miércoles, 10 de junio de 2009
Es solo un partido?
El fútbol se parece a dios en no pocas cosas. La fe ciega de los fieles (en este caso hinchas), las enormes cantidades de dinero que se ha hecho en su nombre y el hecho de estar siempre bajo sospecha de los intelectuales. Cierto o no lo importante es que mañana a eso de las 4 de la tarde todo el país va a estar pegado a un televisor para ser testigo de los por menores de la selección nacional frente a la Argentina de Maradona. Esto no es un fenómeno menor. Seguramente si las elecciones en nuestro país no fueran obligatorias habría menos gente interesada en su voto que en un partido de la selección. Esto ya ocurre porque los niños no votan de modo que la comparación hasta resulta irrisoria. Pero me voy a arriesgar un poquito más. Este fenómeno se me antoja evidente porque también existe mayor interés en conocer el nombre del delantero titular de este miércoles antes que el de todos los candidatos al parlamento andino juntos. Probablemente ni siquiera exista tanto interés en saber que cuerno es un parlamentario andino, en relación al once que formará mañana Maradona frente a Ecuador. Ni mañana, ni el jueves y ni siquiera el domingo. Porque el domingo, día de elecciones, se seguirá hablando del triunfo, derrota o empate de la selección, o en el peor de los casos, al menos en los diarios quiteños, se hablará del Liga-Quito del sábado. ¿Es el fútbol importante en sí mismo como para crear semejante convulsión en los ecuatorianos, o esta relevancia que se le da es producto de alguna carencia o falla de nuestra sociedad? Obviamente yo no tengo la respuesta, no sé quien la tendrá y sería interesante profundizar y debatir esta pregunta en este espacio. Por lo pronto a mi me queda el consuelo de poseer una intuición, desde mi posición de ecuatoriano fanático del fútbol más que de la de un analítico que no soy.
Cuando yo era más chamo y mi viejo me llevaba a ver a la Liga al estadio olímpico, veía como el tipo podía transformar su estado de ánimo en armonía con el estado de ánimo del equipo. Entonces solo lo veía a él, porque eso es casi todo lo que hace un niño cuando está con su padre. Luego me di cuenta que no solo era mi papá el único que se sesibilizaba con el juego, era toda la tribuna, que no despegaba la mirada del balón como si estuvieran viendo un cometa o un cuerpo masizo de oro. Los hinchas de la Liga, por ejemplo, veían horrorizados como en el 95 Alfaro Moreno encaraba 5 veces seguidas al arquero con ruta segura de gol, entre otras cosas, porque las redes ya le habían guiñado el ojo cuando el tipo saltó a la cancha. El día en que sentí ese horror, ese vertigo angustioso fue cuando me vi perdido, ya era un hincha fanático más de un club y un mendigo del fútbol. Desde esos tiempos, cualquier niño de mi edad que me dijera que no le gustaba el fútbol era, para mi, un personaje dudoso, no se podía confiar en él. Y hay que admitirlo, en estas zonas del mundo encontrar un niño que no le guste el fútbol es para angustiarse por la buena puntería. En el Ecuador, todos saben quien es Antonio Valencia, probablemente la mayoría sabe donde juega y su posición. Los niños también, los niños sobretodo. En este país los superhéroes son unos morenos de humilde procedencia que salen todos los domingos disfrazados de país o de pueblo o de ciudad, enmascarados en su sudor. Los poderes de estos personajes son más humildes que los de superman, por supuesto, pero no menos fantásticos. Una gambeta, un galletazo, un sablazo clavado en la esquina, una atajada, son los poderes que sacan nuestros superhéroes criollos los domingos en las canchas de fútbol. En los templos como el Atahualpa o en las canchitas de liga barrial. Claro, como sucede con todos los superhéroes: todos queremos ser uno.
Hace poco tuve la suerte de visitar un barrio periférico de Guayaquil donde (falta decirlo?) el fútbol era la religión dominante. Los taximotos adornados con escudos de los equipos preferidos de la ciudad, el estadio del barrio repleto de jugadores y aficionados, la calles cerradas por el duelo a muerte que se sostenía entre un grupo de amigos que habían encontrado cuatro piedras y un balón, la televisión prendida en un partido de fútbol profesional. No es solo un juego, por ahora es un día el fútbol, al menos un día en la semana. La pobreza, por suerte, en Pascuales descansa los días domingos y ahí aprovechan los jugadores de la vida para reivindicarse en el terreno de juego. El fútbol es ese día, se disputa la popularidad con el altísimo, aunque a veces ambos se confunden una jugada, a veces, creen por allá, que es el mismo. En fin, la importancia del fútbol no solamente radica en la capacidad que tiene de encendernos un sentimiento nacional que no florece en el día a día. De eso ya se a hablado demasiado, y me parece simplista casarse con ese argumento. A mi me parece que el partido de mañana, por ejemplo, no es solo un asunto de estado, mejor dicho de país, creo que se escapa de eso por varias razones. No creo que sería lo mismo si mañana jugara la selección de basquet femenino del Ecuador (sin discriminar, por supuesto a las respetables y admirables señoritas). Preguntémonos por qué. Personalmente tengo ideas pero que solo pueden ser activadas a partir de la interacción con otras opiniones. Opine.
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