miércoles, 19 de agosto de 2009
Zoom. (Cuento)
María Gabriela Alemán.
Huelo a chimpancé. Es un resorte primario, un llamado que tendría razón en las montañas, pero que causa rechazo en la ciudad. Tengo que disimular con fragancias que lo ocultan. Pero no es mucho lo que puedo hacer, los jabones solo borran suciedades y lo mío no es tierra, sino algo diferente. Es mi cuerpo poblado de disimulos furiosos que buscan su escape en los poros de mi piel.
Este olor: mi manera de llamarte.
Los ojos ocultan, pueden cambiar según el colo de la ropa o la luz del día, pueden ocultarse detrás de gafas y así, también, el tacto resulta demasiado directo y racional. Sobre el olor, en cambio, no se posee ningún control. Es embarazoso.
No puedo mantener mi propio espacio debido a él, ha crecido hasta hacer desaparecer todas mis iniciativas. Y al abordarme así, sin precaución, dejándome sin respiro, me entrega sin límites a ti. Temo los días que no podré verte pues sé que el olor los hará sofocantes. Pero no atrevo mi paso en tu dirección porque mi olfato arrasa con mis otros sentidos y dejo de verte, de sentir tu presencia y sólo me preocupa una vergüenza creciente. Entonces, prefiero mirarte de lejos y observar el mundo con ojos de bebé recién nacido, no reconocer mis impulsos y volverme inútil. Con esta mirada vacía, en esta cara adulra, se vuelve imposible adivinar mis pensamientos.
Lo prefiero así. Acercar mi deseo a tu sombra. Adivinar lo que haces sin saberlo, por no poder mirarte. Visitar tu lugar de trabajo cuando no estás, merodear los alrededores, esperando que tu cercanía calme mi cuerpo.
Por lo pronto los resultados no han sido alentadores.
El olor se vuelve punzante y crece en intensidad. He tenido que recurrir a farmacéuticos que me han recomendados productos importados. He pensado en visitar a médicos, pero qué decirles, que mi celo es enorme, preocupante. Que avasalla mi vida. O, tal vez, buscar el consejo iluminador de un analista que me hable de un complejo reprimido de un trauma mal resuelto.
Sé qué tengo que hacer, pero soy una serpiente mordiéndose la cola. Para acercarme tengo que cambiar y eso es imposible: siempre somos el resultado de nuestros actos pasados. Y aunque un día me pinte de azul y otro sea una cenicienta inoportuna y al quinto día mida mi futuro con alegría, sólo seré la esencia de mi carácter y tendré mi cuerpo, como una ventana, abierto para ti.
Cualquier certeza es inútil, me llevaría a eternizar el momento. Prefiero continuar trepando, lenta, a un cerpúsculo eterno donde la felicidad y la trsiteza se fundad; donde una gripe no te impida ir al trabajo y yo pueda acercarme sin temor.
Adivino, sin embargo, que ése no es el camino. He descubierto que la paz atenúa de alguna manerta este olor y el sueño repara por completo. Amanezco en un ambiente neutro y descontaminado; es el movimiento, el sol inundando la cama el calor aplastante de sauna que crece en el cuarto, lo que imposibilita que todo continúe normal. El olor trepa por mis axilas y mancha las mangas del pijama. En ese punto, la ducha es un mero devenir. El olor es soportable hasta que acerco la toalla a mi cuerpo y me seco
Soy una burla, un repaso de chistes y mala conciencia.
Pero que tiren la primera piedra los que nunca dudaron en levantar el brazo en un bus atestado de gente; quien no quiso impresionar a una muchacha con un aroma perfecto y alzó los puños victoriosis y descubrió el vaho que huía de su piel.
Que atreva su paso por esta vereda, que me recrimine por este olor, pues su respiración no es parte de mi maldición. Mis convicciones, aunque rayanas en la obsesión, son mías. Desconozco cuáles son las de los demás. Pero todos abrazamos algo similar. Algo que es nuestra desgracia y es, a la vez, nosotros mismos.
Yo soy este olor que no existía antes de ti.
¿Será mi destino, mi maldita bendición?
La noche me lleva a pensar que no es sólo el deseo lo que me aleja, sino el miedo. Mi temor a ser rechazada o a iniciar un afecto absoluto que me convertiría en un animal de compañía. Ése es el olor que me envuelve; eso es lo que me hace florecer como una pestilencia.
Y como no todo es higiene, y aún así es algo indispensable, me alejo de esta voluptuosidad. Invento la manera de no degradar mi cuerpo a una combinación química con objeto de uso. Dejo de visitarte, alejo tu imagen de mi cabeza. No es imposible, me recupero como un drogadicto rechazando un mal hábito. Es sólo cuestión de tiempo y, sin malgastarlo, busco otros entretenimientos: un libro releído cientos de veces, una cena costosa, un pantalón nuevo.
Me libero así del encantamiento. Puedo habitar la vida como antes, como después, rompiendo el camino que conduce a Oz.
Aunque cada tanto, como un animal atrapado, me refugie en un rincón y con la ayuda de una linterna, en plena noche observe los rasgos de tu rostro, sobre una fotografía, mientras siento ese olor que, como una cachetada, atesta mis sentidos y me sofoca dentro de la habitación cerrada.
De Zoom, Quito, Eskeletra, 1997.
Maria Gabriela Alemán
Biografía de Gabriela Alemán:
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarvale verga
ResponderEliminarEl cuento es interesante y de fácil comprensión para el lector, en mi caso los lectores son estudiantes de décimo grado y les parece interesante, adelante con su trabajo
ResponderEliminaralguien podría facilitarme, el cuento de este libro ,llamado (ocupado) por favor.
ResponderEliminarintersante
ResponderEliminarme impresiono es como la mayoría de gente se describe así trata de impresionar a otro y no se siente conforme consigo mismo estoy en 10 y me gusto
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