
“El mundo entero mira horrorizado hacia Haití”. Así describió Euronews la hecatombe apocalíptica, ante la cual el concepto de tragedia no alcanza. Las imágenes de los medios y las redes sociales y los mapas satelitales de Google Earth, nos dejan azorados, sin humanidad suficiente para responder. Volver a lo ocurrido es repetir palabras gastadas, que ya no dicen suficiente: despojos, devastación, suplicio. Clamores por agua, alimentos, atención médica, entre gritos de heridos y mutilados y putrefacción de cadáveres apilados. Agonías sin refugio vagando en medio de la desorientación, la anarquía o la rabia. Millones de rostros azotados por el calvario inenarrable, gritando al cielo por qué Dios los ha olvidado… Se me vienen a la mente las palabras de Stephen Hawking: “Dios no sólo juega a los dados. A veces también los echa donde no pueden ser vistos”. Y a veces produce catástrofes que ninguna ciencia ni razón humana puede entender.
El mundo debió mirar horrorizado a Haití desde antes, porque las consecuencias del terremoto se han visto agravadas por la miseria, el hacinamiento, las construcciones de regular y mala calidad, la ausencia de infraestructuras, desde viales hasta sanitarias, del país más pobre de América. Como bien dice Patrick Le Hyaric, columnista del diario francés L´Humanité: “millares de muertos y de heridos habrían podido ser evitados si las poblaciones hubieran podido beneficiarse de una asistencia sanitaria inmediata y de un hábitat más sólido”.
Detrás hay una historia de 200 años de colonialismo, tan despiadado como el terremoto de 7,3 grados que lo aniquiló: golpes de Estado promovidos por el imperio; crueles dictaduras como las de los Duvalier; gobiernos corruptos y presidentes fantoches; escuadrones de la muerte y paramilitares con conexiones con la CIA (responsables del secuestro y la expulsión de Aristide, exiliado en Sudáfrica y reclamando hoy volver al país); hostigamiento económico del Banco Mundial, que en la siniestra época de Bush hijo cortó todo tipo de crédito; estrangulamiento del FMI que sumió a la isla en un exacerbado plan de austeridad; y totalitarismo del Consejo de Seguridad de la ONU, que mantiene una ocupación de 9.000 cascos azules y policías.
Ahora los países ricos se rasgan las vestiduras, acompañados de los famosos y de las más altas dignidades eclesiásticas. La ayuda humanitaria que se está brindando a Haití es vital, en el sentido más literal del término; pero el desastre nos lleva a pensar más allá, sobre todo en el futuro. Haití ya no existe, proclaman políticos y periodistas ante la imagen de un país sepultado. Pero ya antes era un estado fantasmal, controlado por la ONU y las potencias occidentales y abandonado a su miserable suerte de esclavitud disfrazada. Ahora tomará muchos años su reconstrucción, ¿para devenir en qué? Se prevén migraciones masivas y tanta anarquía que será necesaria una ocupación militar (al estilo del mejor Afganistán). Algún periodista estadounidense habla ya del estado 51. Otros vaticinan que será tierra de nadie… ¿Y nosotros, y el mundo? ¿Cómo hemos dormido, cómo dormiremos, con Haití bajo la conciencia?
aporte del JuanMateoEspinosa.