quién jugaba mi equipo, el Barcelona. Imaginaba resultados, alineaciones, los cambios que se harían, quien metería los goles, como quedaría la tabla de posiciones después de la fecha, cuanta gente iría al estadio, que dirían las noticias en la noche respecto al arbitraje, y mil cosas más muy útiles para aprovechar el tiempo perdido en las charlas obligatorias. Yo no entendía cómo todos mis parientes no se cansaban del tema, y como yo era una minoría absoluta, no me quejaba. Después comencé a quemar tiempo también viendo como reaccionaban mis primos con cada “nueva” idea de mi abuelo, con cada “nueva” forma de explicar la sangre que debe correr para liberarnos. Mi prima Marcela y mi primo David (mejor conocido como Davicho), que eran contemporáneos a mí, ambos hijos de mi tío Holguer, el menor de los siete hermanos, eran los más apasionados con la revolución. Siempre llegaban a casa con nuevos libros de revolución y noticias del socialismo en el mundo. Sus habitaciones eran agotadoramente rojas, llenas de estrellas por aquí y por allá, banderas de Cuba y después de que me llevaran me contaron que tenían banderas y cuadros con mi rostro. El Davicho tenía tatuaje del Che en el hombro izquierdo y la Marcela se sabía todas esas canciones tristes corta-venas en guitarra. -Nos estamos yendo a Quito a la reunión de la Junta Revolucionaria, ven Cristóbal, sería bueno que te involucres más.- Me decía el Davicho. – ¿No te importa nada la revolución?- me gritaba la Marcela como si fuera uno de sus “camaradas”-¿acaso estás contento viendo todas las injusticias que pasan en nuestro país? Salimos mañana, espero que vengas Tobal.- Yo solo quería decirle que tenía que descansar para el partido de esa tarde, que no quería recorrer 16 horas en bus para ir a oír a muchas personas lo que ya he oído de mi abuelo más de una vez. Pero no tenía sentido pelearme con ellos así que siempre respondía seca y tranquilamente: -bueno, mañana voy con ustedes pero me pagan el pasaje-. Accedían diciendo que mi abuelo seguramente nos paga sabiendo que vamos a la Junta. En uno de los viajes a Quito a las reuniones con la Junta, yo mismo les dije que quería ir y se sorprendieron y me felicitaron, hasta me dieron una banderita del Che. Lo que no sabían es que quería ir a ver el partido del Barcelona contra la Liga ese fin de semana, pero obviamente omití eso cuando les dije que quería ir a Quito. Talvez no fue una buena decisión haber ido a ese viaje. Ese viaje fue el que cambió mi vida, aunque si solo hubiera dependido de mí, no hubiera cambiado nada.

Llegamos a Quito el viernes a la tarde, era feriado de carnaval. El partido del sábado mantenía las esperanzas de que sea un buen fin de semana. La reunión de la Junta era el sábado por la tarde, el domingo tooooodo el día y el lunes durante la mañana. Así que convencí a mis primos de que me acompañaran al estadio. Mis primos también eran Barcelonistas, supuestamente, pero fueron de mala gana porque querían preparar sus discursos para esa tarde. Todo el camino hacia el estadio me tuvieron escuchando sus premoniciones de que por fin se iba a proponer una revuelta más radical en esta Junta, de que por fin saldríamos a las calles a expresar nuestro desprecio por el capitalismo, que ahora sí sería violento y radical, y etc etc. Hablaron tanto que no pude prever con cuidado las alineaciones titulares de ambos equipos y las posibles técnicas que le serian útiles al Barcelona para ganar este partido. El Davicho es un tipo bastante grande y la Marcela no es muy fea que digamos, entonces más de uno le silbaron y más de uno recibió creativos insultos y amenazas de muerte por parte del Davicho. Yo sabía que no debía meterme o recibiría iguales amenazas así que siempre solo seguía caminando.

El partido fue en general muy bueno, aunque el árbitro pitó más de una falta inventada a favor de la Liga, pitó más de un offside inventado del Barcelona, y expulsó injustamente a uno del Barcelona por escupirle a un defensa de la Liga. Total el partido quedó 3-1 a favor de la Liga y salimos insultando al árbitro y a los liguistas, aunque después de veinte minutos ya no me dio ganas de seguir insultando, por suerte mis primos nunca se cansan de eso. Los tres íbamos con bandera del Barcelona y yo iba con la camiseta del año pasado. Caminábamos rápido porque la Marcela iba gritándonos que estábamos tarde para la Junta. Llegamos como una hora tarde y recibí grandes insultos de mis primos porque decían que era mi culpa haberlos llevado al partido de mierda para llegar tarde a la Junta. Para mi valió la pena el atraso, a mi me daba igual la famosa Junta de todas maneras. Entramos en un auditorio de unas 500 sillas y tres cuartas partes estaban ocupadas. La decoración era muy parecida al cuarto de mis primos, banderas rojas de la antigua Unión Soviética, banderas de Cuba, banderas del Che, banderas de los Estados Unidos pintadas una X encima, caricaturas obscenas de Bush y sus amigos, y banderas de la Junta Revolucionaria Ecuatoriana por todas partes. En el escenario había unas cinco mesas con los que parecían los dirigentes de la Junta, y en un lado un podio en el que había una chica de unos veintitrés años, rubia, alta y con una voz increíblemente fuerte. –Ve Davicho es la Dani la que está hablando-. Por lo visto la Marcela y el Davicho la conocían. La Dani hablaba en el borde del grito, llenaba la sala con palabras fuertes y con una voz bastante masculina, esa manera de hablar no coincidía con su imagen. -…las oligarquías han llenado al país de miseria. Hay demasiada miseria y demasiados crímenes. ¡Cuando haya menos miseria habrá menos crímenes!...-. Y la gente aplaudía y sacudía las banderas con vehemencia, entre cada frase se escuchaban gritos de apoyo, aunque parecían gritos de guerra. La Dani sí que sabía poner de pie al público. Encontramos unos asientos y mis primos sacaron sus banderas de la Junta y me dieron a mí una del Che, la mirada del Davicho al pasármela me hizo dar cuenta claramente de que debía agitarla como maniático o me convierto en blanco de insulto. Ya me estaba cansando de mover la bandera cuando por fin la Dani dejó el podio y subió un tipo calvo, gordo, con una guitarra y una cinta roja en la cabeza. -Algunos de ustedes no me conocen- y en verdad no tenía idea quien era – pero he venido aquí de muy lejos, de Centro América, y esta guitarra la traje para cantarles un poco acerca de la revolución.- este calvito tenía acento cuencano clarísimo, luego se calló y hubo silencio por unos segundos. Entonces gritó con una violencia que me asustó, -¡Pero ya no vamos a cantar, es hora de actuar!, saldremos a las calles a dejar la vida si es necesario, ¡Pero este estado de miseria y desigualdad ya no es aceptable!-. Y lanzó la guitarra y la aplastó contra el escenario. Por suerte mis primos no escucharon mis disimuladas risas. –Mañana en la mañana saldremos de aquí, saldremos a las calles y lucharemos, dejaremos de hablar con las paredes y nos haremos escuchar por la fuerza-. Cuando terminó de decir esto hubo un griterío estrepitoso y miles de banderas se alzaron, la gente comenzó a chillar, a silbar, a saltar. Mis primos estaban totalmente desquiciados, lloraban y gritaban, sus rostros se pusieron rojos y sudorosos. Él único que al parecer no tenía ganas de luchar era yo, eso es lo más irónico de que sea yo el que haya tenido que pagar. Este calvito había llegado más lejos que mi abuelo en sus emociones.

El resto de la tarde siguió con discursos parecidos, pero en general todos hablaban de cómo mañana saldrían a matar al capitalismo y a patear bombas lacrimógenas. Muchos fueron más prácticos que otros y describían con detalle las estrategias que debíamos de tomar, que calles tomarse, con que armarse, con que defenderse. Uno inclusive dijo que ya tenía quinientas bombas molotov para usarlas en caso de emergencia, yo nunca he sido muy amigo de las bombas molotov; es más, ni siquiera se muy bien como armar una. Otro dijo que traería mascarillas para todos en caso de que haya bombas lacrimógenas. Odio las bombas lacrimógenas y ya no podía escuchar siquiera, el dolor de mi brazo de tanto mover la pesada bandera era muy fuerte. Esa noche dormimos en el mismo auditorio en las sillas. Generalmente dormimos en un hostal cerca de ahí pero hoy no, solo los más cansados dormíamos en las sillas mientras los dirigentes con muchos entusiastas (mis primos incluidos) planeaban detalladamente las marchas del día siguiente.

Al día siguiente salimos a las calles en una marcha al parecer muy organizada, comenzamos por la avenida América en dirección al parque del Ejido. El objetivo era ambicioso, llegar hasta la Plaza Grande a gritarle en la cara al Palacio de Gobierno. A mi me parecía totalmente ilógico e irreal, no llegaríamos ahí sin primero recibir grandes represalias por parte de la policía y el ejército que aparentemente ya sabían las intenciones de la Junta y esperaban en barricadas a la altura de la prefectura de Pichincha. Yo solo quería que ya se den por vencidos y poder descansar para el largo viaje de vuelta hasta Portovelo que nos esperaba. Era una caravana de unas cuatrocientas personas, mis primos querían ir en la primera fila y no quería imaginarme lo tedioso que sería encontrarlos de nuevo si los perdía, así que yo también fui a la primera fila. Todos iban de rojo y negro, yo estaba con la camiseta del Barcelona; todos tenían las yugulares hinchadas por la emoción, yo iba relativamente relajado; todos iban con banderas gritando a coro frases contra los Estados Unidos y contra todo en general, yo solo escuchaba esas frases como si vinieran de muy lejos, las había escuchado demasiadas veces como para que me causaran algún interés. Llegamos al final del Ejido y vimos como se organizaban una pared de unos cincuenta o sesenta policías armados con escudos, toletes, máscaras y escopetas para lanzar bombas lacrimógenas. Cuando estábamos a unos treinta metros de los policías, los gritos de los revolucionarios se callaron inmediatamente, nos detuvimos. La policía no movió un dedo pero todos estaban con los ojos fijos en nosotros y parecían listos a cualquier cosa. Yo no soy una persona violenta aunque he tenido muchas peleas, la mayoría por culpa del Davicho, y siempre soy yo el que termina dando y recibiendo los golpes. Ese día no tenía muchas ganas de entrar en una batalla y de recibir golpes por un ideal que me daba lo mismo, por hacer un cambio que exige más esfuerzo del que estaba y estoy dispuesto a hacer. Fue un silencio sepulcral por unos treinta segundos hasta que un policía se alzó desde detrás de la pared y gritó por un altavoz, -¡tienen treinta segundos para retroceder y regresar por donde vinieron o abrimos fuego!-. Lo dijo con una determinación que me alivió porque dije que seguro no van a ser tan idiotas de lanzarse contra un grupo de gente armada y que seguramente ya pidieron refuerzos. Para mi sorpresa nadie se movió por unos dos minutos eternos. – ¡última amenaza! Retrocedan o abriremos fuego-. Nada. Entonces desde atrás voló una botella prendida en llamas que cayó al suelo a solo centímetros de la primera línea de policías. Ese momento se escucharon gritos incomprensibles de los policías y todo se llenó de gas. Lo primero que vi después fue que toda la masa de gente de la Junta corría hacia atrás y la policía corría hacia nosotros. Corrí con toda la fuerza que pude hasta refugiarme detrás de una casa con un grupo de tipos que prendían bombas molotov. Volaron varias bombas más hasta lograr que la policía deje de avanzar, aunque ninguno de ellos recibió una bomba directamente. Lo que pasó a continuación no puedo recordarlo con claridad, cuando después el juez me preguntaba -¿por qué lo hiciste?, ¿quién te dijo que lo hagas?, ¿qué estabas pensando?- yo solo podía responderle que no se por qué lo hice, nadie me dijo nada y simplemente no estaba pensado. Recuerdo que me dejé llevar, que comencé a sentir que vivía en un sueño, que todo lo que pasaba era mi imaginación. Todo ocurrió como en cámara lenta, alguien gritando -¡hay un francotirador en la ventana del edificio!-, el enmascarado por la ventana de un cuarto en un segundo piso de enfrente, tener una botella prendida en mis manos, correr a la mitad de la calle y lanzar la botella con absoluta precisión por el cuarto y caer al suelo cegado por la explosión.

Después solo recuerdo haber despertado en un hospital con muchos policías en el cuarto y conectado a muchas máquinas. No podía hablar, un oficial furioso se me acercó con un espejo y me reflejó. -¡ves cómo quedaste desgraciado, te sacamos la puta pero no te matamos a propósito para que te pudras en la cárcel! ¿Te gusta tu nueva cara imbécil?-. No me gustaba para nada. Mis ojos eran dos círculos morados irreconocibles, no tenía ni un diente en la boca, a una oreja le faltaba la mitad de arriba, la otra estaba completamente morada y mis labios parecían haber crecido el triple y estaban partidos y sangrando. Entonces caí en cuenta que todo me dolía. No podía moverme, tenía yeso en mis dos brazos y en una pierna, un tubo salía de mi estómago y tenía un cuello ortopédico. Traté de decirles que no fue mi intención, que yo nunca planeé algo así, que ni siquiera me importa la Junta. Pero estaba muy adolorido y ellos muy serios y decidí no decir nada. No se cuanto tiempo estuve ahí, pero sé que no vi a nadie conocido. De vez en cuando venía un policía a recordarme que nunca volvería a caminar libre, que soy un maldito y que todo para mí estaba perdido. Poco a poco me fueron quitando los tubos y yesos. Cuando quería dormir me concentraba en los sonidos de las máquinas y cuando quería pasar el tiempo, recordaba los mejores partidos del Barcelona. Imaginaba lo mismo que en las charlas de mi abuelo, pasaba el tiempo entreteniendo mi mente con todo lo que podía, especialmente con el fútbol. Casi no pensaba en mi familia, no me daba ganas, y cuando lo hacía, terminaba muy cansado tratando de recordar sus rostros. Cuando pasaron alrededor de tres meses, según me dijo la enfermera, me trasladaron al Penal García Moreno y todo se arregló. Podía dar paseos por el patio y todos me respetaban por alguna razón incomprensible para mí. A los dos meses de haber estado ahí me visitaron mis primos. –Te has convertido en el nuevo icono de la Junta, Cristóbal, tu cara se ha hecho un símbolo de valor y revolución-. Me dijo la Marcela para mi sorpresa. –No puedes imaginarte lo orgulloso que estamos de ti- me dijo el Davicho con lágrimas –y lo orgulloso que está el abuelo, no tienes idea. Yo se que dicen que no había ningún francotirador, que era una familia normal y corriente la que mataste, pero no es verdad, estamos convencidos de que dicen eso para hacer que te sientas culpable y dar mala imagen a la Junta-. Yo no estaba arrepentido, no hubiera querido matarlos pero no tengo que arrepentirme de algo que hice en un estado de conciencia alterado por la muchedumbre y el gas. De todas maneras si no lo hacía yo, había varios más conmigo que casi se me adelantan. Como ya dije en un principio, cada año aproximadamente recibo una paliza por los guardias pero con la clara orden de que no me maten. Después de eso generalmente paso unas semanas en el hospital. La paliza y el hospital lo paga la familia de las personas que maté, y pagan buen hospital porque quieren que tenga muchas zurras más en mi vida. En el hospital a veces me visitan unos jóvenes que me hablan de su sobrina de cinco años estaba en esa casa aquel domingo de carnaval. Así he pasado por los últimos 25 años, recibiendo palizas e insultos, lo bueno es que son tan buenas palizas, que a los otros presos ya no les dan ganas de pegarme cuando me ven llegar del hospital, así que me dejan en paz. No tengo ningún rencor con esa familia ni con la mía, que ya no me visita desde hace 16 años, yo también hubiera dejado de visitarles. Por lo menos no pago renta y veo el fútbol todas las semanas.

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