cayó un cometa en la alameda.
la caricia cayó al pecho
demasiado lejos de tu casa
en este abandono donde solo nos miraban
los ángeles borrachos
que habían estado olvidando
lavandose las penas
a dosis precisas de zhumir limón
que al cabo de unas horas fueron a vomitar
sobre nuestras sombra
húmeda,
sombra que pretendía imitarnos
sin lograrlo,
porque yo había alcanzado a decirte
algunas cosas en secreto
en parte
para que tu cuello entre en la corriente
que nacía de mi lengua, boca, garganta, vientre, etc.,
entonces ya te habías instalado en el arrebato
en el manoseo profundo, en el torrente de la piel enamorada,
en la última estrella que se atrevió al frío,
insensatos,
pero aunque hubieran querido espiarnos no podían
ni los ángeles, ni las patrullas, ni los vagabundos,
por las transmutaciones, por el silencio invisible de las dos almas
reconfortándose, buscándose, haciendo chillar a los botones,
los cierres, los elásticos, el sonido de los aretes buscando escapar
del lenguaje, el jadeo de las convulsiones del vientre,
el diente a la mordida definitiva, en que escapamos,
para ver caerse los astreos desde lejos,
caerse los astros desde lejos.
domingo, 20 de junio de 2010
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