miércoles, 1 de julio de 2009

Solidaridad no es intervencionismo


ricardo sánchez cárdenas


La respuesta de la totalidad de gobiernos en las Américas y el resto del mundo al golpe de estado perpetuado por un grupo de militares y elites políticas demuestra dos cosas importantes sobre los desafíos históricos que tenemos por delante, no solo en Honduras sino en toda América Latina.

Primero lo bueno. Los distintos métodos de integración regional en América Latina demostraron su utilidad en momentos de crisis y siguen poniendo presión al gobierno de facto en Honduras y se respete el derecho democrático de un pueblo a decidir su propio destino. Los miembros del ALBA han sido tajantes en reafirmar los principios de solidaridad y democracía que guían a un organismo que cuenta con un consejo de movimientos sociales y rompe con la lógica de mercado de otros tratados internacionales. No se puede llamar de intervencionismo al intercambio solidario de experiencias históricas y la defensa del derecho del pueblo hondureño a ejercer su poder constituyente como los Venezolanos, Bolvianos, y Ecuatorianos lo vienen haciendo en los últimos años. Las diferentes asambleas constituyentes que hemos visto en estos países representan mecanismos novedosos para re-inventar la legitimidad del concepto de "democracia" en una región donde siempre fue prórroga de los poderosos determinar las reglas del juego democrático.

La segunda razón es preocupante. La decisión de secuestrar a un presidente democráticamente electo, como ocurrió en Venezuela en 2002, trae inmediatamente memorias de las dictaduras militares que nos costaron tantas vidas a los latinoamericanos. Con estos recuerdos viene la aún presente amenaza de la agresión imperialista que siempre puede venir del vecino del norte. Si bien es cierto Obama ha sido coherente con la posición democrática de todos los gobiernos de la región no podemos negar que la política externa de "promoción de la democracia" (democracy promotion en inglés) sigue financiando a elites políticas y económicas que constantemente desafian las decisiones democráticas de los pueblos de estos países.

Pero no es solo la memoria de la represión y la tortura que nos debería hacer temblar cada vez que escuchamos de un golpe de estado en respuesta a la decisión de crear maneras de que el pueblo se exprese democráticamente. La experiencia más reciente de "democracias" hipócritas que impiden a la gente ejercer su poder constituyente todavía es la regla y no la excepción en América Latina. Las luchas de los movimientos sociales y la represión de estos tiene que ser entendida como una lacra aún presente que viola los requisitos básicos de una democracia. Nunca podremos entender lo que está en juego en Honduras y en América Latina sin recordar que la demanda por asambleas constituyentes que eleven el derecho al agua y a la soberanía alimentaria a derecho humano, por ejemplo, nacen de la lucha valiente de los movimientos sociales y no de la inspiración de uno u otro lider.

Una interrogante todavía por resolver es por qué una elite se envalentona de la manera en que demuestran los golpistas en Honduras sin el apoyo del emperador de turno. Los Estados Unidos han declarado, aunque ambiguamente, que el único presidente de Honduras es Manuel Zelaya sin embargo no ha tomado acciones concretas para presionar al gobierno de facto del empresario Micheletti. En 2002 en Venezuela, las elites políticas y económicas tuvieron el abierto apoyo del gobierno de Bush que fue el primero en reconocer al gobierno del empresario Carmona que duró menos de 48 horas dada la solidaridad de otras naciones latinoamericanas, la sublevación popular y de los bajos rangos del ejército Venezolano. Ofrezco dos reflexiones sobre este paralelo histórico para tratar de contestar esta interrogante "por ahora".

Primero, es significativo que los dos últimos golpes militares vistos en América Latina son empresarios. Nada más apropiado para revelar la hegemonía del neoliberalismo que aunque moribundo sigue influenciando a grandes sectores de las clases medias y a la derecha neoliberal que últimamente no tiene empacho de actuar de manera anti-democrática. Es importante reconocer esa hegemonía para no dejarnos engañar por los ternos y las corbatas de empresarios que igual que los dictadores militares de nuestra historia son resultado de la desigualdad (neo)colonial.

Por último, podemos pensar que esta actitud aparentemente irracional de una elite centroamericana, acostumbrada a usar las armas de los militares para reprimir las legítimas de uno de los pueblos más pobres del continente, resulta precisamente de la desigualdad social. Es la tremenda desigualdad de varios tipos que han sido la regla social por excelencia en la historia de las Americas que produce este tipo de escenarios históricos. La desigualdad social resulta en polarización política cuándo las elites deciden que sus intereses están bajo grave riesgo dadas las actitudes de un actor político poderoso como el gobierno, al que muchas elites en la región estaban acostumbrados a manejar a su antojo. Cuándo el gobierno crea mecanismos para que sectores populares hagan demandas históricas para reconocer la injusticia de la desigualdad que viene desde tiempos coloniales, y que afecta particularmente a los pueblos indígenas, a l@s campesin@s y trababajador@s, a aquellos que históricamente nunca fueron escuchados en el gobierno, como lo puede llegar a ser una asamblea constituyente se lo acusa al presidente de turno de crear la polarización socio-política. Todo proceso de cambio social implica una polarización socio-política particularmente dadas las condiciones históricas de desigualdad en la región. Es por esto que el desenlace de esta amenaza a la democracia de nuestra América no puede ser entendido por lo que hagan o digan los hondureños que sienten que una asamblea constituyente solo sirve para que un presidente concentre más poder pues en el fondo estas clases sociales lo que sienten es miedo a la posibilidad de que el cambio social afecta a sus intereses personales. El desenlace será el resultado de lo que pueda hacer el pueblo hondureño, su poder constituyente, y la solidaridad de los otros pueblos que siguen luchando por que se les reconozca el derecho a definir lo que significa "democracia" y "derecho" en sus países. Es mucho pedir?

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